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CARTOGRAFÍA

CARTOGRAFÍA

s. XVII

Escenas de la capital
y alrededores

Escenas de la capital y alrededores

ANÓNIMO

洛中洛外図屏風
Escenas de la capital y alrededores

ANÓNIMO, s. XVII

Biombo plegable en seis paneles con fondo en pan de oro, representativo del arte japonés en el periodo Edo. El mapa pictórico a vista de pájaro muestra diversas escenas y lugares icónicas de la bulliciosa ciudad de Kioto.

El periodo Edo (también conocido como Tokugawa, por el gobierno durante quince generaciones del clan del primer shōgun, el daimyō o terrateniente Tokugawa Ieyasu, 徳川家康, que acabó con las disputas de los señores feudales y reunificó Japón), fue instaurado en 1603 y duró hasta 1868, con la restauración del gobierno imperial Meiji.

El periodo Edo fue una etapa de fuerte aislamiento internacional y también de paz y estabilidad, con clases sociales definidas, poco permeables (la sociedad, que no reconocía jurídicamente al individuo fuera de la unidad familiar, estaba regida bajo los preceptos del confucianismo, de lealtad hacia el señor y devoción filial) y jerarquizadas, con los samuráis en el primer eslabón, seguidos de los campesinos (que producían las rentas de los primeros con el cultivo de arroz), los artesanos, y, por último (pues se consideraba que no producían nada), los comerciantes o chōnin. Pese a ello, todos estaban en permanente contacto en las ciudades, y además los samuráis (rango hereditario), que habían perdido la posesión directa de tierras, tuvieron que ganarse la vida de muy diferentes formas, algunos de ellos, como Chōbunsai Eishi, convirtiéndose en artesanos.

El shogunato sostenía que la práctica personal y el fomento de las artes por parte de la élite gobernante legitimaba el régimen, propugnaba valores morales adecuados y aseguraba el orden cósmico, lo que ayudó a impulsar la creación artística también desde los estamentos oficiales. Aunque los artesanos se agrupaban en familias (siendo la Kanō de influencia china, por ejemplo, una de las más importantes, a la que perteneció en los inicios Hokusai, 北斎), pronto se empezó a tomar conciencia sobre la individualidad artística. Algunos firmaban sus obras personalmente y desarrollaban su propio estilo, con rasgos diferenciables y, en general, existió una constante proliferación de excéntricos como resistencia a la racionalidad confuciana y al control del Estado sobre el individuo.

Edo, símbolo de la modernidad, fue la sede oficial del shogunato, y experimentó un frenético crecimiento en este periodo. Pasó de ser una plaza fuerte que rodeaba un castillo a un ciudad con mas de un millón de habitantes, la ciudad más grande del mundo, en apenas un siglo. Edo era el centro administrativo y militar, y capital de facto de la nación por encima de Kioto, capital histórica, de iure y residencia del emperador y la corte.

Dado que para controlar a los daimyō se les exigía la construcción de castillos, caminos, puentes y palacios (estos en beneficio del emperador, sobre el que el shogunato adquirió una gran ascendencia), se generó una gran riqueza en infraestructuras. Desde Edo partían las Cinco Rutas, que conectaron la capital con las provincias exteriores, lo que propició que comerciantes y artesanos de todo Japón circularan con gran facilidad por todo el territorio nacional, generalmente a pie. Las peregrinaciones populares fueron una seña de identidad, y los artistas se inmiscuían con cierta frecuencia en el entorno rural, no sólo en viajes de búsqueda personal sino también para apuntalar las redes de mecenazgo, gracias a los rendimientos expansivos que procuraba el campo tras las mejoras en las técnicas de cultivo, menos dependientes del arroz.

La transferencia de la vida agraria a la urbana, escasamente desarrollada hasta entonces, fue no obstante enorme. Artesanos y comerciantes abarrotaban los centros urbanos, no sólo en Edo sino en otras grandes ciudades como Osaka, Kioto o Nagasaki, por donde se introducía la cultura occidental a cuentagotas a través de los holandeses, únicos occidentales con permiso para negociar con Japón durante el periodo Edo. Este estilo de vida urbano cristalizó en la cultura del ukiyo (浮世, «mundo flotante»​), principalmente en Yoshiwara, un distrito rojo de Edo con un buen número de burdeles, casas de té chashitsu y teatros de kabuki, lugares muy frecuentados por los chōnin.

En los orígenes, a inicios del siglo XVII, el kabuki lo protagonizaban mujeres que se mofaban de la élite. La aparición de mujeres en el kabuki terminó por censurarse, y entonces surgieron los onnagata, actores masculinos que imitaban las maneras y las vestimentas femeninas, lo que redobló el interés de la población.

