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ARTÍCULO

ARTÍCULO

SEPTIEMBRE 1977

Jornadas Libertarias de 1977

Jornadas Libertarias de 1977

AJOBLANCO

¿Por qué unas Jornadas Libertarias Internacionales en el pasado mes de junio? ¿Fueron oportunas dada la avalancha de afiliación en los sindicatos de CNT, propulsora del encuentro, y el terrible estado de la crisis económica y laboral? Interrogantes, éstos, que ya fueron planteados en el mismo programa de las Jornadas y que todavía colean, para distintos usos, en la calle y los sindicatos.

Ajo, que colaboró en ellos por hallarse inmerso, independientemente, en el movimiento libertario hispánico presenta, a vuelapluma, algo de lo que representaron. Respetando todas las posiciones y pareceres. Creyendo que las Jornadas —a pesar de todo— airearon en el ambiente del país la fuerza revolucionaria del movimiento libertario que está en CNT y más allá de CNT. Intentaron romper esquemas después del lastre que nos dejó a todos el fascismo. Analizaron. Hubo propuestas. Inquietudes. Con apertura. Ampliamente. Pasado el verano, quedan ahí. En algunos, para la historia y la polémica. Para otros, entre los que nos hallamos, para el balance y realización. Unas Jornadas no concluyen, quizás, hasta que la praxis refleje sus propuestas. Presentamos, reemprendiendo la marcha que quisiéramos siempre fuera dinámica, este dosier, aceptando su parcialidad y acotamiento. Pero con ilusión. Como se prepararon y vivieron las Jornadas. Y lo brindamos al debate y la información sin resentimientos e intenciones turbias. Que la revolución social nada tiene que ver con océanos de resquemor.

Índice

− Índice

Debates

1. Valoración de la práctica libertaria internacional desde 1936

Precedido por un artículo, necesariamente abreviado dada la falta de espacio, en el Barcelona Libertaria, el día 22 se realizó en el Diana el primer debate de las Jornadas. El título era sugestivo: «Experiencias libertarias y Revolución a partir del 36». Luego se vería que los títulos sólo titulan y que no estamos acostumbrados —ni la mesa ni los «oradores» ni la base o espectadores— a centrar el debate y a exprimir todo el jugo de las experiencias, sean maduras o no. El artículo centraba los hitos principales de la CNT, olvidando un tanto las coordenadas, error en el que abundó el debate, citando la polémica revolución social —guerra al fascismo, situación entre el 39 y 50, sucesos del 51, década del 60 y nueva izquierda—. En una lamentable demostración de inutilidad oratoria luego nos pasearíamos por estos puntos perdidos como por un prado inmenso, sin polemizar, flotando en el aire sin rozar tierra —mucho menos llegando a las raíces— para acabar noqueados por el cansancio.

Abrió fuegos García Rúa en una intervención amablemente breve aunque deshilvanada, tratando de centrar el espacio 36-39 en un dilema guerra-revolución. Planteamiento exacto pero conocido que necesitaría datos y matices. No nos hubiera importado oír algo sobre las colectivizaciones, la columna Durruti, la organización en las fábricas y el crimen pecero de mayo del 37, pongo por ejemplo. Con un abracadabrante juego de manos se eliminó la única experiencia real de comunismo libertario para pasar a otros pagos insistiendo simplemente en que la CNT estuvo allí, cosa cierta, era la vanguardia —verdad—, se tenía que luchar por la revolución social —exacto— y las masas eran maravillosas.

Apareció luego Cipriano Damiano (estoy por llamarle Don Cipriano), que nos transportó a un vuelo espacial. Iba de resistencia —a partir del 39— y no tocó el tema de la inserción guerrilla-lucha de masas. Mágico. Trata de hacer una historia de la CNT como una organización más, con sus comités nacionales y tal (en el l° Esteban Palladors, que murió fusilado en el 46, en el 2° Juan López y así hasta el 17 en el que estuvo él), en lo que parece aceptar que había perdido la dinámica de masas. La represión obliga a la clandestinidad, está claro. Lo que no se tocó es cómo conjugar clandestinidad con democracia directa y otras formas de actuación anarquista, problemas de una vanguardia revolucionaria, etc; es decir, no se abrió debate sobre la clandestinidad.

Entre lacrimoso y medallero, Damiano cita fechas, finta problemas y condecora a la CNT. Acusando a fantasmas habla de un «pacto del silencio» por parte de la prensa —por poco dice «canallesca»— que ocultaba detenciones y actividades o las atribuía a los comunistas «para olvidar a los anarquistas que éramos los verdaderos enemigos». Es cierto, pero no creo que sea un factor determinante. Por otra parte es patente que un partido organizado tiene mayor capacidad de respuesta y que para un anarquista no va de eso, de respuesta, sino de revolución social y que ahí estaba el debate teórico, en analizar y tratar de dilucidar una vía ácrata en la clandestinidad. Olímpicamente ignoró los cambios sociales a partir del 56. Para él parece que la vida de una organización que o no es de masas o no es se limita a la historia de sus comités.

Cita luego la conducta heroica, de anarquista auténtico, de Peiró en el 41, que morirá fusilado por su negativa a participar en la CNS, o de las del 45 de Alcalá, que tendrán la misma postura, aclarando además que no pertenecían al Nacional porque cuando este comité cae en la cárcel es elegido otro automáticamente. En cuanto a comportamiento de hombres libres, honrados y responsables había dónde elegir y nadie lo discute, pero también otras organizaciones han pasado tiempo redoblando virgos tambores y falsifican demagógicamente su imagen ofreciendo las medallas de sus sufrimientos pasados y de sus viejas figuras de póster.

De pronto se comprueba que todo lo anterior era para preparar el «coco» del cincopuntismo. Da la excusa de la detención del Nacional, los tacha de «usurpadores» y al final les perdona la vida: «No les guardo rencor», afirma, insistiendo en que «la CNT fue vencida por el cansancio» y en que tiene la esperanza puesta en la juventud. Una juventud que no tiene por qué sancionar a nadie pero que fue regalada con 40 años, toda su vida, de fascismo.


Luego de Damiano, que bastante hizo para hurtar el cuerpo al morlaco que le tocó en suerte, hizo su aparición López Campillo, viejo FLP de inicios, en representación de la izquierda de los 60. Conceptos sabios pero básicos. Falta de peso de las organizaciones clásicas (a la CNT le toca esto de lleno y nadie lo analizó), nueva conciencia de rebelión, nuevas capas sociales manifiestan contradicciones dentro del régimen que antes no existían. España ha cambiado y no nos hemos enterado. Curiosamente insiste en que las organizaciones de entonces (ASU y FLP) desaparecieron «sólo por la represión». Magistral e hiperdialéctico.

Llega el plato fuerte, Cohn Bendit, y pasa del título. Anota, coherente, que él no es el 68 y lanza puntos polémicos que nadie recoge. Cómo articular un movimiento revolucionario de masas en una sociedad no revolucionaria. Cómo crear un movimiento solidario con los marginales. No menciona «sindicato», habla siempre de «movimiento». Insiste en la lucha RADICAL contra todo autoritarismo y, de pronto, le da el ramalazo anti PC y la emprende contra todos los proyectos de sociedad que no sean libertarios. La voluntad de las masas de conquistar más poder y libertad que la que ofrecen el PC y la izquierda tradicional es, según él, patente. El punto crítico de enfrentamiento con los gestores tecnocráticos será la utilización de la naturaleza contra el hombre que éstos desarrollan. Un detonador ecologista. No queremos técnica, queremos controlar el desarrollo de nuestras posibilidades.

Los problemas de traducción favorecen la aparición de un espontáneo Savonarola que nos sermonea una traducción purista ofreciendo una perfecta demostración de cómo ser autoritario defendiendo el antiautoritarismo.

Cohn Bendit marcó el punto clave de la sesión. Después tomó el micrófono una compañera de Mujeres Libres en una intervención superdilatada y que, desdichadamente, no he podido volver a ver y oír en el video, por no estar bien tomada. Resalto sin embargo que comenzaron por no considerar a la CNT como un Midas de toque mágicamente áureo y se dieron a la crítica acertando de lleno al hablar de una contradicción ante teoría libertaria y práctica, centrándola en el machismo y citando a Morales Guzmán al señalar cómo un obrero explotado y con militancia anarquista se transforma en su hogar en un pequeño ogro sacerdotal y despótico. Se podía llegar al debate sobre una moral libertaria —punto interesante—, pero todo quedó en digresiones, para pasar al compañero Colombo en el que vibra la cuerda trágica de la lucha en América Latina y su pesimismo lógico y natural. Luego de un cierto desconcierto y una corta alocución de López Portillo acabamos con García Rúa, donde se comenzó, que polemiza con Domingo sobre la prensa y manifiesta su confianza en la creación de estructuras con una estrategia a largo plazo, en el asambleísmo y en la democracia directa. Fin. Excitados y curiosos nos fuimos a pasear nuestra frustración a las Ramblas.


