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CARTOGRAFÍA

CARTOGRAFÍA

ca. 1835

Cerezos en plena floración al
tercer mes a lo largo del Gokacho
en el Nuevo Yoshiwara

Cerezos en plena floración al tercer mes a lo largo del Gokacho en el Nuevo Yoshiwara

HISHIKAWA MORONOBU

Shin Yoshiwara gochome yayoi hanazakari zenzu
Cerezos en plena floración al tercer mes a lo largo del Gokacho en el Nuevo Yoshiwara

UTAGAWA HIROSHIGE, ca. 1835

Tríptico de Utagawa Hiroshige (歌川広重, 1797-1858) perteneciente a su serie de Lugares populares de la capital del Este, muy influida, al parecer, por la publicación a inicios de la década de las Treinta y seis vistas del monte Fuji, composición seriada de estampas paisajísticas de Katsushika Hokusai.

Considerado uno de los grandes maestros de ukiyo-e, Hiroshige propone aquí una vista de los cerezos en flor de Edo, actual Tokio, desde Yoshiwara, el barrio rojo o distrito de placer de Edo, autorizado por el shogunato. Nuevo Yoshiwara es la denominación transitoria que recibió este barrio en los años posteriores a su reconstrucción tras el Gran incendio de Meireki, que arrasó Edo casi en su totalidad y en el que perdieron la vida alrededor de 100 000 personas. Repleto de prostíbulos y teatros kabuki, e inmerso en un aura de cierto misterio y refinamiento, Yoshiwara (吉原, «El buen prado de la suerte») representaba con toda fidelidad la filosofía predominante en la época el ukiyo o mundo flotante. Estos distritos rojos, que proliferaron en todas las grandes ciudades, eran muy frecuentados por comerciantes y artesanos, figuras capitales en el surgimiento del estilo de vida urbano característico del Edo, y también se les permitía el acceso a los rōnin, samuráis sin señor, una vez al año para ver el hanami (花見) o florecimiento de los cerezos.

Acudir o incluso desplazarse por toda la nación para contemplar los cerezos en su momento de floración es una tradición de gran arraigo en Japón que se extiende hasta nuestros días, al punto que la agencia meteorológica proporciona cada año el pronóstico de florecimiento (sakurazensen, 桜前線) para cada prefectura. Esta costumbre, por la que miles de japoneses se reúnen con familiares o compañeros de empresa para celebrar picnics a la sombra de los cerezos, está muy unida a la cultura samurái, que utilizaban la flor de cerezo (sakura, 桜) como emblema. Para el código de honor samurái (bushidō, 武士道, es decir, «camino del guerrero») era preceptivo morir en el momento de máximo esplendor, en la batalla, y, a semejanza de la flor del cerezo, a merced del viento, desprenderse así de la vida antes de que ésta se marchite.

Esta idea del marchitamiento resuena hasta el Japón contemporáneo. Yukio Mishima, que consideraba que «belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea», confesaría antes quitarse la vida mediante el suicidio ritual del sepukku (腹切, «corte del vientre»), propio del bushidō, que «Uno puede morir incluso a los dieciocho años. Sólo entonces se consigue la perfección. A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo. Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una decisión».

Mucho antes de Mishima, que moriría en 1970, a los cuarenta y cinco años, multitud de samuráis se habían practicado esta técnica de desentrañamiento para evitar la deshonra, muchas veces de manera voluntaria, ya que de lo contrario podía despojarse a la familia del ejecutado —por otros medios— de la pertenencia a la casta samurái. La ceremonia solía celebrarse en presencia de espectadores, y en cualquier caso siempre asistida del kaishaku, que ponía fin al sufrimiento por decapitación.

La caída de las flores de cerezo en su momento álgido, como símbolo estético y muerte ritual, entronca asimismo con el sepukku a través una leyenda según la cual los samuráis, antes de partir a la guerra, sembraban una semilla de cerezo. En caso de muerte en batalla, la mujer de éste compartía su honor y le juraba amor eterno entregándose en sacrificio (mediante sepukku) frente al cerezo, que absorbía la sangre y teñía las flores del cerezo, originalmente blancas, de un delicado color rosáceo, embelleciendo así el mundo.

* * *

Esta obra forma parte de nuestra colección de panorámicas del Japón en el periodo Edo. Para más información, recomendamos el texto explicativo que se ofrece en Escenas de la capital y alrededores.

