Los epicúreos, a pesar de declararse hedonistas y pese a las connotaciones actuales de la palabra, no estaban en realidad interesados en la clase de placer sensual que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el hedonismo. Creían que la vida más placentera consiste básicamente en evitar el dolor y la incomodidad llevando una vida sencilla y tranquila, libre de preocupaciones y sufrimiento. Los mejores placeres no son aquellos que conducen a un subsiguiente descontento (tales como la resaca o las cosas que producen un intenso deseo), sino placeres sencillos que satisfacen deseos básicos (comer, dormir, etc). Asimismo, debería uno evitar el exceso o deseos innecesarios como la codicia, la lujuria o el ansia de dominación sobre los demás. El camino que prescribieron los epicúreos podría ser visto como aburrido para muchos lectores antiguos y modernos: cuidar del jardín, meditar y evitar la política y el conflicto. Epicuro dijo que él podría satisfacerse tan sólo con agua, pan, un vino suave y un «cuenco de queso».