2. Marxismo y anarquismo ante las cuestiones del Estado y la política

Debate romo, donde se maximizó la falta de polémica, navegando entre doscientas aguas para no enfrentar directamente el problema teórico. Para los «oradores» el marxismo es su práctica. El marxismo no es libertario, luego el marxismo es malo. Elemental y a la calle. Un marxismo sin Marx, sin teoría y en el que sólo se insistió sobre dos o tres puntos prácticos que, por ciertos y sabidos, resultaban obvios.

La intervención del compañero italiano Giovanni resulta perfectamente ilustrativa. El marxismo es el Partido y son los tanques en Bolonia. Estoy de acuerdo en el más absoluto rechazo del compromiso histórico, pero su intervención fue un panfleto lamentable. Así no se aclara nada. Se cae una y otra vez en el aparentemente cómodo plano de los «hechos» y allí se critica a todos los marxistas y se alaba a los libertarios de los que no se discuten los hechos — ¡por su teoría!—. Así se insiste en que el marxismo, que para Edo es un fenómeno (sic), ha acabado siempre en dictadura, es decir, que de la filosofía de Marx arrancan todos los aspectos dictatoriales del marxismo.

Todos sufrimos los programas marxquiavélicos de los actuales comunistas, de centro, izquierda o supraizquierda. Todos conocemos el jacobinismo de estas sectas y la instrumentalización del militante en aras del Partido (instrumentalización necesaria en una organización que trata de tomar el poder). Por cierto que en ciertos momentos también he creído oír en boca de algún microfonero una insistencia en la organización, en la estructura, una magnificación del militante, héroe resurrecto cuyo drama personal se funde con la del «pueblo» o con el «destino histórico», casi un psicópata que ha sublimado la necesidad de su propia felicidad por la épica y a quien haría falta desmitificar. Todos conocemos su propensión a irse por las ramas del metalenguaje, a rizar el rizo de la exégesis, la recta teoría y demás. Pero era preciso llegar a Marx, a la concepción materialista de la naturaleza y de la historia que hace —perfecta hija del hegelianismo y de su afán de simplificar el mundo para comprenderlo—, de un proceso o concatenación de procesos en los que conviven mecanismos de causa-efecto con otros aleatorios y con la libertad por parte del hombre, una representación histórica de infantiles tesis antítesis y, como natural y «dialéctica» consecuencia, «síntesis». Tal vez sea aquí, en esta representación ideológica, y no haría falta acudir al cuento de la Dialéctica de la naturaleza (Engels), bastaría con releer La ideología alemana si se aguanta, donde radica el trueque mental que hace del hombre un átomo de la historia, algo absolutamente predecible si la IBM del Partido depura las tesis y las antítesis y hace de la clase obrera una mera abstracción llamada, pase lo que pase, a cumplir su papel histórico porque dialéctica dixit.


Unicamente Rúa, y no en el debate, sino en el Barcelona Libertaria del día siguiente, denunció una falacia del pensamiento marxista: la confusísima relación o interrelación «dialéctica» (un palabra que salva cualquier problema) entre infraestructura económica y superestructura ideológica o cultural. Casi todos los demás hablan de la práctica marxista, defendiendo el anarquismo o bien porque es «una expresión directa, sin delegacionismos, un movimiento integral que asimila todo como una totalidad que hay que revolucionar» (Rúa) o porque «basa la libertad no en la filosofía ni en la ideología, sino en el materialismo y la biología» (???) (Edo), o porque «es el concepto más armonioso tanto en lo social como en lo humano» (Edo).

También abundan ataques, siempre del mismo flanco. En un prodigioso alarde teórico Edo hace una pirueta («Marx decía: Para superar la filosofía hay que realizarla. Así pues para superar el capitalismo hay que realizarlo»), a la vez que acusa a los comunistas de terrorismo intelectual e inquisidores, lo que es dramáticamente cierto.

Mikel Orrantia tuvo una intervención coherente, aunque un tanto fuera del debate. Por otra parte tiene la única frase recordable de toda la sesión: «El anarquismo es la única teoría que puede suicidarse a sí misma renovándose». Tratando de crear algo a partir de una postura ecléctica, en un equilibrio un tanto abstracto, planteará que se habla de Marx, Bakunin, etcétera, pero no se establece una teoría para la liberación de la clase obrera (la clase obrera la establecerá o no se liberará, Mikel, las cojoteorías no se establecen en laboratorios). Después de afirmar que la duda es el único sistema válido para la vida cotidiana y de negarse a toda interpretación religiosa o ideológica pasó a establecer líneas organizativas (poder obrero de base, núcleos de barrio, pueblo, ciudad y no sólo de rama, etcétera). Al día siguiente perdería los papeles y daría con sus huesos en la cárcel, pero esto es otra historia.

En fin. La primera vez en mi vida en que presencio un debate sobre marxismo en que no se habla de teoría, aunque no quiera esto decir que se hablase de algo. Eso, una primera vez, ya es algo.


3. Organización y movimiento libertario

Tarde, muy tarde empezó el tema del tercer debate dedicado a la organización, pues los coloquiantes del tema del día anterior —Marxismo y anarquismo ante las cuestiones del Estado y de la política— se negaron a dejarlo medio colgado. El factor tiempo y el resquemor, imaginamos, en más de uno, a tratar tema tan espinoso como el de la organización, hicieron que dicho debate olvidara su nombre y se convirtiera en la comunicación de una serie de opiniones orales, como apuntes de una posible y futura discusión que se debería, mal pesara a alguno, abordar.

Ante el ambiente atento y caldeado, abrió el turno de palabras Colombo, argentino perteneciente a la FORA, actualmente exiliado en Francia, quien recordó al auditorio que «frente al triunfalismo» que llenaba la Barcelona libertaria de las Jornadas… «es preciso mirar los peligros del futuro que se nos avecina». Pasó a plantear seguidamente que el problema central, según su punto de vista, residía en la oposición existente en la actualidad entre proyecto revolucionario y movimiento de masas, pues, mientras la clase obrera sigue, hoy por hoy, integrada y alienada, los «revolucionarios» erigen un programa cada vez más distante de la realidad. «Esta situación —dijo, con una frase ya consabida— debe ser superada aceptando la contradicción misma». A continuación abordó el problema del sindicato «en tanto que estructura intermedia», e integradora, «entre clase obrera y Estado». «Éste no es —argüyó— el planteamiento de CNT», pues aun cuando existe en su seno el peligro de burocratización y dirigismo, éste puede paliarse si la CNT intenta potenciar al máximo una organización plenamente revolucionaria fundada, como base «esencial», sobre un proyecto anarquista, es decir, en el antiautoritarismo, las asambleas y la autonomía obreras. Empero no concretó ninguna salida organizativa válida para salir de la, por él planteada, y por demás evidente, contradicción. Su intervención se cerró con la referencia a la necesidad de «caminar hacia ver las posibilidades insurreccionales en los países más industrializados», es decir, un análisis de las posibilidades revolucionarias en todo el mundo. En general, su intervención, aun cuando abstracta, rozó puntos sobre los que importa mucho volver de forma sistemática.


El aire se iba solidificando, y los ánimos empezaban a rayar la ebullición, pues, al igual que en el transcurso de todas las Jornadas, la oposición entre discusión y debate, y acción (entendida sobre todo como «manifestación») volvía a ser planteada.

