fbpx
¡TIENDA ONLINE! Envío gratuito a toda España

RELATO BREVE

RELATO BREVE

DICIEMBRE 2019

Hambre

Hambre

CARLOS G. MARTÍNEZ

Follar nos daba hambre por entonces. La carne siempre llama a la carne y cuando no había en casa ni los más mínimos ingredientes pedíamos algo sangrante a domicilio mientras nos daba tiempo a descansar o a echar otro polvo.

Lupe vivía en un décimo sin ascensor, lo cual lo complicaba todo. Yo ya estaba acostumbrado, pero al principio si quería subir a tomar un café tenía que pasarme una semana entera entrenando. Era como escalar una montaña o peor. A veces, al acabar de subir las escaleras, me quedaba tan cansado que luego no podía mover las piernas durante varios días y Lupe me cuidaba.

Lupe era consciente de que subir a su casa implicaba todo un ritual de esfuerzo y compromiso y eso le gustaba, no era algo que pudiese hacer para cualquiera. En cuanto los pedidos salían del restaurante los íbamos siguiendo con el GPS mientras hacíamos nuestras apuestas. Sólo los repartidores más curtidos conseguían cumplir con el encargo sin ninguna queja. La mayoría se retiraban al restaurante o bien iban quedando desfallecidos por entre los pisos cinco y ocho, dependiendo de sus condiciones físicas.

Llamaron al timbre cuando estábamos otra vez en pleno acto. Lupe me miró de una manera que no era una orden sino más bien una sugerencia. Me puse los calzoncillos y me acerqué al telefonillo.

—¿Sí? Sí, aquí es. El décimo. No, no funciona el ascensor.

Lupe se reía y yo me la tenía que aguantar para que el repartidor no me lo notase. Se hizo un silencio bastante notorio en la conversación y luego oí de lejos un jadeo y un resoplo. El hombre se empezó a quejar diciendo que se volvía al restaurante y yo le dije que estábamos muy hambrientos. Al final empezamos a negociar, me dijo que subiría hasta el tercero y yo le dije que bajaría hasta el séptimo. No se hable más, quedamos en el quinto y ni para ti ni para mí.

Salí descalzo y en calzoncillos esperando que ningún vecino me viese mientras Lupe sacaba unos platos. Mis ojos no podían ocultar el disgusto ante un trabajo mal hecho. Mientras bajaba las escaleras ya estaba redactando en mi cabeza una crítica pésima en TripAdvisor: repartidor perezoso interrumpe coito podría ser el titular.

Llegué al quinto y todavía no estaba. Semidesnudo en medio de las enormes y señoriales escaleras de Lupe me sentía indefenso. Deseé que no saliese ningún vecino, ya que además según me había contado Lupe eran todos muy cotillas. Pasó un buen rato, y quiero decir por lo menos cinco minutos largos, hasta que empecé a escuchar los primeros jadeos, primero suaves, y luego cada vez más fuertes; cobraban presencia, tosían.

Y luego ya lo vi a él, emergiendo lentamente tras el borde de la esquina como una ballena agonizante que se está ahogando en una orilla. Si hubiese tenido un palo a mano, o una vara, o incluso un látigo, le hubiese azotado en ese mismo momento. Pero no lo tenía, así que me quedé mirando, respetando en todo momento la distancia de seguridad por si escupía agua o vomitaba.

Arrastraba sus lorzas con los brazos por el suelo, se iba agarrando de cualquier recoveco y se estiraba como podía, dejando un charco de sudor. Daba verdadera pena verlo. Intentó articular unas palabras, pero sólo le salía aire de la garganta. Yo me quedé quieto con una mirada implacable, esperando a que llegase hasta mis pies. Intentaba sacar algo con sentido de sus balbuceos y jadeos:

—Agu.. a…

Antes de poder terminar los últimos pasos, para él más bien brazadas, desfalleció. Creo que estaba muerto. Tuve suerte de poder cogerle la bolsa con las hamburguesas antes de que cayese al suelo. Me daba mucho asco, no me atrevía a tocarlo, así que me alejé rápido antes de que alguno de los vecinos me echase la bronca por dejar la basura en el pasillo.

Cerré la puerta de Lupe y me quedé un segundo apoyado contra ella por si acaso. Todo se había acabado. Lupe me esperaba en braguitas con los platos puestos.

—¡Cuánto tardaste!

Se abalanzó contra mí. Luego le pasé la bolsa y me quedé un rato embobado en el sofá mientras lo servía y abría unas cervezas.

—Pero falta el kétchup.

—El repartidor sigue abajo. Si quieres puedo bajar un segundo.

—¿No te importa no?