Para Nietzsche, la humanidad de su época estaba entrando en una especie de estado de crisis, a medida que se secularizaba. La humanidad siempre había aceptado el sufrimiento, según Nietzsche, en tanto era capaz de encontrar sentido en él. Cuando la existencia de Dios se mantenía por lo general incuestionable, no era una tarea ardua, pues tu sufrimiento formaba parte de un plan más elevado, y allanaría tu camino para encontrarte con Dios en el cielo. Pero, según este discurso empezaba a erosionarse, la gente fue encontrando más y más dificultades a la hora de enfrentarse a su sufrimiento y a su propia vida. Lo que la humanidad no podía soportar era que su nacimiento, sufrimiento y su muerte no estuviesen justificados por razón alguna. Justificar nuestra existencia era la tarea a afrontar tras la «muerte de Dios», y no era coser y cantar. Lo que no había que hacer era, precisamente, adoptar la cultura moralizante de aquellos que te rodean, la que Nietzsche consideraba una «moral de esclavos», a la que definía como débil y desdeñosa del ser fuerte.
Esta clase de moral provenía del cristianismo, y lo único que buscaba era distraerte de toda posibilidad de encontrar el verdadero sentido de la vida. Aunque Nietzsche pensaba que la mayoría de personas no eran lo suficientemente fuertes como para trascender el sistema de valores en el que habían nacido, algunos podrían ser capaces de llegar a través de la creatividad y de la genuina expresión de sí mismos. A esto es a lo que se refería con «llegar a ser quien eres», y para él ésta era la única manera de que pudieras escapar del nihilismo.