Como quiera que fuese, el turno de parlamentos continuó, teniendo como estrella al compañero Carlos de Madrid, quien después de excusarse por eludir toda una serie de temáticas que no pensaba abordar, la emprendió con los cuatro puntos básicos de CNT que, en el planteamiento que él hizo, no tocaron sino de refilón la cuestión planteada. Sin embargo, pese a no ceñirse de una manera absoluta al tema, como fue normal, por otro lado, en todos los debates que tuvieron lugar en las Jornadas, sí planteó un conjunto de problemas que afectan de forma directa a la actual situación de CNT, y es por ello que vale la pena citarlos. En primer lugar se refirió a la falta absoluta de opinión en el seno de los sindicatos, debida —indicó— a la posición voluntarista y personalista de algunos militantes que, con su actitud, toman en sus manos, aún sin quererlo, las riendas de las decisiones. Dicha merma de opinión crítica ante las situaciones supone asimismo una absoluta impotencia para llevar a término la autogestión dentro de la propia organización. Señaló también que «si no superamos tal situación, mal podremos ganar nuestro espacio inalcanzado hasta ahora, entre las filas de la clase obreras». Luego, al referirse a la «democracia directa», recordó la primordial necesidad que tiene CNT de dotarse de «canales de información rápidos y efectivos que posibilitan a cada militante actuar de forma inmediata en cualquier conflicto». Por último, entró de lleno, pero sólo de pasada, en el motivo central de debate, diciendo que, en su opinión, en la actualidad no era posible prescindir de la estructura sindical común de CNT, puesto que los sindicatos, hoy por hoy, son una forma de organización de los trabajadores, «pero se debe ir creando una serie de condiciones que permitan la lucha integral en todos los aspectos de la vida y la condición social», opinión en la que podemos estar de acuerdo, pero no vemos razón alguna para alargar más el tiempo preciso para abordar el planteamiento de la susodicha lucha integral en todas las parcelas de la actividad humana.


Crecía el fervor, pues de manera paulatina se iban dando informaciones acerca de los enfrentamientos que compañeros de una manifestación estaban manteniendo con la policía. Ya casi al final, un militante del Partido Sindicalista salió al paso de las tergiversaciones que se habían hecho sobre su «etiqueta» política, para luego soltar todo el programa del citado partido que, por no estar de acuerdo en términos generales con él, no reproducimos.

«La duda —enfiló al final del acto el compañero Cases— ante el hecho organizativo nos impide afrontar la solución de los problemas organizativos». Dicho esto pasó a referirse a las exigencias que implicaba una organización libertaria como CNT: compartir responsabilidades, propuestas comunes de organización, etc, ante la cual criticó con dureza el individualismo de algunos compañeros que —dijo— «nos está haciendo mucho daño». Acabó diciendo que el anarcosindicalismo exige una educación en los sindicatos para combatir todas las formas de opresión utilizadas por el capital y llegar a la comprensión de la revolución.

El acto acabó por un aplastante cansancio, y los problemas esbozados por los coloquiantes, y otros muchos que quedaron, con seguridad, en las gargantas resecas, no llegaron a debatirse como dijimos al principio. Si bien es posible entender las dificultades en las que se desenvolvieron los discusiones de los temas propuestos, como para que se pudiera arribar a alguna conclusión explícita, sí que cabe esperar que, al menos, las expuestas proposiciones sean abordadas de un modo frontal y a partir del conjunto de miras y necesidades del entero movimiento libertario y no restringidos al punto de vista de la actual CNT.



4. Alternativas libertarias pasadas por agua

Esperábamos con ansiedad el cuarto debate, ya que de él podían haber surgido las bases de una alternativa actual para desarrollar coherentemente el proceso libertario hacia el comunismo. Y nada. Había mucha gente, y no sólo española, que tenía mucho interés en analizar cómo un sindicato en el siglo XX, segunda mitad, puede recoger todas las corrientes radicales, convergerías dentro del movimiento obrero y dar una alternativa total a la sociedad del consumo y a la socialdemocracia. Italianos, en especial, que están dudando sobre la necesidad de montar la CNT en Italia. Y nosotros, que no acabamos de ver claro cómo una CNT puede sintonizar y recoger los últimos descubrimientos y avances del proceso revolucionario. Y nada. La manifestación de los presos destrozó el debate. Una «táctica» ya vieja para no tocar los temas realmente importantes en momentos cumbres que pueden desbordar a las organizaciones constituidas. Estamos con los presos, pero creemos que, en aquel momento, era mucho más importante el debate que una manifestación de 200 personas. Ya que los presos saldrán definitivamente de la cárcel cuando se instaure el comunismo libertario. En una democracia burguesa puede haber amnistía, pero continuarán entrando nuevos presos porque no hay nada que cambie. Desarrollar las bases de dinámica y de acciones que deben alentar el proceso libertario es básico para alcanzar la libertad. Pero el debate hizo agua por la dialéctica de unos señores que de libertario poco tienen y menos practican. Dirigismo, mañas, extraños sucesos obligan a los libertarios independientes a plantearse qué es lo que está pasando y qué es lo que haremos. Las Jornadas en este aspecto han sido un total fracaso. Todo lo más han mostrado que de Libertario todavía hay muy poco. Ya veremos. Pero sin este debate es difícil comenzar.


Enseñanza e instituciones cerradas

Es evidente que uno de los objetivos que se persiguió con las Jornadas es sacar a la luz, a la superficie, toda la amplia gama de facetas que conforman el pensamiento y la acción libertarias, como una nueva cultura, una nueva forma de entender y cambiar una sociedad que camina hacia el adiestramiento y la sumisión más absolutas. Es necesario reflexionar, debatir, y encontrar soluciones alternativas que ataquen a fondo una de las principales fuentes de transmisión de la ideología, valores y comportamientos del sistema: la enseñanza.

Esto es lo que se ha hecho en el saló Diana, en un amplio debate en el que se ha puesto de manifiesto que los libertarios tenemos elementos suficientes para entender el actual proceso de la enseñanza capitalista, analizarlo, y proponer alternativas que sirvan de punto de partida para una amplia discusión y puesta en práctica por parte de todos aquellos directamente afectados por el actual sistema de enseñanza.

Entendemos que el mismo concepto de «enseñanza» es un concepto pasivo y autoritario, que niega cualquier tipo de participación y de creación, ya que mantiene la existencia de «alguien» que explica, castiga, ordena y califica —el maestro—, y la existencia de «alguien» que recibe y sufre sus consecuencias sin ninguna posibilidad de resolverse y contestar —el alumno— . Vemos, pues, que ni las mismas denominaciones sirven para expresar lo que queremos hacer. Si estamos a favor de una sociedad sin clases, sin autoridad, sin policías, sin coacciones, sin Estado, es evidente que no podemos hablar de «enseñanza», pues es el resumen de todo ello. Hablamos pues de aprendizaje como posibilidad de creación y participación de todos, en el que nadie asume el papel de «dirigente» y represor, en el que no existen personas fijas que siempre dan y otras que siempre reciben, sino que es un proceso abierto a la vida, al conocimiento, a la capacidad creativa de cada individuo, que parte de las necesidades naturales de cada persona, y no rompe en ningún momento su evolución natural.


Siendo consecuente con estos planteamientos, un debate sobre «Enseñanza e instituciones cerradas» no podía iniciarse planteando selectivamente un modo determinado de discutir la temática, sino que era necesario que fuese la asamblea misma quien, espontáneamente, decidiese qué debatir y cómo debatir… De ahí el importante retraso con que empezó el debate. Pasaban los minutos, el saló Diana se iba llenando cada vez más y todos masticando el silencio, esperábamos a que otros iniciasen el debate. Hasta que finalmente alguien propuso elegir una mesa de discusión, un moderador que fuese anotando los nombres de todos aquellos que deseaban comunicar algo a la asamblea. Y de este modo se inició el debate. Un debate apasionante, sin programa previo. Cuando los organizadores propusieron terminarlo para proseguir con la programación prevista, la asamblea contestó que «el programa somos nosotros y el programa lo hacemos nosotros». Primero habló un maestro, obrero de la construcción además. Luego un histórico que recordó el espíritu de solidaridad y de respeto mutuo que se fomentaba en las escuelas racionalistas. Luego un alumno que remarcó la necesidad de la creatividad y de la supresión de programas; colectivos de barrio que informaron del funcionamiento de los ateneos; campesinos que hablaron de las colectividades y de que el sindicato, en cuanto cuestionaba la totalidad de la vida, era la mejor de las universidades…, títulos, notas, exámenes, programas, etc, fueron cuestionados, debatidos y juzgados como propios de una sociedad autoritaria.

Frente a toda esta concepción burocrática, se contrapuso el juego, ya que es mediante el juego que el niño empieza a conocer y relacionarse con el mundo que lo rodea, y es precisamente entonces cuando se le mete en una clase, cuando se le obliga a hacer tal o cual actividad. De este modo el proceso natural, este modo natural de conocimiento se rompe, se desconecta de la vida. La escuela está cerrada a todo aquello que signifique libre actividad, improvisación, espontaneidad, juego. «Proponemos pues —se dijo— un proceso de aprendizaje libre, sin coacciones, en el que las actuales formas de represión escolar —“maestros”, asignaturas, notas, clases, disciplina— no tengan cabida, y en el que las formas de organización colectiva y espontánea de todos sean las que estimulen el funcionamiento del aprendizaje.

