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Terminator: Las crónicas de Simone de Beauvoir

Todas las máquinas son mortales, y el deceso de cada máquina en particular está a merced de mi escopeta de dos cañones.

¿No lo has pillado?

Cuando Dostoievski era joven formó parte de una especie de grupo de izquierdas que abogaba por la liberación de los siervos y por la democracia en Rusia. Fueron arrestados por la policía zarista en 1849, torturados para sacarles información y confinados en una prisión rusa de máxima seguridad durante ocho meses. La mayor parte de este tiempo lo pasaron en celdas de aislamiento, y por lo visto incluso a los guardias se les instruía para no hacer ruido ante los prisioneros, llegando a ponerse cubiertas de seda en las botas para enmascarar sus pasos. Durante un día de octubre, fueron arrastrados de sus celdas sin mediar explicación alguna y puestos en un carruaje. Cuando el carruaje se frenó, habían llegado al patíbulo. Se les leyó su sentencia: por sus crímenes serían fusilados. Los tres primeros hombres fueron encapuchados, y se levantaron las armas. Dostoievski era el sexto de la fila, y pensó que apenas le quedaban cinco minutos de vida. Miró hacia la ciudad y vio un rayo de luz brillar contra la cúpula del templo, y pensó que su alma ascendería, en un momento, por la luz hacia el más allá.

Sin embargo, tal y como se había dispuesto, llegó el mensajero del zar en el último momento para informar a los prisioneros de que el zar había conmutado su sentencia a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Su primera gran obra tras ello fue Memorias del subsuelo, considerada por muchos la primera novela existencialista. El personaje rechaza ceder su libertad hasta un grado patológico, llegando incluso a la tozudez de no ir al médico por despecho, a sabiendas de que con ello sólo se perjudicaba a sí mismo. El personaje afirma que ningún sistema íntegro de moralidad, tal como el utilitarismo, puede llegar a funcionar, porque la humanidad siempre percibirá su libertad como su más preciado valor. Si el cálculo utilitario pudiera ofrecernos la posibilidad de hacernos a cada uno de nosotros lo más felices posible, la gente simplemente no lo haría, porque no quedaría margen para nuestra propia voluntad.

Simone de Beauvoir, en obras como Para una moral de la ambigüedad y en novelas como Todos los hombres son mortales, amplía y se hace eco de muchas ideas similares a las de Dostoievski. Sin embargo, ella no cree que el mero espíritu rebelde sea suficiente, sino que piensa que parte de tomarse en serio la libertad es respetar y luchar por la libertad de los demás. Alguien que usa su libertad para suprimir la de los demás actúa de mala fe, porque no puede aplicar honestamente su libertad de una forma que no se contradiga. Simone también creía que alguien que hipotecase su libertad en favor de perseguir una meta universal y utópica estaría cediendo su libertad, al asumir la meta misma como un fin último incuestionable. Si Beauvoir ofrece alguna clase de pauta (la naturaleza de sus ideas no se presta mucho a ello), es que debemos juzgar todas las circunstancias individuales por separado, y, mientras que debemos posicionarnos moralmente hacia nuestras acciones, esa posición sólo puede proceder de una libertad auténtica y genuina. No podemos pasarle la patata caliente, por así decirlo, a un sistema moral o fin último que realice por nosotros dichas elecciones. Estamos solos, y debemos usar nuestra libertad para lo que genuinamente sentimos que va a ser mejor.

En la escena en que Merleau-Ponty le pregunta a Beauvoir qué hacer, el diálogo se basa, con ciertas licencias, en el primer ensayo de ésta, Pirro y Cineas. A Pirro, que fue un gran conquistador, su amigo Cineas le pregunta qué hará cuando conquiste la siguiente nación. Él contesta que conquistará otra, después otra y así, pero, como Cineas sigue preguntándole, le dice que, al final, descansará. En relación a esto, Cineas le pregunta por qué no se echa ya a descansar, y, según se ha venido opinando tradicionalmente, Cineas queda como el más sabio. Beauvoir le da la vuelta a la tortilla y afirma que Cineas trata los esfuerzos humanos como meros propósitos que se proyectan hacia un objetivo final (descansar, en este caso). Pero si eso fuera cierto no merecería la pena hacer nada, puesto que todos los fines son transitorios. Beauvoir cree que Pirro era el más auténtico de los dos, y Pirro acaba diciendo que a Cineas simplemente le falta imaginación.

La última intervención es un juego de palabras con la famosa frase de Beauvoir en su libro El segundo sexo, en el que dice que «No se nace mujer: se llega a serlo». Con esto se refiere a que los roles, características y atributos que componen la «idea de mujer» no son rasgos esenciales de las mujeres, sino que se adoptan individual y culturalmente. Para Beauvoir no existe la mujer esencial, como no existe la humanidad esencial. Depende de nosotros decidir lo que somos.

Como apunte, podría parecer extraño ver a Dostoievski alzando la bandera socialista, pero deberíamos recordar como en Los hermanos Karamázov decía que Alyosha se convertiría en el más ardiente y honesto socialista si no creyese en Dios. Evidentemente, pues, el clon futuro de Dostoievski ha perdido la fe. Si la ha perdido porque secretamente es un cyborg mitad terminator o no ya queda a la imaginación del lector.

Filósofos en este cómic:

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Esta tira es una adaptación al castellano de la original, de la serie Existential Comics, cuyo autor es Corey Mohler.