Utagawa Hiroshige (Japón, 1797-1858). Cherry Trees in Full Bloom in the Third Month along the Gokacho in the New Yoshiwara, de la serie Famous Places in the Eastern Capital, ca. 1835. Xilografía a color. Chazen Museum of Art, University of Wisconsin – Madison, legado de John H. van Vleck, 1980.2217

Shin Yoshiwara gochome yayoi hanazakari zenzu
Cerezos en plena floración al tercer mes a lo largo del Gokacho en el Nuevo Yoshiwara

UTAGAWA HIROSHIGE, ca. 1835

Tríptico de Utagawa Hiroshige (歌川広重, 1797-1858) perteneciente a su serie de Lugares populares de la capital del Este, muy influida, al parecer, por la publicación a inicios de la década de las Treinta y seis vistas del monte Fuji, composición seriada de estampas paisajísticas de Katsushika Hokusai.

Considerado uno de los grandes maestros de ukiyo-e, Hiroshige propone aquí una vista de los cerezos en flor de Edo, actual Tokio, desde Yoshiwara, el barrio rojo o distrito de placer de Edo, autorizado por el shogunato. Nuevo Yoshiwara es la denominación transitoria que recibió este barrio en los años posteriores a su reconstrucción tras el Gran incendio de Meireki, que arrasó Edo casi en su totalidad y en el que perdieron la vida alrededor de 100 000 personas. Repleto de prostíbulos y teatros kabuki, e inmerso en un aura de cierto misterio y refinamiento, Yoshiwara (吉原, «El buen prado de la suerte») representaba con toda fidelidad la filosofía predominante en la época el ukiyo o mundo flotante. Estos distritos rojos, que proliferaron en todas las grandes ciudades, eran muy frecuentados por comerciantes y artesanos, figuras capitales en el surgimiento del estilo de vida urbano característico del Edo, y también se les permitía el acceso a los rōnin, samuráis sin señor, una vez al año para ver el hanami (花見) o florecimiento de los cerezos.

Acudir o incluso desplazarse por toda la nación para contemplar los cerezos en su momento de floración es una tradición de gran arraigo en Japón que se extiende hasta nuestros días, al punto que la agencia meteorológica proporciona cada año el pronóstico de florecimiento (sakurazensen, 桜前線) para cada prefectura. Esta costumbre, por la que miles de japoneses se reúnen con familiares o compañeros de empresa para celebrar picnics a la sombra de los cerezos, está muy unida a la cultura samurái, que utilizaban la flor de cerezo (sakura, 桜) como emblema. Para el código de honor samurái (bushidō, 武士道, es decir, «camino del guerrero») era preceptivo morir en el momento de máximo esplendor, en la batalla, y, a semejanza de la flor del cerezo, a merced del viento, desprenderse así de la vida antes de que ésta se marchite.

Esta idea del marchitamiento resuena hasta el Japón contemporáneo. Yukio Mishima, que consideraba que «belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea», confesaría antes quitarse la vida mediante el suicidio ritual del sepukku (腹切, «corte del vientre»), propio del bushidō, que «Uno puede morir incluso a los dieciocho años. Sólo entonces se consigue la perfección. A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo. Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una decisión».

Mucho antes de Mishima, que moriría en 1970, a los cuarenta y cinco años, multitud de samuráis se habían practicado esta técnica desentrañamiento para evitar la deshonra, muchas veces de manera voluntaria, ya que de lo contrario podía despojarse a la familia del ejecutado —por otros medios— de la pertenencia a la casta samurái. La ceremonia solía celebrarse en presencia de espectadores, y en cualquier caso siempre asistida del kaishaku, que ponía fin al sufrimiento por decapitación.

La caída de las flores de cerezo en su momento álgido, como símbolo estético y muerte ritual, entronca asimismo con el sepukku a través una leyenda según la cual los samuráis, antes de partir a la guerra, sembraban una semilla de cerezo. En caso de muerte en batalla, la mujer de éste compartía su honor y le juraba amor eterno entregándose en sacrificio (mediante sepukku) frente al cerezo, que absorbía la sangre y teñía las flores del cerezo, originalmente blancas, de un delicado color rosáceo, embelleciendo así el mundo.

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Esta obra forma parte de nuestra colección de panorámicas del Japón en el periodo Edo. Para más información, recomendamos el texto explicativo que se ofrece en Escenas de la capital y alrededores.

Utagawa Hiroshige (Japón, 1797-1858). Cherry Trees in Full Bloom in the Third Month along the Gokacho in the New Yoshiwara, de la serie Famous Places in the Eastern Capital, ca. 1835. Xilografía a color. Chazen Museum of Art, University of Wisconsin – Madison, legado de John H. van Vleck, 1980.2217