El término ukiyo, por otra parte, alude sarcásticamente al término budista homófono, que representa la idea de una vida transitoria y el deber personal de entregar sus energías a materias espirituales que le resultarán beneficiosas en la vida siguiente. Fue un monje budista de un templo de Kioto, Asai Ryōi (浅井了意), quien diferenció en Cuentos del mundo flotante (浮世物語, 1661) el ukiyo budista de la concepción que se tuvo en la era Edo, más ligada al disfrute inmediato:

[…] viviendo solo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones, bebiendo sake y divirtiéndose simplemente flotando, indiferente por la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río.

Esta cultura del ukiyo marcó el estilo artístico de la época, floreciendo creaciones como el ukiyo-e o estampas del mundo flotante, generalmente de estética cortesana, con mujeres de gesto adusto, y el kana-zōshi, una prosa ficcional de proyección popular compuesta por el silabario fonético kana, limitando al máximo el uso de kanjis o ideogramas chinos, algunos muy complejos y desconocidos para el grueso de la población, que apenas empezaba a alfabetizarse.

El kana-zōshi o ukiyo-zōshi (libros del mundo flotante, a menudo censurados), cínico, costumbrista y picaresco, está represantado por la figura del poeta de Osaka Ihara Seikaku (井原西鶴, 1642-1693), que escribió sobre las peripecias y amoríos de los chōnin y las prostitutas en los barrios licenciosos de las grandes ciudades como Osaka, Edo o Kioto. Una de sus obras más relevantes es El gran espejo del amor entre hombres (男色大鏡, 1687), considerada por el propio Yukio Mishima (三島由紀夫, 1925-1970) como la obra más importante sobre homosexualidad en Japón hasta Confesiones de una máscara (仮面の告白, 1949), de su autoría.

El gran espejo del amor entre hombres es una colección de episodios entre samuráis, monjes y actores kabuki, con historias de quienes decidían recorrer el camino del nanshoku o «vía del amor viril», antiguamente respetada y tolerada (siempre que se diera entre un adulto y un adolescente o wakashu, que nunca superaba los diecinueve años), en las que abundaba la exaltación de las virtudes del guerrero: lealtad, sinceridad y disposición de la vida propia, modelo ideal del amor adolescente. El romanticismo no se encontraría, pues, en la institución oficial del matrimonio, sino en el ámbito de la prostitución, masculina y femenina, en el seno de las ciudades, libre de estigma.

El texto explicativo de este mapa ha sido elaborado por STIRNER a partir de diversas fuentes, entre las que destaca el espléndido
El arte en el Japón Edo de Christine Guth, traducido por Anna Trujillo Dennis y publicado en España en 2009 por la editorial Akal.

洛中洛外図屏風
Escenas de la capital y alrededores

ANÓNIMO, s. XVII

Biombo plegable en seis paneles con fondo en pan de oro, representativo del arte japonés en el periodo Edo. El mapa pictórico a vista de pájaro muestra diversas escenas y lugares icónicas de la bulliciosa ciudad de Kioto.

El periodo Edo (también conocido como Tokugawa, por el gobierno durante quince generaciones del clan del primer shōgun, el daimyō o terrateniente Tokugawa Ieyasu, 徳川家康, que acabó con las disputas de los señores feudales y reunificó Japón), fue instaurado en 1603 y duró hasta 1868, con la restauración del gobierno imperial Meiji.

El periodo Edo fue una etapa de fuerte aislamiento internacional y también de paz y estabilidad, con clases sociales definidas, poco permeables (la sociedad, que no reconocía jurídicamente al individuo fuera de la unidad familiar, estaba regida bajo los preceptos del confucianismo, de lealtad hacia el señor y devoción filial) y jerarquizadas, con los samuráis en el primer eslabón, seguidos de los campesinos (que producían las rentas de los primeros con el cultivo de arroz), los artesanos, y, por último (pues se consideraba que no producían nada), los comerciantes o chōnin. Pese a ello, todos estaban en permanente contacto en las ciudades, y además los samuráis (rango hereditario), que habían perdido la posesión directa de tierras, tuvieron que ganarse la vida de muy diferentes formas, algunos de ellos, como Chōbunsai Eishi, convirtiéndose en artesanos.

El shogunato sostenía que la práctica personal y el fomento de las artes por parte de la élite gobernante legitimaba el régimen, propugnaba valores morales adecuados y aseguraba el orden cósmico, lo que ayudó a impulsar la creación artística también desde los estamentos oficiales. Aunque los artesanos se agrupaban en familias (siendo la Kanō de influencia china, por ejemplo, una de las más importantes, a la que perteneció en los inicios Hokusai, 北斎), pronto se empezó a tomar conciencia sobre la individualidad artística. Algunos firmaban sus obras personalmente y desarrollaban su propio estilo, con rasgos diferenciables y, en general, existió una constante proliferación de excéntricos como resistencia a la racionalidad confuciona y al control del Estado sobre el individuo.

