fbpx
¡TIENDA ONLINE! Envío gratuito a toda España

ARTÍCULO

ARTÍCULO

MAYO 1979

La mayor barbaridad

La mayor barbaridad

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS

Lo que queda de España será el primer libro de Ajo Ediciones. En su día, ese texto motivó la polémica «Viejo Topo». Por sus convicciones catalanistas —algunos dicen que nunca las tuvo hasta ese momento— El Viejo Topo se negó a publicar el libro, por considerarlo anticatalanista para algunos prohombres políticos y literarios del país, cuando la mayoría de sus textos habían aparecido en El Viejo Topo y Jiménez Losantos era el ganador del premio de ensayos de la citada revista.

Ahora, aquí está el libro para que sirva de base a una polémica ahogada en el vaivén de las réplicas, con un capítulo dedicado al señor Montalbán.

A finales de mes el libro estará en la calle como una pieza más de ese debate abierto que tanto se echa en falta en la cultura del país, controlada por los inquisidores de turno.

Entre los frutos y semillas de esa siembra de mala conciencia que sobre todo elemento cultural que pudiera, aún oscuramente, remitir a lo español, han llevado a cabo ciertos intelectuales «de izquierdas», permítasenos escoger como lo más granado del mejor granero el artículo «Defensa e ilustración de la lengua» que en la sección de Triunfo La Capilla Sixtina firmó su dueño Sixto Cámara, seudónimo del muy conocido Manuel Vázquez Montalbán, el 26 de Noviembre de 1977.

Apresuremos la reproducción de la frase esencial del artículo:

[…] En castellano escribió Txiki su último verso minutos antes de ser fusilado en castellano.

Dudo mucho que pueda hallarse frase más bárbara en cualquier idioma. ¿Atribuiremos su necedad a que el autor se vio obligado a escribirla en el nuestro? Más o menos, así pudiera colegirse a juzgar por los cargos y descargos que le hace y que dan justificación —si es que alguna tuviera— al articulito.

A los mil años escasos, el castellano o español se acerca a un momento importante de su historia: como regalo de cumpleaños, M. V. M. le va a perdonar la vida, ideológicamente hablando; va a sacarlo del purgatorio del fascismo, o menos piadosamente, va a meterlo, pero tras sacarlo del infierno al que previamente lo había condenado. ¿Por qué? ¿Nadie lo supone? ¡Quién fuera persa para extrañarse! Pero no, todos los españoles ilustrados conocen de uno u otro modo el pecado: Franco hablaba castellano, la derecha ha hablado castellano, estos últimos cuarenta años, y como la izquierda no podía hablar lo que quería, su mudez simbólica condena a la lengua por fascista. Pero, sigamos el itinerario en que razona este secreto razonamiento progre el que ha contribuido como nadie a sostenerlo:

Durante toda mi vida he tenido la impresión de que el castellano era una lengua imperialista y autoritaria porque se había convertido en un instrumento de usurpación y alienación de la identidad de otros pueblos.

Errará el americano que piense que va por Moctezuma. No alcanzó el franquismo a exterminar a los incas, aunque seguramente el intrépido estilista Xirinachs podría convercerle fácilmente de lo contrario. Que como dijo Benjamín, que todo documento de cultura lo sea al mismo tiempo de barbarie no es excusa para la Inquisición de Barcelona, que apunta al fondo de la cuestión: la entidad criminal de la lengua:

El franquismo consiguió convertir la lengua en una herramienta de ocupación de las conciencias. Lengua para prohibir, para condenar a muerte, para mentir, para falsificar la memoria colectiva.

Nunca se atrevió la legión de sandios que cada dos por tres afirman esa conversión de la lengua de Largo Caballero al franquismo cuando tuvo ésta realmente efecto. Qué día, qué año, qué década el franquismo no se enteró de que estaba perdiendo tiempo y dinero con la represión.

Porque bastaba, percatado de tan extraordinaria circunstancia, con que el régimen obligara a sus súbditos o simplemente urgiendo a sus entusiastas a cantar por las calles para que su solidez se eternizara.

Más ladinamente, estableciendo filas de murmuradores en las puertas de los cines y los campos de fútbol, el arma cruel del susurro castellano iría mareando o derritiendo el cerebro de los disconformes. Sin que cupiera escabullirse recluyéndose en casa, porque una vez transformado el idioma en devastación infalible de las conciencias, su uso más cuidado sería doblemente dañino y, junto al castizo y ocasional «¡Felices Pascuas!», un portero en la escalera saludando por la mañana con seis o siete versos de Garcilaso bastaría de sobra para destrozar los tímpanos o amargarle seriamente muchos días a los clandestinos jefes comunistas. Si Vázquez Montalbán tiene razón, cabe deducir que el primitivo anagrama de CCOO hubo de ser CCSS porque ese genuino invento obrero bajo el franquismo sólo pudo nacer de sordos, toda vez que un par de lectores del Quijote a las puertas de la Seat, esperando la entrada de la fila de obreros, hubieran bastado para desmayar las almas —si no los cuerpos— de los más combativos.


