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ARTÍCULO

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AGOSTO 1979

¿Liberalizar la heroína?

¿Liberalizar la heroína?

STEFANO FARLUCCI

Un texto sobre la heroína quizás sólo comprensible para los que SABEN qué es el mercado negro y las implicaciones que conlleva. Liberalizar la heroína no es nada fácil. Y quien la usa manifiesta, aquí, sus concepciones acerca de ese problema real y complicado.

Actualmente, el abanico de posiciones e interpretaciones ante la propuesta de permitir el libre consumo de heroína oscila entre dos puntos extremos: por una parte se subraya como elemento central la autodeterminación de los individuos que utilizan la heroína respecto a sus propias elecciones y destino:

  • No existe una parte enferma de la sociedad que deba ser curada o salvada por una presunta parte sana.
  • El único protagonista en la liberación del pinchazo —si es que debe haber liberación— no puede ser más que el mismo consumidor de heroína, con su propio ritmo, métodos y necesidades.
  • No es serio hablar de «problema de la heroína» como substancia. El problema está constituido por el uso degradado de la substancia; no por la «cosa en sí», sino por la relación, por el «pinchazo».
  • Por tanto, el consumo no es una enfermedad específica, técnica y farmacológicamente solucionable a un nivel terapéutico específico. Técnicamente solucionable, específico, es sólo el «estar mal» por abstinencia.
  • En definitiva, no existe liberación química de «un mal» que de químico sólo tiene la forma externa.

Aunque los principios ideológicos sobre los que se basa esta posición sean universalmente reconocidos como principios formales del modo actual de los occidentales en formar comunidades, de hecho éstos se enfrentan a dos grandes obstáculos:

Por una parte la ética profesional del cuerpo médico científico, que se niega a divulgar las posibilidades de su saber-poder, a poner en juicio su propia identidad, que es la del brujo-curandero, que debe curar, que no puede ver su propia ciencia derrotada. (Y éste es uno de los casos en los que se verifica ello «claramente»).

Por otra parte se enfrenta con la imagen diabólica de la heroína, substancia maldita, inquietante, que amenaza la integridad del cuerpo social «sano».

En estas condiciones pedir la «liberalización» (o «legalización») es como pedir el cierre de las leproserías, la libre circulación del contagio y la autodeterminación de los apestados.

Por otra parte, en el extremo opuesto, se propone la distribución de la heroína dentro de un proyecto complicado, formalista y asfixiante de hospitalización de la Toxicomanía. Una forma «actualizada» de viejas y ya fracasadas interpretaciones de la Toxicomanía. Nada nuevo, más que la posibilidad del «mantenimiento» de heroína, con la rígida perspectiva de la desintoxicación obligatoria, de la «recuperación social», de la asistencia psicosocial extendida al grupo familiar y a los grupos de socialización primaria, la «estancia obligada» a la inglesa para el toxicómano, el «pinchazo» en ambulatorio, etc, etc.

Entre estas interpretaciones extremas sobre la liberación, se encuentran infinidades de matices y «vías intermedias».

El peligro es que se creen dos o más frentes ficticiamente opuestos sobre las diferentes «soluciones técnicas». Esto será inevitable si el debate se esclerotiza sobre la «eficiencia» de la ley, faltando puntos de referencia para comprender su «sentido».

Vuelvo a replantear algunos problemas frente a cualquier objetivo «operativo», legislativo. No existen dos sociedades. No existe la «sociedad» y el «mercado negro». La Sociedad es también el Mercado Negro. La Droga constituye un punto de vista auténtico, «legítimo» de la metrópoli, de la que constituye una parte esencial y un todo con su misma existencia.


Creo que es errónea una «interpretación» predominantemente «negativa» de la relación entre la vida de un individuo y el mercado negro. La Toxicomanía no es esencialmente autodestrucción, pasividad, inactividad.

El Mercado Negro reúne, ofrece simulacros de actuación, ofrece esperanzas cohesivas, referencias culturales, produce vida porque ofrece una interpretación de él útil a su propia reproducción.

¿Por qué? El problema vuelve a replantearse. No está en la carencia de Racionalidad en la organización social, sino exactamente en el motivo contrario: en el exceso de Razón en la organización, previsión y orden sobre los mínimos detalles de la experiencia cotidiana de cada individuo. Y la experiencia individual (esto es tangible) es irrepetible y única. Su contenido humano, en consecuencia —la «verdad»— en el rito de la asunción y de las relaciones que dominan y producen la vida del y en el mercado negro, todo esto es auténtico y no debe ser negado ni paliado por ninguna reglamentación social.

La Ley no puede sustituir a las motivaciones, a los estímulos de vida que se encuentran contenidos en la antropología de la utilización de las Drogas.

Su modo de empleo, su contenido subjetivo, de placer, de interpretación «religiosa», adivinatoria, de la vida y de su producción, son respetadas y garantizadas en la singularidad de sus manifestaciones.

Los datos provocadores aportados por el Ministerio de Sanidad, según los cuales los toxicómanos comprobados son únicamente 2 000 en Italia, nos da una muestra demasiado clara sobre un duro enfrentamiento que se produciría a la hora de la verificación, en laboratorio, sobre el estado de dependencia.


