ABRIL 1975
El tinglado del arte
El tinglado del arte
LUIS RACIONERO
En Barcelona se han abierto siete galerías de arte en pocos meses: semejante bonanza debería causar alborozo en el semanario de arte y ensayo pero, sintiéndolo mucho, tengo que dar esta información como alarma, y no como noticia. Uno, que ha sobrevivido a numerosos estrenos de arte y ensayo, y escapado con dolor de cabeza del museo de los vernisages abstractos con que nos bombardean los incansables mercaderes del lienzo, se siente intimidado ante la avalancha de galerías. Hace pocos años, con un paseo por Consejo de Ciento, uno estaba al cabo de la calle; ahora tenemos que desplazarnos a tres vernisages semanales, algunos en los advenedizos arrabales de la ciudad, donde las galerías van a la montaña del dinero.
La apertura de las nuevas galerías no es una enhorabuena para el arte, sino para el comercio. Desde hace años estamos viviendo en siniestra paradoja artística: nunca, en la historia del mundo, se había hablado tanto de arte, nunca se habían publicado más libros sobre arte (Picasso 800, Miguel Ángel 639, Goya 333, Escher 69), jamás un número igual de personas se dedicaron al arte y vivieron de él; y sin embargo pocas civilizaciones han producido más fealdad que la nuestra. ¿Qué está pasando? ¿Qué clase de arte hay detrás de los arquitectos que componen las fachadas a lo fichero, también llamadas funcionales y racionalistas? ¿En qué arte se inspiran los interioristas que decoran cafeterías, como monas de pascua metálicas? ¿Qué clase de arte hay detrás de las áridas, mudas y vacías formas de los pintores abstractos? Una cosa es no copiar a los maestros antiguos, pero otra es no poner en su lugar más que mediocridad, fealdad y falta de imaginación. Se puede aceptar, en el límite, que un pintorcito de veinte años se sienta superior a Rembrandt, Velázquez y Leonardo; pero lo que no tiene pase es que no los supere. Si Rembrandt, Velázquez o Leonardo se pueden superar, no será con el truco de pasar de figurativo a abstracto, sino con la aplicación de las nuevas tecnologías plásticas a un arte simbólico y psicodélico.
Si se argumenta que una pintura abstracta debe verse como composición de formas y colores, también puede mirarse un Rembrandt como composición de formas y colores, y visto así, «haciendo abstracción» de sus figuras y lo que éstas representan, resulta superior. ¿Quieren ustedes mirar abstractamente La ronda de noche de Rembrandt o las Pinturas negras de Goya? Toda la polémica entre figurativo y abstracto, sobre la que gira la estética moderna, es un «arenque rojo», una cortina de humo. Pintura abstracta y figurativa son , de hecho, lo mismo; la única diferencia es que una puede sugerir estados de ánimo mostrando el ser humano y la otra no. La diferencia fundamental en la pintura moderna es aquélla entre pintura visual y pintura táctil: sobre esta alternativa se debe plantear la crítica estética. La crítica que debe formularse a los pintores modernos es que no hacen suficiente uso de las nuevas tecnologías para crear un arte distinto al de los clásicos. Cambiarnos las formas y colores de Rembrandt por formas y colores, cuya única diferencia consiste en que no figuran nada, es hacer trampa.
El truco de Picasso está pasado; el abstracto tuvo su día; ahora no vale ya. Y no vale porque a una generación psicodélica que ha descubierto la trampa y el cartón de los juegos racionales, no le sirven cuadros de geometría, llenos de conos o prismas de cartón. A la generación psicodélica le valen más bien torrentes de lava, magmas fundidos en perpetuas metamorfosis policromáticas, vitrales de Chartres, voluptuosos paraboloides gaudinianos irisados de mosaico, esplendores aureolados de arabescos granadinos, miniaturas maquiavélicas diabólicas de Beardsley y desmadres de orfebrería pictórica a lo Klimt. Las arideces de los abstractos no cuelan ya, porque son el teorema de Pitágoras en pintura. Dejemos los cubitos, rombos y pirámides para el colegio, y no nos colguemos las coordenadas cartesianas en la sala de estar (aunque abajo ponga Guernica), porque nos puede dar un mal viaje. Dice Carlos Castañeda que al dios Mescalito no le va el cubito.
Pero volvamos a la pintura visual y táctil . Hay un maravilloso soneto donde Baudelaire reveló la existencia de isomorfismos profundos entre órganos sensoriales, dando con ello todo un nuevo rumbo al arte moderno hacia la Kipestesia o combinación de sentidos; la verdadera revolución del arte moderno no ha sido la abstracción, sino la Kinestesia. La abstracción es reducir el arte a imagen y semejanza del positivismo lógico, es alienación, amputación imaginativa, reduccionismo racionalista, negación del erotismo. La Kinestesia es subir el arte a droga psicodélica, trasmutación de sentidos, ampliación de percepciones, explosión imaginativa, estética erótica afrodisíaca. En pintura la Kinestesia transforma el arte solamente visual, en visual-táctil. No estoy hablando sólo de un Tapies, que es explicitamente táctil, sino también de un Bacon, que es un genial pintor táctil. Dice Baudelaire en plena vena swedenborgiana:
La Nature est un temple où de vivants piliers
Laissent parfois sortir de confuses paroles;
L’homme y passe à travers des forêts de symboles
Qui l’observent avec des regards familiers.
Comme de longs échos qui de loin se confondent
Dans une ténébreuse et profonde unité,
Vaste comme la nuit et comme la clarté,
Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.
