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ARTÍCULO

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MAYO 1977

La blanca palidez de los conceptuales

La blanca palidez de los conceptuales

LUIS RACIONERO

Algunos críticos opinan que el arte es un espejo ante la naturaleza, según la fórmula feliz de Shakespeare, y otros, como los románticos, consideran al arte como una lámpara que ilumina el camino de la vida y reviste todas las cosas con su color peculiar. Pero unos y otros, clásicos y románticos, coinciden en que el arte sirve para fomentar la vida, para desarrollar las emociones y facultades humanas, para dar al hombre un gozo vital y una mayor sabiduría.

Por otro lado, hoy en día, la gente se queja continuamente del imperio de la máquina, de la subordinación del hombre a la tecnología, de la mecanización de la vida y de la castración antivitalista del hombre, perpetrada por la sociedad consumista o comunista, para convertirlos en un robot que compre o que obedezca a sus superiores. Muchas personas se han dado cuenta de que la robotización del hombre ha venido por el exceso de racionalismo y cerebralismo en que cayó la sociedad europea desde que Descartes convenció a todo el mundo de que pensar era lo más importante en el hombre. Este amargo error cartesiano ha tenido como resultado el mundo de las IBM y la robotización.

Estando así las cosas, una serie de desconcertantes individuos que se autodenominan conceptuales vienen a proponer un arte que es cima y glorificación del intelectualismo. Un arte árido, insulso, antierótico, sin sensualidad ni exuberancia vital; reprimido y aséptico como la cabeza de un ejecutivo, un mueble nórdico o un water de hospital. Cuando todos sabemos que lo que el mundo necesita es imaginación, energía vital, sensualidad y erotismo, estos oficinistas del arte nos proponen hojas de IBM, trapos atados y telas en blanco. Y lo que es mucho peor, nos proponen la primacía del racionalismo, del concepto, que es precisamente el cáncer que está matando nuestra cultura y nuestra fuerza vital.


Si los conceptuales no se han dado cuenta de que es precisamente el concepto lo que impide liberar al hombre de las cadenas de la culpa, la autoridad y la represión, es hora de que miren a través de la ficha perforada. Entonces verán que, pese a estar de moda en París o Nueva York, el conceptualismo está metido en un callejón reaccionario: su obra no libera, sino que deprime, aburre y deja ese mal sabor de boca que tiene la futilidad, el amanecer en una playa después de una noche estéril.

El arte tiene una función social, y en estos momentos más que nunca. Por eso es penosa esta serie de confusionismos que fomentan el elitismo de la razón, glorificando el mundo robotizado y superintelectual de la IBM. En vez de proponer al pueblo nuevas formas de usar la tecnología a escala humana y de modo liberatorio, en vez de provocar pasiones de libertad y energía vital, nos encierran en las prisiones de la razón, en los laberintos del cartesianismo, y desdeñan la fiesta popular y el desmadré callejero comunitario por una fría y represiva apoteosis de la futilidad.

Que no recurran al socorrido argumento de que están reflejando la aridez del mundo actual, porque lo que hacen en realidad es aumentarla. Ya nos hemos enterado de que el mundo está en crisis, de que el capitalismo es inhumano y de que es preciso cambiar los valores burgueses. Hace cincuenta años que nos lo han dicho Picasso, Joyce, Beckett, Mussil, Bacon, Stockhausen, Cage, el Living Theater. Ya lo sabemos. Lo que necesitamos ahora son propuestas para salir de este mundo kafkiano, para no asfixiarnos en esta vida mecánica, árida y robotizada. Necesitamos artistas que sean constructores y propulsores de una vida nueva, artesanos de la imaginación social que nos provoquen, como una levadura, para construir entre todos una nueva sociedad. Los conceptuales, por el contrario, están ayudando a perpetuar la aridez y represión de la situación actual. Y en el colmo de la confusión se justifican incoherentemente con textos de Marx y Mao, que no tienen relación alguna con su obra.

Los conceptuales no son espejo ni lámpara, sino papel blanco, la vacuidad y el aburrimiento del hombre moderno, atado por las cadenas del racionalismo a la roca de la autoridad. Aunque estas líneas están escritas con un apasionamiento nada conceptual, podrán exponerse las mismas opiniones con total distanciamiento, lo cual no las haría ni más ni menos exactas. Vale decir que antes de darlas hemos esperado cinco años para ver qué salía de esta blanca palidez. Nada.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 22 (mayo de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 22 (mayo de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.