Existen numerosos motivos para pensar en una notable contribución de determinación «psicológica» en la dependencia y en los síndromes de abstinencia:

  • La escasa cantidad de substancia pura contenida en las dosis que corren en circulación por el mercado clandestino no justificaría, en la mayor parte de casos, el estado de dependencia fisiológico.
  • La variedad de síndromes de abstinencia y de niveles de tolerancia.
  • La multiplicidad de «efectos».
  • La relativa facilidad para «dejarlo» y la inevitabilidad, en la mayor parte de casos, de la «vuelta».

Todo esto hace cada vez menos «eficaces y oportunos» aquellos criterios estrictamente bioquímicos respecto al estado y nivel de dependencia (y su «calidad»). Una eventual «legalización» de la heroína, a través de una ley formalista y excesivamente selectiva, correría el peligro de empeorar la situación. Proveer heroína, bajo control institucional, a 1/3 de los consumidores actuales (a aquéllos reconocidos aproximadamente como fisiológicamente «toxicómanos»), significaría estimular un aumento en la cantidad de substancia tomada por los consumidores esporádicos, para poder acceder a la existencia estatal y, por tanto, ampararse. Afrontar los términos «técnicos» de la legalización significa ventilar a la luz las implicaciones que posteriormente determinarían la «consistencia» y papel de la Imagen de esta substancia. Tanto desde el punto de vista del que se pincha, como de la opinión pública. Hay que clarificar una cuestión: actualmente predomina una concepción imaginaria de la heroína del mismo calibre, aunque contraria, en ambos campos (los consumidores y los «sanos»). Legalización significaría un desbarajuste del actual «marco de referencias» imaginarias tanto entre los «intoxicados» como en el Hospital Psiquiátrico.

Creo que, en este caso, los mayores problemas se plantearon para los primeros. La desmitificación de la propia identidad, el final de todo significado de «transgresión» en el consumo y en la socialización construida en torno a él, podría dar lugar a comportamientos bastante distintos y opuestos. Muchas motivaciones caerán, y no es improbable que puedan darse «resistencias» en las demandas, por ejemplo, de hospitalización. Estas formas de «resistencia», probablemente, darán empuje, por parte de los mismos consumidores, a nuevas formas de circulación clandestina de la heroína o nuevas substancias como substitución de ésta. Legalizar la heroína significa también «resquebrajar» formas de socialización, temas y contenidos de las relaciones internas, referencias culturales, motivaciones y mitos. Todo esto será por el contrario «defendido» por los mismos consumidores.

La paradoja es sólo aparente.

De hecho, todo lo que decía a propósito de la «cultura» del Mercado Negro es al mismo tiempo negado por el mismo Mercado Negro. El poder sobre la socialización en el consumo, en la «transgresión» —como en el mismo placer—, no pertenece a los individuos concretos, sino a la «situación ambiental», a las contingencias del lugar, a la red de relaciones.


Así pues, en esta situación, la relación entre consumidor y Mercado Negro no es sólo antagónica o de complicidad, sino ambas cosas. Es ambiguo. La «defensa» de los contenidos de la vivencia cotidiana en el Mercado Negro, del «ambiente», del pinchazo, de la «heroína» como relación, etc…. es subalterna al Mercado Negro mismo; se encuentra «diluida» en la ambigüedad de la relación.

Cortar con las premisas materiales de tal ambigüedad no es prometer la «felicidad». Sin embargo, es la condición necesaria para la multiplicación real de las posibilidades de elección y de autodeterminación. El problema central está en hacer mas «llevables» las contradicciones, en permitir su modificación en una multiplicidad de nuevos estímulos vitales.

Todo esto es sin embargo inhibido en el prohibicionismo. La ley no deberá transferir a la organización de asistencia sanitaria las características inhibitorias del Mercado Negro.

Último punto. No creo que sea oportuno que continúe subsistiendo la ambigüedad de objetivos por los cuales se considera que legalizar la distribución de la heroína tenga como objetivo la disminución de su consumo.

No creo que esto suceda. Repito que es profundamente erróneo pensar que existe un problema de toxicomanía ligado a la «substancia en sí». La toxicomanía es una relación social que asume la forma específica del consumo de un tipo de «mercancía» específico.

Así, sólo tiene sentido hablar de «toxicomanía» en relación a las manifestaciones sociales del modo de consumo, por tanto (en este caso concreto), al prohibicionismo y al Mercado Negro.

El éxito eventual de la «liberalización» o legalización de la heroína no estriba en la extinción del consumo, sino en la desaparición de las manifestaciones sociales relacionadas con la utilización degradada a la que se es obligado.

Además, considero que hay que tomar inmediatamente en consideración la eventualidad, que señalaba antes, de la permanencia de una situación anómala de «mercado gris» en el que circula ilegalmente mercancía legal.

Si se consolidara, a consecuencia de la aplicación de una ley no sórdidamente selectiva, tal situación como «lugar de tránsito» de aquellos que ilegalmente eligen acceder al uso de la heroína para pasar al consumo legal, podrá decirse que se ha obtenido un gran éxito.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 47 (agosto de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 47 (agosto de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.