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ARTÍCULO

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MAYO 1977

El Rastro // Madrí

El Rastro // Madrí

LA VENTANA

El Rastro de Madrid ha sido siempre un gueto marginal. Si ahora su situación es céntrica, hasta hace diez o quince años aquello era un barrio bajo, uno de esos lugares prohibidos para la gente «bieneducada» que como mucho se acercaba los domingos para encontrar gangas en este heterogéneo mercado, pero siempre con el temor de perder su cartera. En la época negra de la posguerra era una de las zonas lumpen, petardos de griffa en algunas cerilleras, entonces su consumo se reducía a un pequeño núcleo de «degenerados» y estaba menos perseguido que en la actualidad, prostitutas en las esquinas y marchantes que compraban la mercancía sin preguntar su procedencia. Los domingos era el gran mercado y el lugar perdía su ambiente sórdido para recibir a los señoritos dispuestos a comprar antigüedades a bajo precio, o a los menos pudientes que buscaban el colchón de segunda mano, etc. Todo este ambiente no desapareció de repente sino que evolucionó poco a poco; así, en los años sesenta era una visita típica para los turistas ansiosos de encontrar un Goya inédito o una «Tizona» legítima a precio de orillo, aunque en la realidad por supuesto tuvieran que conformarse con muebles envejecidos en una semana los años necesarios para parecer que fueron usados por Felipe II. En este campo de las antigüedades, por el Rastro han actuado verdaderos artistas de la falsificación; no hace muchos años un coleccionista experto consiguió una espada de Samurai por el módico precio de 5 000 ptas.; seguro de su autenticidad y de que su valor real era veinte veces superior discutió el precio lo imprescindible para no poner sobre aviso al gitano que se la vendía; a los pocos días pudo comprobar que la citada espada no era más que una buena imitación y fue a protestar airadamente; el vendedor se rió y le dijo: «Señorito, usted me toma por tonto. Por supuesto que es falsa; si fuese auténtica valdría más de cien mil pesetas».


En la actualidad, pues, bien se sabe que no hay gangas y que los vendedores del Rastro no se dejan engañar pese a que en el regateo bajen el precio pedido a la décima parte. El ambiente sórdido ha ido desapareciendo y queda sólo un abarrotado mercado donde es posible encontrar lo más sorprendente, ya sean piezas de complicadas máquinas, animales o ropas. A partir de los años sesenta y muchos, los primeros «hippies» fueron introduciéndose y ahora quizá sean la mayor atracción del lugar, al menos para el turismo interior. Hay toda una zona bajo el juzgado municipal y en la plaza Gral. Vara del Rey ocupada cada domingo por los nuevos marginados, pese a su origen burgués y su cultura universitaria. Éste es el lugar para comprar y vender artesanía popular, ropas exóticas, libros políticos y ocultistas, prensa marginal y una multitud de etcéteras interesantes y que no tienen canales ortodoxos de comercialización. En este ambiente, aparte de las transacciones comerciales, si uno está dispuesto a sufrir empujones y apreturas puede enrollarse con alguna secta orientalista o con los autores, editores, distribuidores, todo en la misma persona, de revistas como Mmm, Mandrágora, Cerrus, etcétera, abiertas a toda crítica o colaboración.


Conseguir un lugar para poner el tenderete propio supone darse un considerable madrugón y tener una firmeza de espíritu próxima a la cabezonería; siempre aparece alguien que reivindica el lugar como propiedad privada conseguida por la tradición de domingos anteriores. Una vez salvado este escollo tendrá que pagar 25 ptas. de multa al Ayuntamiento para poder vender ese día y a veces abonar otra cuota parecida al macarra o vivillo de turno como protección al chiringuito, y después a esperar tres o cuatro horas para ver qué depara la mañana. Vendrán o no guerrilleros a pegar a los ácratas que venden AJOBLANCO, y obras anarquistas, habrá o no buena venta, y aparecerá o no esa comunicación esperada con otros y otras tan asqueados de la normalidad como uno mismo.

Y así, huyendo de la sociedad, mientras ésta mantiene el reducto como «reserva» para jóvenes rebeldes, pasan las mañanas dominicales del Rastro madrileño.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 22 (mayo de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 22 (mayo de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.