Edo, símbolo de la modernidad, fue la sede oficial del shogunato, y experimentó un frenético crecimiento en este periodo. Pasó de ser una plaza fuerte que rodeaba un castillo a un ciudad con mas de un millón de habitantes, la ciudad más grande del mundo, en cosa de un siglo. Edo era el centro administrativo y militar, y capital de facto de la nación por encima de Kioto, capital histórica, de iure y residencia del emperador y la corte.

Dado que para el control de los daimyō se les exigía la construcción de castillos, caminos, puentes y palacios (estos en beneficio del emperador, sobre el que el shogunato adquirió una gran ascendencia), se generó una gran riqueza en infraestructuras. Desde Edo partían las Cinco Rutas, que conectaron la capital con las provincias exteriores, lo que propició que comerciantes y artesanos de todo Japón circularan con gran facilidad por todo el territorio nacional, generalmente a pie. Las peregrinaciones populares fueron una seña de identidad, y los artistas se inmiscuían con cierta frecuencia en el entorno rural, no sólo en viajes de búsqueda personal sino también para apuntalar las redes de mecenazgo, gracias a los rendimientos expansivos que procuraba el campo tras las mejoras en las técnicas de cultivo, menos dependientes del arroz.

La transferencia de la vida agraria a la urbana, escasamente desarrollada hasta entonces, fue no obstante enorme. Artesanos y comerciantes abarrotaban los centros urbanos, no sólo en Edo sino en otras grandes ciudades como Osaka, Kioto o Nagasaki, por donde se introducía la cultura occidental a cuentagotas a través de los holandeses, únicos occidentales con permiso para negociar con Japón durante el periodo Edo. Este estilo de vida urbano cristalizó en la cultura del ukiyo (浮世, «mundo flotante»​), principalmente en Yoshiwara, un distrito rojo de Edo con un buen número de burdeles, casa de té chashitsu y teatros de kabuki, lugares muy frecuentados por los chōnin.

En los orígenes, por inicios del siglo XVII, el kabuki lo protagonizaban mujeres que se mofaban de la élite. La aparición de mujeres en el kabuki terminó por censurarse, y entonces surgieron los onnagata, actores masculinos que imitaban las maneras y las vestimentas femeninas, lo que redobló el interés de la población.

El término ukiyo alude sarcásticamente al término budista homófono, que representa la idea de una vida transitoria y el deber personal de entregar sus energías a materias espirituales que le resultarán beneficiosas en la vida siguiente. Fue un monje budista de un templo de Kioto, Asai Ryōi (浅井了意), quien diferenció en Cuentos del mundo flotante (浮世物語, 1661) el ukiyo budista de la concepción que se tuvo en la era Edo, más ligada al disfrute inmediato:

[…] viviendo solo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones, bebiendo sake y divirtiéndose simplemente flotando, indiferente por la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río.

Esta cultura del ukiyo marcó el estilo artístico de la época, floreciendo creaciones como el ukiyo-e o estampas del mundo flotante, generalmente de estética cortesana, con mujeres de gesto adusto, y el kana-zōshi, una prosa ficcional de proyección popular compuesta por el silabario fonético kana, limitando al máximo el uso de kanjis o ideogramas chinos, algunos muy complejos y desconocidos para el grueso de la población, que apenas empezaba a alfabetizarse.

El kana-zōshi o ukiyo-zōshi (libros del mundo flotante, a menudo censurados), cínico, costumbrista y picaresco, está represantado por la figura del poeta de Osaka Ihara Seikaku (井原西鶴, 1642-1693), que escribió sobre las peripecias y amoríos de los chōnin y las prostitutas en los barrios licenciosos de las grandes ciudades como Osaka, Edo o Kioto. Una de sus obras más relevantes es El gran espejo del amor entre hombres (男色大鏡, 1687), considerada por el propio Yukio Mishima (三島 由紀夫, 1925-1970) como la obra más importante sobre homosexualidad en Japón hasta Confesiones de una máscara (仮面の告白, 1949), de su autoría.

El gran espejo del amor entre hombres es una colección de episodios entre samuráis, monjes y actores kabuki, con historias de quienes decidían recorrer el camino del nanshoku o «vía del amor viril», antiguamente respetada y tolerada (siempre que se diera entre un adulto y un adolescente o wakashu, que nunca rebasaba los diecinueve años), en las que abundaba la exaltación de las virtudes del guerrero: lealtad, sinceridad y disposición de la vida propia, modelo ideal del amor adolescente. El romanticismo no se encontraría, pues, en la institución oficial del matrimonio, sino en el ámbito de la prostitución, masculina y femenina, en el seno de las ciudades, libre de estigma.

El texto explicativo de este mapa ha sido elaborado por STIRNER a partir de diversas fuentes, entre las que destaca el espléndido El arte en el Japón Edo de Christine Guth, traducido por Anna Trujillo Dennis y publicado en España en 2009 por la editorial Akal.