»Estamos pues por un proceso de gestión colectiva; esto es, entre todos, de todos los procesos que forman parte del aprendizaje, basándonos en la autogestión».

Como formas de acción inmediatas está la creación de ateneos libertarios, escuelas populares, y de todas aquellas formas de aprendizaje naturales que rompan desde un principio con todo tipo de organización jerárquica y establecida.


La maltrecha autogestión

No podemos dejar de reconocer que AUTOGESTIÓN es una palabra horrible, con sabor a tecnócrata, a ministro del Trabajo… para uso y abuso de ingenieros, sociólogos, empresarios progres, humanistas, especialistas de la cultura y otras raras aves. Pero aunque nos inquiete la imprecisión y posible tergiversación del contenido de la palabra, nos interesa en cambio decididamente esclarecer e impulsar los hechos reales y concretos, las indiscutibles realizaciones que, más allá de toda ambigüedad, encierra esa palabra que, cual filón de fuerza, ha sustentado, fértilmente, todas las jornadas.

Autogestión significa que lo realmente determinante en unas relaciones humanas (de producción, distribución y consumo, o cualquier otro aspecto de la gestión colectiva) es el quién decide, quién tiene el poder de decisión, quién tiene poder.

Autogestión significa que unas relaciones son realmente humanas cuando logran eliminar la habitual separación entre decisión y ejecución, entre unos dirigentes y unos meros ejecutantes.

Autogestión significa que se logre por fin hacer innecesario, tanto individual como colectivamente, el más sutil de todos los «poderes separados», el dominio terrorista de los «especialistas» (urbanistas, artistas, vendedores de «gadgets» culturales, otros especialistas en colonización de la vida cotidiana).

«Autogestión» es la palabra difícil adoptada por todas las jergas de la tecnocracia para hacer referencia a lo que todo el mundo suele conocer bajo el nombre elemental y familiar de «democracia directa».

Como es bien sabido, la «democracia directa» se distingue de las demás formas de democracia por los dos principios por que se rige: 1) La revocabilidad en todo instante de la figura del delegado electo. 2) La constante autodeterminación de la base previo conocimiento de causa de qué cosa está en debate.

La «democracia directa» pone en crítica, tanto en el Este como en el mundo occidental, las jerarquizaciones sociales, el clásico esquema dualista de ancha base y reducida cúspide, implantándose el funcionamiento soberano desde abajo a arriba.


Se trata, pues, de establecer un control permanente y eficaz de la base sobre la cumbre que suprima la inevitable extranjería de esta última: la cumbre como elemento separado de la base, ajno a la base, enajenador de la base…

Se trata también de borrar las barreras que en nuestro mundo aíslan al hombre ciudadano, su tiempo libre y su tiempo de trabajo, su vida pública y su vida privada (y su privación de vida).

Añadamos que la autogestión, para ser efectiva, ha de ser total (económica, política, social, cultural, etc). Es, pues, más que una forma organizativa, una actitud, un talante, un estilo de vida, al que os convocamos a todos, ya, aquí y ahora.

El reproche de fondo que el poder hace a la autogestión es obvio: no le gusta que se halle colocada más allá del juego de la guerra fría y de las vergonzosas coexistencias pacíficas. Por eso, suele presentarla como llena de deficiencias y de insuficiencias. Para los occidentales, la autogestión es «el modelo yugoslavo»; para el bloque soviético, una perversión capitalista.

Se trata, pues, de encerrar una realidad innovadora en el viejo lenguaje de los últimos —tan difíciles— cuarenta años. Pero la verdad es que, aun sin convicción, uno y otro bloque tratan de coger en marcha el tren de la autogestión (en realidad, para preservar mejor las estructuras jerárquicas que reinan en el Este y el Oeste).

A corto plazo, salen adelante: es que la palabra autogestión refleja la aspiración espontánea y real de la base de la que dependen. A largo plazo, en cambio, no hacen más que proporcionar a la propia base unas armas contra ellos, en un oportunismo de vía estrecha.

Porque la base no es estúpida y cuando tome conciencia de sus posibilidades lo hará contra esos jerarcas que tratan en vano de manipular a cuanto elemento no-revocable se ponga por delante en sus afanes de ocupar el pedestal en permanencia. Esa base puede hacerlo.

La autogestión, en su dinámica, puede comportar más de una sorpresa por la sencilla complejidad de su proceso, al mismo tiempo meta última y camino que avanza hacia esta meta.

En definitiva, la autogestión no es sólo un horizonte o proyecto de renovación —la sociedad futura, en abstracto—, sino también la condición y garantía de dicho proceso de renovación —los rasgos indispensables propios de una alternativa al capitalismo, de la revolución hoy planteada— e incluso podríamos decir que el contenido mismo de esa renovación en puertas. Porque es buscando lo imposible como el hombre ha realizado siempre lo posible, y quienes se han limitado «sabiamente» a lo que les parecía lo posible, no avanzaron jamás un solo paso.


El Güell o la terrible ascensión de la fiesta

«Lo que se debía haber hecho es llevar a cabo los debates en el Parc Güell» —tal fue el comentario que uno de los miles de asistentes a las «Jornadas Libertarias Internacionales» hizo al ritmo ininterrumpido de la música—. Y no andaba del todo equivocado, puesto que en el transcurso de aquellas se dio a ver una notable escisión entre la «seriedad» de los debates que tuvieron lugar en el Saló Diana, y el Güell, espacio abierto a la diversión, al delirio colectivo, al debate espontáneo y amistoso, y, por qué no, al exorcismo colectivo de los demonios del individualismo, el aislamiento y la «utilidad» a los cuales estamos cotidianamente sometidos. De haber sucedido cuanto el espontáneo comentarista apuntaba, tal vez el rumbo de los debates hubiese cambiado, y se hubiera acabado con la separación entre espacio «útil» (el Saló Diana) y espacio «ocioso», «no productivo» (el Parc Güell). Lo cual habría acallado asimismo los comentarios frívolos y exentos de comprensión de cualquier mente partidista, y de algunos periódicos burgueses que no hicieron más que resaltar el aspecto estrambótico y «contracultural» del Güell. Pero dejémonos de ficciones y hagamos frente a la realidad que se desarrolló en el marco fraternal de la vegetal arquitectura de Gaudí.


Frente a la lógica del trabajo y de la lucha reivindicativa, la fiesta, negando a éstas, afirma la revalorización de todas las cosas, el cambio de las estructuras mentales (del individuo) y sociales, hace saltar los moldes que aprisionan la libre opinión, el espíritu crítico. Sí, el Güell no sólo fue una «fiesta» más, una de ésas a los que nos tenían acostumbrados el poder y los partidos, fue verdaderamente un espacio de libertad en el que la autogestión y la acción directa afloraron como piezas esenciales de un magnífico entramado que surgía joven y exento de caminos, pues éstos están todos en nuestras manos, como un haz de posibilidades aún vírgenes. Contra la lógica del discurso monocoral y extraño, se levantaba ferviente la creatividad ingente de los individuos en continuo debate acerca de sus problemas. Si bien hubo situaciones que la prensa burguesa calificó de «sodomización», «perversión» o «contraculturales», tales situaciones fueron superadas por la discusión abierta con los protagonistas de dichas situaciones de las que muchos no entendían o estaban en desacuerdo. Tal fue, por ejemplo, el tema del nudismo, tema que suscitó una amable y acalorada discusión a cuyo final se llegó al siguiente acuerdo: «Está bien que os desnudéis, pues sois libres para hacerlo, pero debéis explicar vuestras razones, pues tenéis que comprender que después de tantos años de represión y extrañamiento de la sexualidad y del propio cuerpo, para la mayoría supone un “shock” encontrarse ante tal espectáculo». Éste es uno de los múltiples ejemplos que podríamos aducir para defender la profunda «seriedad» que envolvió el ambiente del Güell. Digamos una vez más, y para terminar, que frente a la alienación y la integración de la clase obrera —para algunos insalvable—, los jóvenes libertarios izaron la bandera de la necesidad de cambiar, autogestionariamente y ahora, la vida, de cada uno y de todos, como premisa inescindible y precisa de toda revolución social. A la vez que demostraron la urgencia de que tales cuestiones, referentes a la liberación personal y al cambio de la vida cotidiana, pasen a integrar de forma inmediata el programa de discusiones de los diversos sindicatos y federaciones sindicales de CNT, en tanto que imprescindible comunión de factores que posibiliten una integral revolución social, si es que tal sigue siendo aún el proyecto revolucionario de CNT.


Tal vez si los debates y la fiesta hubieran tenido como único marco el parque Güell, se hubiese logrado esta integración entre movimiento de masas y un proyecto revolucionario que tuviera en cuenta, de una manera inseparable, la revolución social y la liberación del individuo.