II est des parfums frais comme des chairs d’enfants,
Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,
— Et d’autres, corrompus, riches et triomphants,
Ayant l’expansion des choses infinies,
Comme l’ambre, le musc, le benjoin et l’encens,
Qui chantent les transports de l’esprit et des sens.
Correspondances, Les fleurs du mal, IV
Kinestesia es combinación de sentidos, alquimia estética por la cual las sensaciones se transmutan: los sonidos se ven, los colores se oyen, como en los misterios de Eleusis; los dedos ven y los pies oyen, como en la hipnosis; las formas se transfiguran por el poder de la emoción, como en viajes de LSD. En la Kinestesia y en las nuevas tecnologías artísticas para lograrla, está el desafío del arte moderno. El arte inventa la realidad: no existieron en la naturaleza sombras violáceas, hasta que las pintaron los impresionistas. La función primordial del arte es inventar la noción de lo real en cada cultura. Después, ampliar esta noción al máximo. El arte hace los ojos más grandes, los oídos más finos, abre las puertas de la percepción y amplía las escalas armónicas de la sensibilidad. El arte construye al hombre por dentro: a esta construcción o alquimia interior estética los griegos la llamaron catarsis. Hoy se llama su-bida de viaje o «to be high», pero la función del arte sigue siendo la misma: subir el viaje, comunicar energía vital, inspiración, gozo, amor. La Naturaleza sigue al arte, pero el arte no parece seguir a Oscar Wilde porque el arte actual es una horrorosa bajada de viaje. Náusea, angustia, fealdad, alienación, abstracción, incomunicación, son los viajes predilectos del arte actual; son viajes bajísimos, sin gozo, sin imaginación, sin energía vital. Y no puede excusarse diciendo que el arte ha de ser así, porque refleja el estado del mundo. El arte no ha de reflejar el estado del mundo, sino sacar al mundo de ese estado. Revolcándose en la inmundicia no se suele salir de ella. La función del arte es inventar las nuevas realidades, las visiones, usar la imaginación para proponer al mundo nuevas formas de vivir. Eso no lo hará la política, ni la ciencia, ni el racionalismo, porque no tienen imaginación, ni quieren usarla. La facultad por excelencia del arte es la imaginación, y si el arte renuncia a ella y se hace realista, la sociedad no evoluciona. Esto es lo que está sucediendo ahora.
La función a nivel social del arte es transformar el mundo fusionando arte y vida. Antes de que el arte fuera controlado por los mercaderes, la pintura estaba en lugares públicos, con las iglesias y la escultura en las plazas. El arte no es mercancía condensable en telas de 40 x 60, como píldoras de buen gusto, sino artesanía que llena de creatividad estética todos los artefactos de la vida diaria. El arte sirve como fuente de generación de formas para artesanos de todos los oficios. Un ejemplo lo hemos tenido en el Modernismo, que produjo un estilo de belleza a todos los niveles: desde parques, casas, muebles, hierros, textiles y vajillas, hasta joyas. El funcionalismo racionalista actual es otro ejemplo y también ha penetrado las artes decorativas produciendo casas que parecen bunquers, pisos que parecen quirófanos, tiendas como cubiertas de barco, y bares como submarinos. La aridez antierótica de la llamada decoración nórdica es el viaje de austeridad más importante desde que pasaron de moda los ejercicios espirituales. El arte funcional se ha convertido en un medio de represión: represión de la imaginación con lo abstracto, represión del erotismo con lo funcional, represión de la curva vital con la «línea diritta» fascista, represión del barroquismo exuberante con la mezquindad del ángulo recto.
Para colmo, la pintura se ha convertido en numeraria; los cuadros son como billetes o cheques, un artículo que se usa como reserva de valor y casi como medio de cambio. Los millonarios en vez de guardar sus riquezas en lingotes, lo guardan en firmas. Los cuadros se compran como inversión; hasta hay sociedades financieras dedicadas a ello. Luego los cuelgan en un despacho de banco o los entierran en la caja fuerte. La inmoralidad del valor-firma es la demostración definitiva del tinglado actual del arte. Un cuadro firmado por X vale un millón, un cuadro exactamente igual pero firmado por Y vale mil pts. ¿Qué valoramos, el cuadro o el garabato del rincón? El copista Elvis Ory está en la cárcel por pintar igual de bien que Picasso hasta el garabato del rincón. Según este criterio de mercaderes deberíamos encarcelar a todos los escultores románicos, a los arquitectos góticos, a Fra Angélico, a Rafael, a Bach, a Miguel Ángel, a Mozart. Los grandes artistas han copiado a sus maestros. Hoy no se puede, se prefiere la originalidad de un mediocre que la imitación de un genio, porque el numerario-pintura ha de ser escaso. Hay que comprar firmas para que los precios de los cuadros suban. El arte se ha prostituido comercialmente, se ha apartado de la vida, y se ha confinado en galerías. El arte, sobre todo la pintura, es hoy un tinglado comercial: un arte verdadero no puede pasarse setenta años siendo de minorías, como es aún el abstracto, un arte no puede encerrarse en galerías, guardarse en cajas fuertes, comprarse y venderse.
Por todo esto no podemos alegrarnos de que se abran siete galerías más en Barcelona.
Este artículo se publicó originalmente en el Nº 4 (abril de 1975) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 17 de abril de 2021, corre a cargo de Adriano Fortarezza.
Este artículo se publicó originalmente en el Nº 4 (abril de 1975) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 17 de abril de 2021, corre a cargo de Adriano Fortarezza.