Pero hay que alegrarse, lectores todos de esta lengua estrangulados de las libertades más humanas y que como verdugos os forma desde la primera nana. El Pontífice de la Seña Perdida, el cartero entrenacional de identidades, alumbra un halo de esperanza para los que aspiran a la democracia. Ha recordado de pronto que, hombre, también hablaban castellano los presos de las cárceles franquistas y que éstos son tiempos de amnistía. Nadie se librará de ella:

Algún día, cuando las naciones oprimidas por el imperialismo del Estado español centralista recuperen plenamente su identidad, el castellano alcanzará la libertad y buena conciencia de toda lengua que no es ni víctima ni verdugo […].

Porque la formidable inteligencia que en «La Capilla Sixtina» se alberga resume su imperio ideológico en la burla de la mala conciencia, que administra según las conveniencias de los oprimidos, y hete aquí que los usuarios de la lengua verduga, verdugos por tanto, pueden albergar esperanzas de abandonar un día su asqueroso oficio. La entrada en ese Mercado Común de las Lenguas Buenas contiene, sobre ciertas cuestiones de adecuación economicofonéticas que ahora veremos, la premisa política de la identidad plena esa de todas las naciones que patatín patatán.

¿Cuándo, senyor Vázquez, cuándo y cómo alcanzarán eso las naciones? ¿Cuántas son, por cierto? ¿Cuál es la plena identidad canaria? ¿Cómo habremos de procurarla o no estorbarla? ¿Tiene algún límite, digo concreción, la de Cataluña, Valencia? ¿Es verdad que ya no vale la Corona de Aragón? ¿Qué harán en mi pueblo, aragoneses como dicen que son a cuatro kilómetros de Castilla? ¿Se la invade, se la deja? ¿Cuál es la plena identidad castellana? ¿He de llevar boina? ¿Es cierto que en Perú ya manda el general Atahualpa? Otras tantas preguntas se agolparán a los labios emocionados de los castellanohablantes contrarios de la pena de muerte.

La orgullosa costumbre del confesor y párroco de la buena conciencia de izquierdas no obligará, para mantener la iglesia abierta, a esperar muchos siglos el maná de las identidades pictóricas, pero al menos nos cabe el consuelo de la religión, el místico consuelo de otra vida para nuestra lengua y un cielo, al fin, para nuestras ánimas.

Pero, dejemos a los nuevos teólogos indagar el futuro de Quevedo y pongámonos pronto a ganar la gloria por la vía tortuosa, pero tan humana como su predicador, de la ascética. Los que esperan este idioma limpio ya de sangre deben tomar buena cuenta de cómo lo ha entrevisto en Fátima el pastorcillo Sixto:

Se parecerá más al andaluz, al canario o al mexicano que a ese castellano parapetado en vocales acastilladas, zetas de abordaje y erres de arrastre que utilizaron y utilizan los que le dieron sello poético-imperial.

De nuevo la desolación en nuestra comarca: Orihuela del Tremedal, Albarracín, Bronchales, Terriente, Griegos, Tragacete, Tramacastilla… ¡Qué sé yo! ¡Cuánta penitencia nos espera! ¡Qué de erres y zetas, qué de pecados y crímenes, qué de represión imperialista vienen haciendo por la zona de mi pueblo sin saberlo desde que nacen! ¡Pecador de mí, que mi madre es nacida en Calahorra! ¡Quién por pocos quilómetros gozará de la virtud de los de Orea y de Noguera, mis vecinos! Pero vayamos a lo que más importa, nuestra salvación lingüística: despidámonos de luz y paz, que son palabras piratas, de verso y rima, de tersura y de zafiros, que son estorbos acastillados en Castilla (¿Cómo no habíamos caído?). No zote, zafio, imbécil, no zarrapastro, andrajo, no pendejo será el cerebro del nuevo Sixto Cámara, sino lelo, suavísimamente bobo, que bilabial es la virtud y africado, interdental y oclusivo el crimen lenguaraz.