Molino de viento en el Güell
FIRMA: TARA

Con la instalación en las Ramblas de una cúpula de cartón realizada por el Colectivo de Autoconstrucción y TARA dio comienzo, para estos grupos, las Jornadas libertarias. La cúpula estuvo en pie casi dos horas y fue un punto de atracción para los paseantes, los cuales mostraron gran interés por las Jornadas. Se vendieron cantidad de abonos y se formó a su alrededor una masa de curiosos; pero a instancias de la policía que acudió en defensa de la ley y el orden hubo que trasladarla a las inmediaciones del Saló Diana. Instalada de nuevo, la policía ordenó desmontarla, amenazando que si no, ellos (sí, los grises) se encargarían de hacerlo. (¿Serían capaces de desatornillar una por una las piezas de la cúpula o mandarían a los antidisturbios para que acabasen con ella? Nos quedamos en la duda). Los propietarios de esta cúpula decidieron desmontarla y se la llevaron para su instalación definitiva en el Parque Güell. Allí sirvió para cobijo de paquetes y de algún compañero sin lugar donde dormir.

En el parque ya se había instalado días antes un molino de viento colocado en lo más alto del Güell, que dio electricidad a otra cúpula, situada unos metros más abajo, también construida por el Colectivo de Autoconstrucción y TARA, los cuales a su alrededor colocaron unos paneles sobre la temática ecológica. Hubo desde carteles sobre el aprovechamientos de las energías del viento, solar y biofueles, hasta bioagricultura. En otros se hacía una crítica a la sociedad del despilfarro y a la sociedad industrial avanzada con todos los perjuicios que ésta comporta.

En las Tres Cruces donde se había enclavado el molino de viento se colocó una placa solar, con breves notas explicativas, que funcionó a la perfección; desde esa altura se contemplaba una vista terrorífica de la gran Ciudad Condal. El molino de viento sobresaliendo de entre las cruces daba la nota romántica y a la vez de esperanza, esperanza, sólo sabes bailar cha-cha-chá…

Unos compañeros que rodaban una película sobre las Jornadas se interesaron por el grupo, y en los breves momentos que duró el rodaje se les informó de lo que pretendemos y clarificamos un poco la problemática ecológica. La TV también nos hizo una entrevista para uno de sus programas en catalán.


Por las noches se pasaron diapositivas sobre las experiencias de TARA y Colectivo de Autoconstrucción en la Semana Ecológica de IBIZA, así como otras sobre tecnologías suaves y autoconstrucción. Estas sesiones no pudieron ser comentadas ya que en el mismo lugar había unos altavoces que rugían como demonios. Faltó la voz, pero la imagen sirvió para que no decayese el interés por la temática.

El último día se propuso un debate sobre Ecología y Anarquismo. Se celebró en la zona de vídeo del parque Güell, con notable asistencia. Algunos de los participantes expusieron sus preocupaciones por diversas zonas afectadas, otros sobre el despilfarro de comestibles en el Mercabarna. Se habló de las luchas de barrio para conseguir la erradicación de industrias peligrosas de la ciudad (hasta ahora en Barcelona lo más positivo), la autogestión de los recursos naturales, la problemática nuclear; un compañero inglés habló sobre bioagricultura como una alternativa a la agricultura industrializada. Como final, se convocó a los interesados a una reunión en los locales de TARA para el día siguiente.

A esta reunión asistieron compañeros de Euskadi, Centro y Catalunya. Cada uno habló de sus experiencias y la forma de ver la problemática ecológica. TARA puso a su disposición la revista Alfalfa para poder comunicar todo lo que se realice en un futuro. Se propuso intercambiar experiencias y agrandar las listas de contactos y colaboradores para que se extendiera a otras regiones que no sean las de siempre.

Como positivo de estas Jornadas podemos destacar la cantidad de compañeros interesados en la temática ecológica. Lo negativo sería la falta de tiempo para prepararlas ya que no pudimos hacer ningún contacto con el exterior para extender la invitación a compañeros que llevan bastante tiempo trabajando sobre ecología; por lo demás creemos que las Jornadas siguen y nosotros estamos abiertos a cualquier colaboración para conseguir un verdadero frente de lucha ecológica.


Ecología y movimiento libertario

SOS Planeta Tierra, podría ser la consigna. Pero ¿quién lo hunde? La praxis ecológica libertaria no sólo quiere desenmascarar a las mafias que hacen peligrar nuestra supervivencia, sino que —y sobre todo—, plantea la lucha y la alternativa radical. No permitamos que el apocalipsis del terror nos posea. Construyamos, con las herramientas apropiadas, nuestro hábitat.

Sufrimos condiciones de vida alienada, producto del desarrollo de la sociedad industrial; condiciones de vida determinadas por una relación jerárquica, incoherente con los procesos naturales, determinadas por la propiedad privada, que provoca la acumulación de la riqueza según intereses de clase.

Una de las causas de la crisis del actual sistema es la crisis ecológica, que es inseparable de la gran crisis en la concepción del mundo, del hombre, y de la relación entre ambos. El capitalismo considera la naturaleza como algo que debe ser dominado y explotado por el hombre y puesto a su servicio, en lugar de ver al hombre como algo incluido dentro de la Naturaleza.

El sistema de competición de todos contra todos, y que superviva el más fuerte, inherente al capitalismo, arguye fundamentalmente que el crecimiento económico nos traerá más «justicia social», abolirá las diferencias… ahora bien, esta estrategia (intentar que crezca el pastel y así llegará más a todos) ha resultado no sólo falsa, sino catastrófica.


Esta crisis parte de una contradicción o error profundo: considerar el crecimiento como algo ilimitado y exponencial, mientras que EL PLANETA Y LOS RECURSOS SON LIMITADOS. No se puede seguir creciendo alegremente, esperando que el simple crecimiento resolverá el problema.

La ideología del crecimiento ilimitado y la competición inherente al sistema de producción actual ha desarrollado el sentido fetichista de ésta, y junto a la crisis de superproducción, en determinadas áreas, ha dado lugar a la alienación consumista, la sumisión a la mercancía omnipotente, la crisis energética, el desequilibrio ecológico, el crecimiento irracional de las ciudades, la superindustrialización, el despilfarro generalizado y el cabreo del personal.

El hombre es reducido a tres funciones: productor, consumidor y espectador. La ciencia y la técnica no han sido puestas al servicio del hombre, sino a la obtención de beneficio para el capital. La parcialización y división del trabajo; dirigente-ejecutante; manual-intelectual; hombre-mujer; ciudad-campo, hace que entre otras cosas, por ejemplo, ni tú ni yo tengamos puñetera idea sobre posibilidades o ideas que nos son alienadas porque esta información la maneja el poder a través de sus especialistas. No sólo se trata de tener acceso a esa información (que normalmente hay que pagar), sino de conseguir una real reapropiación de esta tecnología, de los medios de producción del espacio y sus recursos y en general del poder por parte de la colectividad.


La fuerza crítica de la ecología se manifiesta en la capacidad de generar una praxis ecologista destinada a combatir el modo de producción actual causante no sólo de la explotación del hombre por el hombre y de la sociedad de clases, sino de la destrucción del entorno, y a enfrentarse a las contradicciones generadas por la urbanización burocrática y la estatificación.

Un buen ejemplo de esta capacidad son las luchas antinucleares que se están llevando a cabo por todo el Estado. La más reciente, en Euskadi, agrupó a más de 200 000 personas bajo la consigna «Costa Vasca, nuclear no».

Así, los viejos conceptos anarquistas de comunidad equilibrada, democracia cara a cara, autogestión, tecnología al servicio del hombre y sociedad descentralizada encajan perfectamente con las ideas clave del movimiento ecologista, y se han vuelto no sólo deseables sino necesarias para la construcción de un mundo mucho más viable que el propuesto por las tecnoburocracias del socialismo y del capitalismo.


La música libertaria pasada por agua

Músicos de todos los lugares, músicos de todos los pueblos: UNÍOS y comenzad la danza de la vida.

