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ARTÍCULO

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ENERO 1977

Where have all the flowers gone?

Where have all the flowers gone?

LUIS RACIONERO

En los años sesenta se produjo una improbable confluencia cultural, emergiendo del «underground», donde sobrevivían reprimidas, un conjunto de fuerzas, las cuales, al unirse y actuar simultáneamente, dieron lugar al movimiento denominado, en una desafortunada traducción española, contracultura. Estas fuerzas fueron: la música rock, las drogas psiquedélicas, las comunas y la filosofía oriental y hermética. Cada uno de estos elementos potenciaba a los otros, multiplicando su impacto sobre la desilusionada juventud opulenta y creando en ella una euforia de liberación, descubrimiento, experiencia y cambio, hasta tal punto, que muchos llegamos a creer en la inminencia de un cambio social conseguido a través de esta incipiente revolución cultural.


La realidad ha sido muy otra. Atrincherado en su legislación represiva y en su fuerza coercitiva, el sistema ha desbaratado todo intento de pasar de las ideas a los actos, de las flores a los dólares, del festival rock al situacionismo callejero. De la praxis social y vital de la contracultura poca cosa queda ya: la música rock se ha utilizado como tinglado comercial a consumir en discos en vez de como catarsis shamánica desrepresora; las drogas psiquedélicas se han mezclado con el speed y la heroína para destrozar a sus usuarios; las comunas, lejos de arraigar en la ciudad, se han postergado a inocuos enclaves bucólicos; las filosofías oriental y hermética se han banalizado en hare-krishnas y horóscopos. En pocos años el big brother policial de la mano del Moloch comercial han neutralizado y asimilado lo que parecía el nacimiento de una nueva cultura. Sometida, mixtificada, endulzada y prostituida, esta contracultura no es más que el patético despojo de aquella fiesta florida que muchos celebramos entusiasmados.


¿Pero es que no queda nada de todo aquello? ¿A dónde han ido todas las flores?, ¿a soldados y ejecutivos, como en la canción profética de Pete Seeger? A nivel de cambio social no ha quedado nada; a nivel de cambio personal han quedado algunas vidas cambiadas. Sólo a nivel ideológico la contracultura ha legado un testamento utilizable. Los ideales de renuncia a la sociedad de consumo, de protesta contra el autoritarismo y la burocratización, de vida comunitaria descentralizada y cooperativa, de liberación erótica, de economía igualitaria, siguen vigentes, necesarios e irrenunciables, esperando nuevas condiciones objetivas favorables para realizarse. La filosofía oriental continúa siendo imprescindible para compensar los callejones sin salida del pensamiento europeo: los dualismos, el exacerbado individualismo, el activismo desmedido, el monopolio del racionalismo. Las drogas psiquedélicas continúan siendo imprescindibles para refutar el dogma de la inmaculada percepción de los científicos positivistas y abrir las puertas de la percepción. La filosofía hermética occidental continúa siendo, como en la Edad Media, el manantial de posibles renacimientos surgidos de una confianza renovada en la dignidad del hombre y en su capacidad para moldearse a sí mismo, como en la transmutación mental del místico y el alquimista. La música rock continúa siendo, en potencia, un poderoso desinhibidor de energías eróticas. Incluso las comunas quedan ahí, como fósiles vetustos y aislados, modelos disecados de un tipo de organización económica alternativa.


Todas estas fuerzas contraculturales han desaparecido de la praxis social, pero perviven como ideas, porque son verdaderas y favorables a la evolución de un hombre liberado y una sociedad comunitaria. Su muerte en la praxis no se debe a incoherencia interna sino al ataque despiadado del sistema. La contracultura no fracasó, sino que fue destruida, como lo han sido hasta ahora los demás movimientos que amenazaban cambiar las actuales relaciones de poder entre las clases sociales. Entre la estrategia de cambiar la sociedad por la ruptura política o por la revolución cultural, la contracultura era un intento que seguía la segunda vía. Política y cultura van inextricablemente unidas; tan respetable es innovar en la una como en la otra, por eso ahora, cuando los auténticos hippies han muerto, justo es rendirles el tributo de admiración que su descabellado intento mereció.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 18 (enero de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 18 (enero de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.