Véase, si no, la penitencia que le pone el libertador a Nebrija, predestinado, el pobre, con ese apellido, a ser protofascista:

[…] «Siempre fue la lengua compañera del Imperio», escribió Nebrija creyendo que era cosa de repetir al pie de la letra y al pie de la lengua la experiencia del imperio romano. Hoy habría que decir: «Siempre fue la lengua compañera de la lucha contra el imperialismo». Y a ver qué cara pondría el alienado Nebrija. De susto, supongo.

Supone poco, el heroico Camarilla: De pavor, de mortal terror, si no estuviese ya difunto, temblaría el alienado Nebrija ante la genial o guenial o venial inteliguencia del pensador más cuco que vieron los siglos. No hizo para él su gramática, pero tampoco las madres de los asesinos, cuando dan a luz, saben que dan sombra al mundo y trabajo al verdugo de verdugos. Pues pare un poco y aplique el oído el lector, que aquí le damos, como traca final, lo que el antiimperialista benemérito (cuánto mentecato, dirá un acastillado) propone como política a corto, medio y largo, larguísimo plazo:

Es urgente que el castellano alcance condiciones de normalización, que deje de ser lengua de víctimas y verdugos y consiga eficacia de lengua libre manejada por un pueblo libre […]. ¡Qué conciencia profunda de que las palabras siempre han sido rigurosamente vigiladas y administradas desde la reacción!

España, Una, Grande y Libre
Me casó mi madre con un muchachito que yo no quería
Por el Imperio hacia Dios
Hermana Marica, mañana que es fiesta, no iré yo al colegio ni irás tú a costura
Por la Patria, el Pan y la Justicia
Si me quieres escribir ya sabes mi paradero.

Pásmense, muéranse, muérdanse los puños y los dedos y las falanges, falanginas y falangetas, reaccionarios de España. Roer vuestro corazón viendo cómo ha podido el eurocomunismo descubrir vuestra trampa cervantina y, con sólo seis versos y vivísimo genio poético, imponer la reconciliación nacional, al par que no encubre sino que muestra en su lírica coexistencia la brutal oposición de la buena y la mala lengua. Así remata, líquida, anonada, la cuestión con claridad y justicia:

Tremenda pugna interna la de nuestra lengua. Siempre escondiendo el sentido progresivo de cosas, hechos y personas. Siempre enseñando el plumero de sus propios guardianes. Y aún lo que queda por hacer para liberarla.

He aquí al señor Vázquez Montalbán haciendo cada vez más autobiografía. No caerá la breva, sin embargo, de que le demos la razón volviéndola contra él. Convenciendo al lector de lo que automáticamente asocia: que para liberar la lengua de la reacción, si reacción es la estulticia, habría que liberarla del seudónimo Sixto Cámara. No. No se libera la lengua, precisamente por serlo, por no ser en sí sino instrumento, de los patanes que así la maltratan. Que maltratan la inteligencia en esa lengua o esa otra. Que pontifican con asombrosa estupidez sobre algo que no es sino ellos mismos, la estofa de sus sueños y de sus deseos, que retratan en cada consonante. Y bárbaro es el deseo, ¡pero tanto!


Porque éstos son los bárbaros de dentro, y ésta es, sobre cualquier otra, la gran barbaridad, la mayor barbaridad que la intelectualidad progre ha llegado a perpetrar en su engreído deliquio autocomplaciente, en su cegata venta de iguales de la buena conciencia de izquierdas. ¿Es posible mayor crimen contra la razón que el razonar contra ella? Todo es posible en España. Para la recuperación democrática de la cultura, las recetas exitosísimas del camarada Vázquez son prueba del aprovechamiento ejemplar de las sobras. De cómo alimentar la inteligencia de desechos. De cómo, al fin, por salvar el alma de la mala conciencia, les estorba lo único que la sostiene: el cuerpo infinito de la lengua en la que se encama su pensamiento. Pero cuando éste es hijo del palo y el palo le falta, ayunará en penitencia. Y si ha de mostrar su entendimiento con total libertad y sin excusa, antes que hablar libremente se cortará la lengua. Ésta es la propaganda de libertad para los jóvenes demócratas españoles: desconfiad de vuestra lengua, que con ella podréis decirlo todo y, así, pecaréis sin falta. Más vale que reparéis y cuidéis que en vosotros mismos, en vuestra lengua, en vuestro ser más íntimo, está el pecado, el pecado de reacción. El pecado que habéis de purgar, callando.

«¡Callad, callad, no habléis en lengua no bendecida! ¡Haced penitencia franquista!»: Éste parece el soniquete curesco de la izquierda oficial, éste el talento y el entendimiento de los escritores «progresistas» en nuestra lengua. ¡Demasiada lengua para tan poco entendimiento!

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 44 (mayo de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 44 (mayo de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.