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Filosofía en Nueva York

Burke siguió llamando a Simone de Beauvoir e intentando convencerla de que la sociedad funciona mejor con un sistema de estructura de clases, y al final se vio obligada a cambiarse de número.

¿No lo has pillado?

Simone de Beauvoir fue muy crítica con la filosofía y con otras metas intelectuales que se desprendían por completo del mundo. Afirmaba que los intelectuales no pueden ser de buena fe «apolíticos», y luchar únicamente por pretensiones intelectuales. Todos forman parte del mundo, por lo que deben posicionarse de alguna manera en la ética. No actuar no es sólo una forma de existencia pasiva, sino también una forma de acción, según Beauvoir. Esto fue particularmente acuciante para Beauvoir, pues vivió años de gran turbulencia social, incluyendo la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos intelectuales prefirieron «no implicarse», en Francia y en otras partes.

Simone Weil fue compañera de clase y contemporánea de Beauvoir. Beauvoir le profesó una gran admiración por su increíble compromiso con la acción (al igual que Camus, que la calificó como el único gran espíritu de la época). Simone Weil fue una gran activista del socialismo, e incluso participó en la Guerra Civil española, pese a su constitución frágil y enclenque, por no hablar de lo patosa que era (se quemó en unos fogones y tuvo que ser devuelta a casa). El diálogo con Beauvoir está plasmado casi palabra por palabra del diario de Simone de Beauvoir. Citado de un artículo sobre Weil:

Simone de Beauvoir narra un encuentro con Weil de sus tiempos universitarios. Simone de Beauvoir cuenta que ya por aquel entonces Weil se había forjado una reputación en cierto modo intimidante. Al cruzarse con Weil en uno de los patios de la Sorbona, cuando Weil no paraba de hablar de la necesidad de una revolución que alimentara a las masas, Simone de Beauvoir recuerda que su propia aportación a la charla fue particularmente filosófica: que lo que la gente necesitaba de verdad era encontrar sentido a sus vidas. Weil respondió fríamente, mirándola por encima del hombro, y le dijo que estaba claro que ella no había pasado hambre, una apreciación que a Beauvoir le pareció que la situaba tanto a ella como a su filosofía en el bando de la vil burguesía.

En Echar raíces, Weil examina la idea de «libertad de expresión», reivindicando que la mayoría de intelectuales de la época la malinterpretaban. Aunque creía que los individuos deberían contar con «absoluta libertad de expresión», no creía que esto fuese extensible a las instituciones, ni a la libertad para ignorar abiertamente los hechos. Así pues, por ejemplo, si un periódico difunde propaganda fascista, el Estado puede censurarla, porque el periódico no posee libertad de expresión, sólo los individuos (obviamente entrar en detalles respecto a esto sería un asunto peliagudo). Los individuos pueden mantener opiniones fascistas, y discutir acerca de las mismas, pero el gobierno no tiene la obligación de proteger el derecho de los grupos, derecho que no existe como tal (en otras palabras, ella creía que la libertad de prensa debería estar más limitada, pero no así la libertad de expresión).

Y no sólo esto, incluso un individuo podría ser declarado culpable de un delito si se pone a difundir mentiras. Weil proporciona el ejemplo de un autor que afirmaba que no había evidencias que apuntaran a que, en términos generales, en la Antigua Grecia se considerara la esclavitud como inapropiada. Sin embargo, Weil señala que Aristóteles, prácticamente el único que se dignó a hablar sobre la esclavitud (para defenderla), escribió lo siguiente: «Algunos afirman que la esclavitud es absolutamente contraria a la naturaleza y a la razón». Una frase que raramente se diría si todos hubiesen estado de acuerdo en el tema de la esclavitud. Weil dice, pues, que el autor debería ser llevado ante la justicia para explicarse, y, en caso de que no fuese capaz, ser declarado culpable de un delito (aunque, en este caso concreto, podemos asumir que sería eximido del gulag).

Mary Wollstonecraft fue filósofa y una de las primeras feministas. Sus obras más conocidas son Vindicación de los derechos del hombre, una crítica a la defensa de Edmund Burke de la monarquía constitucional y su ataque a la Revolución francesa, y Vindicación de los derechos de la mujer, una de las obras fundacionales del feminismo, en la que sostenía, bueno… que las mujeres deberían tener derechos. Como he comentado, pertenecen a una fase muy temprana del feminismo, y también tiene algunas críticas bastante avanzadas de ensayos de Burke sobre la belleza, acusándolo de emplear el lenguaje para relegar la belleza al ámbito de lo femenino, que sería débil y emocional por naturaleza.

Elizabeth Anscombe fue una filósofa y lógica del siglo XX. No era tan activa políticamente como las otras tres mujeres, era más bien conservadora. Trabajó sobre todo en los campos de la lógica, de la filosofía del lenguaje y de la ética.

Edmund Burke fue un filósofo, estadista y teórico político del siglo XVIII. Se le conoce por ser uno de los pensadores fundacionales del conservadurismo moderno. Criticó duramente la Revolución francesa por tratar de construir una sociedad de arriba abajo a partir de un fundamento puramente ideológico, despreciando las instituciones que a base de ensayo y error han ido sosteniendo a la sociedad durante cientos de años (en una palabra, creía en la reforma a fuego lento, antes que en la revolución). Mucho de lo que advirtió acabó tornándose realidad en el caso de la Revolución francesa, que terminó en desastre. Se posicionó en defensa de numerosas instituciones que los socialistas venideros (tales como Beauvoir y Weil) trataron de desmantelar, tales como las clases, la propiedad privada y la aristocracia.

El cómic es una parodia de Sexo en Nueva York.

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Esta tira es una adaptación al castellano de la original, de la serie Existential Comics, cuyo autor es Corey Mohler.