La música ha sido uno de los grandes revulsivos de la cultura antiautoritaria. La agresividad de una Joplin o las primeras contorsiones de un Mike Jagger forzaron una danza agresiva, macabra con la que se inició la decadencia total de las formas burguesas. Pero los mitos se integraron en el sistema y se convirtieron en plástico, en carne de casas de discos y en esclavos de managers que lo programaban todo, incluso el show revolucionario-progre-divino. El mensaje de sus LP ha sido una mercancía preciosa para el sistema y una manera de crear nuevos productos, nuevos ingresos y nuevo público. El dinero ha salido de nuestros bolsillos mugrientos para ir a parar a las multinacionales del disco. Aquí, en España, algo de eso empieza a ocurrir, a escala mucho más pequeñita, propio de la precaria economía de nuestro país, aislado hasta hace poco del resto de los países capitalistas. Tenemos nuestros mitos, instrumentalizados por los partidos políticos, guiados por unos managers primerizos con afán de superarse y pactar con comunistas, socialistas o derechistas para hacer real su agosto. Y sobre todo, ese afán vedetista y egoísta de querer ser estrella, de tener dominio, de llegar a los altares de la gloria y de la fama. Llach, Raimon, Patxi Andión, Andrés Dobarro, Raphael, el Pau Riba, los Dharma… todos, cada uno con su guiso, pero todos, por mucha timidez con que intenten disfrazar su carrera y su obsesión.

Durante las Jornadas, hubo música para todos los gustos. Durante los cuatro días, tanto en el Güell como en el Diana, el ruido corrió raudo para acompañar y promover el ritmo y la danza. Calidad musical: poca, casi nula. Vedetismo: poco, casi nulo, porque los grandes no estuvieron presentes. Dicen que no se les avisó. Otros, que la organización era un desastre y no sabían cómo conectar. Extraño, cuando los teléfonos de la organización estaban en todos los pósters e incluso salieron en los diarios. Pero la gente bailoteó, gimió, y «El Ocaña» y sus «muchachas» ayudaron con sus desplantes, provocaciones y desnudeces en el escenario a salvar la flama de la fiesta.


¿Qué pasa con el Rock Celtibérico? Hemos insistido varias veces, hemos apoyado el movimiento sin vacilaciones, pero ha llegado el momento de la crítica. Hay poco; la primera vez que lo oyes, vale. La segunda, cansa. La tercera te pone nervioso y la cuarta lo dejas en el trastero. Los Dharma nos encendieron muchas esperanzas… pero poca cosa. Reiteración, Zeleste… El Pau Riba, cansado y acabado, todavía no ha encontrado su sitio. Y los demás… tantas esperanzas enterradas que desde estas páginas lanzamos un SOS. Queremos música; la fiesta ya hemos aprendido un poco a practicarla. La música del Güell ni conmovió, ni conmocionó a nadie. Un inglés que jamás había escuchado música ibérica se quedó en un principio pasmado al oír aquellas notas que surgían desde el escenario, pero el tercer día me confesó que no le satisfacía en lo más mínimo. Y eso es lo que pasa. Ni Canet, ni Calella ni nada; tal vez habremos de ir a un barrio de Sevilla o a un rincón de Extremadura para escuchar música. Simplemente.


Cinejornadas Cinelibertarias
FIRMA: LUIS ONDARRA

La actividad desplegada en relación al cine durante las Jornadas Libertarias se polarizó en dos vertientes: por un lado los debates y por otro el visionaje de films, tanto corto como largometrajes.

En cuanto a los debates, a pocas conclusiones se llegaron pero valió la pena como encuentro e intercambio de puntos de vista en los que se aclaró que el proceso de búsqueda de un nuevo tipo de cine no se reduce a la renovación de las formas o la inclusión de contenidos más o menos revolucionarios, sino que exige la creación de maneras de producción diferentes que garanticen la independencia ideológica de los realizadores, así como la puesta a punto de canales paralelos de distribución en los que todo tipo de cine pueda manifestarse y quepa la posibilidad de una crítica colectiva in situ de las cintas proyectadas.

Se trata de que los espectadores dejemos de ser un mero ente pasivo y receptor, totalmente aislados en los juicios e imposibilitados para responder frente a las afirmaciones que incluye todo film. El problema, evidentemente, no se reduce únicamente a que en la sala sea factible o no hacer un fórum; la misma película ha de admitir, por su configuración y estructura así como por los contenidos que plantea, una continua reacción crítica, ha de provocarla, pero el hecho de que la sala lo admita ya es un paso muy a tener en cuenta.

Precisamente, en cuanto a cine-provocación, destacó la película de A. Artero, Yo creo que… por su búsqueda de un nuevo código de lenguaje cinematográfico. Nos demostró, una vez más, que en lenguaje fílmico no todo está descubierto, ni mucho menos. En ella comprobamos cómo la respuesta del público no tiene por qué estandarizarse a un coloquio tras el «FIN». El público palmeaba, se quejaba, pedía que se interrumpiera la proyección , o la defendía apasionadamente alegando que si a alguien le gustaba tenía también su derecho a ser respetado. ¿Tomadura de pelo? Quizá haya quien se sintiera defraudado, engañado u ofendido. Simplemente búsqueda de nuevas formas, porque el lenguaje en sí mismo ya es un contenido, y de lo más ideológico. Así lo afirmaba Artero, ni sorprendido ni desilusionado, tal vez estoico cuando decía que si la gente se acostumbrara a su código, tendría que investigar otros diferentes.


De algún modo, si hemos de hablar de un cine revolucionario (por ponerle un adjetivo suficientemente abstracto como para que no se tenga excesivamente en cuenta), creemos que por ahí pueden ir los tiros, sin excluir, por supuesto, otras formas. Esas otras formas, más tradicionales, serían las del cine documento histórico (CNT: Un pueblo en armas, Entre la esperanza y el fraude), cine reportaje (Can Serra, objetores de conciencia, Badalona sur mer, Viaje a la explotación, Cara Crua, etc), y cine de autor (La Boda de Emma Cohén por citar un ejemplo). En general, tanto en el caso del cine documental como en el de reportaje, el intento es fundamentalmente docente, informativo y de denuncia; tal tipo de cine cumple el papel de «antitelevisión», que tanta falta nos hace, y al mismo tiempo deja constancia de que es posible hacer cine de nuestra vida cotidiana, sin estrellas, Hollywoods o montajes fantásticos alejados de nuestra realidad. Es un cine de combate inmediato que interesa a la gente porque está en él, es su protagonista colectivo, que cumple un papel muy necesario con unos presupuestos artísticos sin pretensiones pero suficientes con creces.

En fin, intentando sacar alguna conclusión, nos preguntamos si existe o no un cine libertario. Y nos respondemos que no, que al cine no hay por qué ponerle adjetivos y que los mismos que lo realizan son los primeros en negarse a ello. Lo importante es entrar en una nueva fase de búsqueda, de investigación; el lenguaje del cine, su función social, no es patrimonio de los grandes ni exclusivo de los trusts industriales. Se está haciendo otro tipo de cine, necesario para oponerlo al cine consumo, al cine como forma de alienación. Las Cine Jornadas Libertarias nos han adelantado una tímida muestra.


Por una libertad sexual

El movimiento libertario actual de cualquier rincón del mundo se plantea el grave problema que supone la represión sexual para la liberación total del individuo y de la sociedad. Sin un sexo libre de tabús morales autoritarios no puede haber comunismo libertario y sin proceso de liberación sexual no puede haber anarcosindicalismo, si éste se entiende como el proceso solidario para llegar al comunismo libertario.

El Sexo es una de las actividades fundamentales del individuo y uno de los ejes a través de los que la sociedad autoritaria nos esclaviza e impide desarrollar la solidaridad fuera de las etiquetas morales judeocristianas, puritanas, capitalistas. La separación de los sexos; la degradación de la mujer y su situación de dominada por el hombre, tanto sexual como en el trabajo, y en general en la sociedad; el machismo correspondiente (en el sindicato muy libertarios, en casa muy autoritarios sin cuestionar siquiera la familia y excusando el miedo a la libertad bajo el epitafio de «no confundir libertad con libertinaje»); el etiquetamiento en compartimentos estancos de los que en un momento dado se declaran gays, lesbianas…; la integración a la moral del sistema que supone la mayoría de las consultas psiquiátricas o psicológicas, el léxico «pasados», «degenerados», «decadentes» con que se bautiza a los que se han revuelto decididamente contra los cánones morales de la sociedad represiva: Éstas y muchas otras consideraciones, incluso mucho más aparentes de libertad sexual, nos muestran cuán complejo es el terreno del sexo en materia de liberación. Iniciar el proceso de liberación supone arrancar de cuajo todos los reformismos «liberales» en materia sexual, de la misma forma que un sindicato anarquista debe, y de de hecho lo hace ya, arrancar también de cuajo todos los planteamientos de los sindicatos amarillos y reformistas. Ni el problema de la producción es un hecho aislado, ni el del sexo tampoco. Por lo tanto hay que armonizar los procesos y asumir todas las vertientes escapando de toda división, de toda separación en parcelas de los diferentes aspectos de la vida cotidiana. Una sociedad en la que la mujer consiga decididamente la total igualdad frente al hombre y en la que el hombre la asuma totalmente y en la que hombres y mujeres puedan disponer con libre decisión «psíquica y físicamente» de su cuerpo, ROZARÁ el proceso libertario. Porque un individuo no reprimido sexualmente es un proceso abierto hacia la anarquía y la solidaridad, es un hombre que ha roto el esquema freudiano y sus neurosis. Homosexualidad, Bisexualidad, Autoestimulación, He terosexualidad, Bestialidad son aspectos diferentes de una única sexualidad. No hay conductas normales o antinaturales, simplemente hay posibilidades, maneras diferentes de descargar la comunicabilidad, la efectividad, el gozo. Y es necesario gozar para afirmar la vida, comunicar y condensar cariño. Las diferentes opciones ni tan siquiera pueden llegar a ser determinantes en la vida de un hombre, ya que éste en un momento de su vida, por diferentes causas, puede necesitar y potenciar una relación de afectividad homosexual y en otra época, otra heterosexual, o bien conjugar ambas y ser bisexual. Ni los gais son sólo gais, ni los heterosexuales sólo heterosexuales. El parcelamiento es, en principio, una limitación y una neurosis provocada por la sociedad represiva, estratificada y autoritaria.


