Una de las ideas escépticas nucleares de David Hume era que nunca podríamos observar la causalidad de manera directa. Por lo que, por ejemplo, cuando vemos que una bola de billar impacta con otra bola de billar, causando que se mueva, tan sólo vemos que los dos sucesos ocurren uno después de otro (Hume llamó a esto «conjunción constante»), pero no observamos «causalidad» alguna. Hume era un empirista estricto, queriendo decir que pensaba que todo conocimiento procede de los sentidos, y esto le conducía a dudar de que pudiéramos tener conocimiento alguno sobre la causalidad, o que pudiéramos saber a ciencia cierta si un suceso se produjo a causa de otro.
Es de conocimiento público que Kant dijo que leer a Hume le despertó de su «sueño dogmático». En buena medida como reacción al escepticismo de Hume, escribió la Crítica de la razón pura, que sostenía que podríamos tener conocimiento de juicios sintéticos a priori sobre ciertas cosas, como la causalidad. El conocimiento sintético a priori es conocimiento acerca del mundo, pero guiado por la razón. Por lo que, mientras que generalmente sabemos cosas sobre el mundo (conocimiento sintético) gracias a la observación (a posteriori), y generalmente sólo podemos deducir hechos lógicos (conocimiento analítico) en base a realizar argumentos que nacen sólo de la razón (a priori), Kant decía que hay ciertas categorías de conocimiento que están estructuralmente erigidas sobre nuestra experiencia, y que nos permiten conocer cosas sobre el mundo (tales como que existen la causalidad, el tiempo o el espacio) a partir de la mera razón. A esta especie de sistema se le denomina idealismo trascendental, y fue extremadamente influyente. Los otros dos idealistas trascendentales de su banda son Fichte y Schelling.
Platón, a fin de cuentas, era un tío bastante duro.