Los movimientos gais así son necesarios como medio de choque para despenalizar en todos los aspectos las prácticas homosexuales, pero un movimiento gai no puede quedarse en eso, pues inmediatamente pasaría a formar parte de la sociedad jerárquica y represiva. (Los gais con los gais: dejémosles su parcela y así callarán. Es lo mismo que al obrero al que, para integrarle, le doblan el sueldo). Y los movimientos gais están cayendo ya en el folklorismo peligroso desde el punto de vista revolucionario. El Estado, el machismo y reaccionarismo, el policía mental y la cultura penan toda actividad o actitud desviada, ya sea mediante la represión en el ambiente, incluso mediante los partidos de izquierda, y, ya de forma más directa, en las leyes: Código Penal-Ley de Peligrosidad Social-Ley de Prensa-Ley Antilibelo-Código de Justicia Militar-Ley de la Marina Mercante-… -… -. Censura.

La educación impide, tal como se plantea, el desarrollo normal de nuestros impulsos reduciendo progresivamente nuestras potencialidades, iniciándonos en la cultura de la muerte. El Estado está particularmente preparado para reducir todo intento de revolución. En el Este lo impiden por la fuerza de las instituciones psiquiátricas. En Occidente dejando correr, en principio, a los movimientos de liberación para después poder integrarlos creando nuevos productos para el mercado. Comunistas, socialistas y socialdemócratas son los que ayudan sistemáticamente a esta recreación constante del sistema capitalista, ofreciéndole nuevas posibilidades sublimales. La sociedad del Gozo es sistemáticamente reducida. El Estado para reproducirse necesita neurosis, familia, represión mental, miedo individual.

El que en los festivales de rock, de barrios, de partidos o sindicatos, algunos individuos se transvistan y salgan al escenario provocativamente y se desnuden, no es puro folklore, es una actitud deshinibitoria tras 40 AÑOS DE FASCISMO, en una actitud de denuncia contra una MORAL REPRESIVA, CASTRANTE.

Pero el Estado existe. La lucha continúa. Exigimos del Estado la abolición inmediata de la Ley de Peligrosidad y de todas las leyes que penan la libertad sexual. Exigimos a las empresas que no marginen al empleado que se declare abiertamente gay. Exigimos la abolición inmediata de todas las leyes que separan a hombres y mujeres y que militarizan al padre, frustran a la madre y castran a los hijos. El acto sexual no sólo es un agente reproductor (y para colmo del sistema: familia). El sexo es, ante todo, una capacidad expansiva, recreativa y creativa. Imaginación y gozo. El Edipo, los dioses del Olimpo y el Cristo crucificado en orgía sadomasoquista pertenecen a la cultura de la muerte y nosotros estamos empeñados en lo contrario. La resurrección del cuerpo, hoy-ahora-y-aquí.


Por un teatro libertario como alternativa radical

Comentó Barcelona Libertaria algunos aspectos del teatro realizado en las Jornadas. El Patito Feo, Fanfarria, Tripijo, Eskidoo 2 fueron algunas de las obras, más o menos aceptables, brindadas al respetable. Pero, que sepamos, el debate sobre el asunto quedó en el aire. Como la visualización de un teatro libertario con gana. ¡Gqjes del oficio! Con todo, transcribimos en este AJO algo que captamos en el ambiente de cuchicheos y está, como una saeta, horadando el mismo meollo del hecho teatral.

Nunca nos hemos sentido próximos a Brecht ni lonesco, por citar un par de nombres de teatro básicos. Y mucho menos de esta especie de parodia macabra que es el teatro en nuestro país. Últimamente, huimos del teatro como gato salpicado por calurientas chapuzas de vulgaridad y ñoña. Y, a pesar de todo ello —contra el mismo teatro que vimos en las Jornadas—, esperamos mucho del hecho teatral.

El teatro está malo. ¿Quién lo reanimará?

Ante todo, y ante ese principio de temporada, el Colectivo Ajo aboga por un teatro que dejando cursiladas y mariposeos varios, aborde el epicentro que estructura a manotazos todo aquello que pulula bajo el sol: que desenmascare los problemas del poder político. Tal cual. Si es que el teatro, como drama, quiere ahondar en los problemas reales de la cotidianidad. Si opta por la catarsis y la fiesta. Un esfuerzo en este sentido lograría plasmar, en nuestras escenas, un teatro que respondería a los intereses de algunos muchos que constituimos la masa que intenta escapar de todo tipo de módulo venido del pasado y lucha por obtener un proyecto de vida diferente: libertaria. Estaríamos, pues, por un teatro que mostrara, al mismo tiempo, la tragedia y lo ridículo del poder político, ya que no hay poder sin lucha ni lucha por el poder sin una dosis de bufonería. En sus más variopintas situaciones y delicias. Shakespeare, el gran olvidado de nuestra escena, ya sabía, como muchos de nuestros politicastros, algo de todo ello.


Pensamos también, y en esto no cayeron las Jornadas, que ya está bien de refritos cuando alguien quiere ponerse en plan marchoso de izquierdas. Tal es el caso, por ejemplo, de los eternos readaptadores del Brecht, cuyo teatro, como cierto tipo de anarquismo, corresponde al periodo de entreguerras. Y es ridículo retomar su obra, hoy, después de la experiencia estalinista. Los planteamientos son otros. Brecht abunda en el optimismo y la esperanza fáciles. Y hoy sabemos que no es verdad. ¿O es que en este país no poseemos el sentido del ridículo? Claro que, y mirando hacia atrás con ira, mucho mejor el Brecht ese que los platos servidos por las Asambleas, a cual más bleda: cero.

Pedimos, pues, y a eso íbamos, un teatro político en el que la arrogancia y la bufonería en el poder incondicional —sea cual sea— sean el sustrato conductor de nuestro teatro. Como en el teatro de Shakespeare o Racine para quienes el resorte o la motivación de lo trágico es siempre la lucha por el poder, las amenazas en su entorno, el poder por sí mismo. Necesitamos que, desde el espectáculo, se desenmascare los mecanismos de TODO poder hoy y su permanente conspiración a fin de preservar sus propias condiciones. Porque nos ahoga.

Pensamos que las bisuterías de un teatro frívolo, vodevilesco, encantador… no conducen más que a la esclerosis teatral que padecemos y al discurso histérico de lo que debemos hacer, evitando tocar la médula. Basta, para ello, de teatro psicologista, humanitario, historicista e, incluso, de denuncia epidérmica. Hemos cultivado ya, y con creces, un teatro del ridículo y del abuso, del repliegue hacia la impotencia y el masoquismo teatral para que volvamos a plantear, esta temporada, temas de amargura y desesperación, temas de estéril vodevil disfrazado de fiesta, como fruto de un masoquismo erigido en estética teatral, aquí, en estas bases.

¿O preferimos naufragar, entre susurros, olvidando la nave que se desliza en el horizonte?

Mucho debe variar el teatro para retomar su función.


Machismo intelectual y revolucionario: una lacra del pasado

Habitualmente cuando hablamos de machismo nos referimos a las relaciones entre el sexo masculino y el femenino y más concretamente a la dinámica de dominio-opresión que el primero ha impuesto históricamente sobre el segundo. No es éste el caso. He tomado prestado el término para significar con él un matiz de entre todos aquellos que lo conforman, una actitud individual: la de aquellos, sea cual sea su sexo, que basan su razón en la fuerza. Porque la violencia no es únicamente física o económica, sino que se puede practicar también en el plano intelectual, en el terreno de las actitudes y las opiniones (para ejemplos suficientemente ilustrativos véase los partidos autoritarios, los discursos de Hitler o cualquier mítin en nuestra geografía) y se manifiesta de las más diferentes formas, desde el oportunismo politiquero en las intervenciones orales, pasando por la demagogia oratoria y acabando en la más primitiva utilización de la fuerza bruta en el tono de voz. Sea como fuere, de lo que nunca se trata es de basar la razón en la entereza de los argumentos, convenientemente forjados en la confrontación y el debate.

Que estas prácticas autoritarias menudeen en los partidos nos parece lógico e incluso coherente dada su naturaleza; en lo que ya no estamos tan de acuerdo es en que proliferen en el movimiento libertario, como hemos podido comprobar tristemente en ciertos momentos de las Jornadas Libertarias. No queremos con ello decir —mucho nos cuidaremos— que haya sido la tónica general, pero sí que hemos podido observarlas en ciertos momentos «claves» y, la verdad, nos mueven a una cierta sospecha y desconfianza.

Para muestra un botón: el cuarto debate se convirtió en una batalla campal-dialéctica ante los atónitos ojos de quienes ni pinchamos ni cortamos ni tenemos ninguna intención de hacerlo; una batalla que para colmo continuó en el Parque. Todavía estamos maravillados al comprobar que el micrófono, después de un durísimo combate tuyo-mío (qué afición a los micros estamos cogiendo los libertarios), permanecía estoicamente en pie y los sufridos amplificadores no habían explotado, tan cargadas estuvieron las intervenciones en su punto clímax de ironías, segundas intenciones, gritos y provocaciones descaradas al aplauso. Al salir, desconcertados y con la capacidad crítica por los suelos, absolutamente en blanco, tuvimos que bebernos un largo trago de cerveza para empezar a tomar conciencia de la realidad otra vez. Y una realidad, lo decimos con desencanto, que no se veía nada clara. Y es que si se organizan unas Jornadas Libertarias con un plato fuerte que llamamos debates, lo que queremos es debatir, aclarar la historia, los hechos y a nosotros mismos, desarrollar nuestra conciencia crítica para saber dónde pisamos y por qué, de forma limpia, directa y sin manejos. No todos sabemos tanto como parecen saber algunos y creemos que las conclusiones sacadas entre todos tienen mucho más valor que los sesudos asambleístas y autogestionarios. Es lástima que en el debate más interesante, aquel que se planteaba la búsqueda de alternativas sobre las que proyectarnos unitariamente hacia este mismo presente, de hoy y de mañana, y hacia el futuro, inmediato o no, los resultados hayan sido tan pobres. No vamos a entrar ahora en la infinita y delicada discusión de si en las Jornadas hubo o dejó de haber provocadores, hubo o dejó de haber burócratas, se nos manejó o dejó de manejar. Difícilmente llegaremos a algún sitio por camino tan escabroso y desabrido, que se presta tanto a malas interpretaciones, maniqueísmos de que si éstos son los buenos porque son ácratas y aquéllos los malos por sindicaleros, y juicios excluyentes o moralistas. La prensa burguesa (valga el apóstrofe tan reiterado porque es una verdad más alta que la copa de un pino) ya se ha encargado de eso y el caso es que «en todas partes cuecen habas». Pero lo que sí queremos decir es que nosotros no conocemos la Verdad, con mayúscula y Absoluta, quizá porque de absolutismo no queremos saber nada y nos gusta escuchar lo que tiene que decir el de al lado.

En el fondo de todo esto parece ser que todavía hay gente que se toma la «Organización» (lo deben escribir así) como cuestión personal, y que salgan o no las cosas como a ellos les parece que deben de salir, se les hace asunto de vida o muerte (léase ciertos popes), con los consiguientes manejos para sobrevivir, lo que se nos antoja un loable instinto de conservación, muy necesario en estos tiempos que corren, pero cuyo objetivo está equivocado, pudiendo resultar altamente peligrosos cuando nos decimos antiautoritarios. Son elementos empeñados en hacer de los cargos un poder, un privilegio de información y presentaciones, que sutil o no tan sutilmente, con voluntad expresa o sin ella, acaban haciendo de su imagen la «Organización» en su sentido más lamentablemente orgánico, cuando la organización (esta vez con minúscula) no debería tener imágenes, o, lo que es lo mismo, debería ser la imagen de todos. No creemos que ésta sea la actitud idónea en un sindicato que se dice autogestionario.


También parece ser que ciertos otros individuos, no demasiado identificados algunos de ellos, entienden que para ser revolucionarios hay que liarse a tortas continuamente con la policía, cruzar coches, romper lunas, asustar a los pacíficos viandantes que no entienden nada de nada porque las cosas no se aclaran a gritos, y montar su propia guerra personal no sabemos con qué oscuros objetivos y en nombre de cualquier cosa, aunque se trate de muertos que no existen. No es que neguemos las manifestaciones, pero tampoco queremos convertirlas en una misa a la que hay que acudir puntualmente para ser verdadero anarquista y satisfacer nuestra culpabilizada conciencia. Tampoco nos gusta que nos chantajeen emotivamente porque con una manifestación no vamos a sacar a los presos a la calle y a veces es más positivo discutir las cosas y buscar alternativas de las que todos estemos plenamente convencidos para llevar adelante una revolución social que sí que ha de sacarlos de las cárceles. Que ya va siendo hora de un verdadero compromiso en la lucha, no anónimo y nocturno, sino personal y encarado tajantemente con el sistema, cotidiano, que nos permita avanzar firmemente más allá de los cuatro amiguetes concienciados, a través de una verdadera concienciación social.

Así pues, ni los unos, ni los otros, ni su batahola de discursos, acusaciones, griteríos y suspicacias que para nada sirven y, por contra, nos sumen en la confusión y el hastío. Quede claro que nadie es más revolucionario por gritar más alto, por tener más cargo o por exhibir más manifestaciones en su haber.

Pero cuidado, porque no acaban ahí las cosas y tampoco vamos a cargar lo sucedido en las espaldas de los más sonados, que estos hechos no ocurren si los demás no los permitimos. Me refiero a esas salvas de aplausos, calurosas y apasionadas cuya razón de ser no acaba de estar clara. Si se nos quiere manejar, al fin y al cabo cada uno es responsable de sí mismo y de él depende admitir o no las prácticas de que hemos hablado. Los aplausos no quieren decir nada, crean mitos, pequeños diosecillos a cuya sombra es agradable cobijarse y olvidarse de todo. Si con algo se está de acuerdo, se lleva a la práctica y se acabó; no tiene por qué personalizarse en nadie ni hace falta avasallar al de al lado. Que cada uno actúe según su conciencia y dejemos las palmas para diputados o senadores, a ver si así se sienten de una vez ridiculamente inútiles y descaradamente falsos.

Es necesario arrinconar las consignas, el instinto gregario reminiscencia de un pasado clandestino y frustrante, y empezar a construir el movimiento (ácrata, no vayamos a confundir) en nosotros mismos, sin excluir a nadie ni personalizarlo en ninguno. No hace falta que seamos uniformes, que estemos de acuerdo en todo; ¡ojalá cada uno fuese un mundo diferente! Las verdades con mayúsculas y el miedo dejémoslos para los partidos y sus inevitables políticas. Lo nuestro es trabajar para que la conciencia libertaria llegue a todos, no se quede en capillitas heroicas o puras, porque aquí, en este mundo y en este país, la revolución o la haremos todos o no la hará nadie, y si se hace algo por parte de cuatro voluntaristas (preferimos creer en sus buenas intenciones y dejémoslo estar) habrá sido trabajo en vano porque no será tal revolución. De modo que revisen sus ideas aquellos que practican métodos oratorio-consignerovocero-demagógicos, no sea que estén haciendo en la práctica lo contrario de lo que piensan o dicen en la teoría. (¿Hace falta recordar aquel insigne dicho de la niñez: «Si no haces lo que piensas acabarás pensando lo que haces»?). Y si su problema es personal y necesitan escucharse a sí mismos, sentirse líderes o rabiosamente revolucionarios, entonces les aconsejamos que la próxima vez, humildemente, dejen a otros los debates y vayan a refrescarse alegremente a la fiesta, sin manías, que nosotros igual se lo agradeceremos, y falta les hace.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 25 (septiembre de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 25 (septiembre de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.