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ARTÍCULO

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ENERO 1979

Feminismo: ¿nueva dependencia?

Feminismo: ¿nueva dependencia?

MONTSE PUIG

No deja de ser curioso que nosotras, que hemos existido siempre, nos planteemos la esencia de nuestro ser, busquemos después de dos mil años de historia nuestra identidad. La respuesta adornada con razonamientos lógicos y filosóficos puede ser compleja y llena de matices. La verdad cruda y no por ello menos cuestionable nos la facilita Simone de Beauvoir: La mujer jamás ha existido como ser humano, sólo ha existido como apéndice, en función del otro. «Si la cuestión de la mujer es tan ociosa, es porque la arrogancia masculina la ha convertido en querella. Cuando nos querellamos ya no razonamos bien. Es necesario rechazar estas vagas nociones de superioridad, inferioridad o igualdad que han pervertido todas las discusiones y empezar de nuevo» (El segundo sexo).

Se ha comparado a las mujeres con otros grupos sociales oprimidos: los negros, los judios, el proletariado, los pueblos del tercer mundo; sin embargo, nuestra cohesión como grupo, facilitada por aquellos rasgos propios, es infinitamente más débil. Nosotras no tenemos ni un pasado, ni una historia, ni religión que nos sean propias, tampoco tenemos, como el proletario, una solidaridad de trabajo y de intereses, ni tan siquiera aquella promiscuidad especial, que hace de los negros y judios en sus ghettos o de los obreros en sus fábricas y barrios una comunidad. «En vínculo que nos une al opresor no es comparable a ningún otro». (Sigue la cita). Los negros, judíos o proletarios pueden acariciar la idea de destruir físicamente a su enemigo y construir un mundo sin etnias ni clases. La mujer ni en sueños puede exterminar al macho, pretenderlo sería tan utópico como emprender la propia aniquilación. La división de sexos es, en efecto, un dato biológico, no un momento de la historia humana.

Imperialismo y poder patriarcal

Los movimientos de liberación no surgen casualmente, ni por generación espontánea, es necesario que, a las condiciones objetivas de explotación y opresión, se una el elemento subjetivo; voluntad o conciencia colectiva de romper y transgredir el sistema de dominación —la rebelión esclavista acelerará la desintegración del ya maltrecho imperio romano—. Se produce la síntesis que engendrará nuevas contradicciones en este movimiento centrífugo y en espiral que es la historia de la humanidad.

Sin pretender ser científica ni marxista —pedanterías reservadas a los hombres—señalo que la abolición del esclavismo negro en América puede considerarse como el inicio de una nueva etapa, la consolidación del modo de producción capitalista, que posteriormente fecundará al imperialismo o hegemonía de las metrópolis frente a la periferia, como gustan llamarlo ahora, sin que por ello queden definitivamente resueltas o salvadas las contradicciones blanco-negro, burgués-proletario, sino que permanecen como secundarias frente a contradicciones que devendrán principales.

Retomando el hilo, es escalofriante y produce un placer morboso pensar que las condiciones objetivas, léase sistema patriarcal, sea algo tan viejo, antiguo y fosilizado como la misma humanidad. (El matriarcado no es más que una hermosa leyenda, que nos hemos dado las «feministas» para tener algo nuestro). Efectivamente ha sido necesario barrer diversos modos de producción; asiático, esclavista, feudalista, capitalista y descubrir las lagunas del socialismo, para que pudiera despertarse el otro elemento indispensable. El grito de rebeldía de las féminas, para decir basta de ser hembras, estamos dispuestas a devenir personas.

Igualdad abstracta, conflictividad cotidiana

La lucha de las mujeres, desde las sufragistas hasta hoy, ha ido transformándose, dando saltos cualitativos al igual que la serpiente muda su piel al crecer. Lo cierto es que ha irrumpido en la última fase del capitalismo, o en el umbral del imperialismo. La igualdad política, jurídica, laboral, sexual y social son victorias asumidas formalmente por la sociedad en elegantes declaraciones de principios. Pero una cosa es la igualdad abstracta y algo muy distinto la conflictividad cotidiana en la que se plasma la desigualdad concreta. Es que muchas mujeres llevan una doble militancia, no en partidos políticos y organizaciones feministas, sino entre sus aspiraciones e ideas y sus actitudes y formas de comportamiento en la vida real. El miedo a descubrir la propia identidad, a enfrentarse con uno mismo, a emprender la aventura de ser personas, no es exclusivo de un sexo, muchos hombres, con su virilidad a cuestas, vegetan más que viven.


Como todo movimiento nuevo, el feminismo en sus inicios ha sido un revulsivo, un catalizador, que evidencia y saca a flote las contraindicaciones. Pero alerta con el triunfalismo pequeñoburgués. La fuerza de la radicalidad, de la contestación al sistema, puede ser flor de un día, temporal furioso que lo arrasa todo y engulle a los propios sujetos que lo han desencadenado.

Primero fue la sorna, la ironía o simplemente el desprecio la respuesta del sistema patriarcal a la lucha de las mujeres. Al poco los hombres, en tanto colectivo, olfatearon que de ello podían sacar tajada para autoafirmarse. La arrogancia masculina convirtió la cuestión de la mujer en querella de honor. Dieron la vuelta a la situación y hábilmente llevaron el juego a su terreno; superioridad, inferioridad, igualdad, o lo que es lo mismo, poder, jerarquía, prestigio, competencia, agresividad, dominación. De manera inconsciente habíamos aceptado las reglas del juego machista. Es por ello que las voces de mujeres lúcidas avisan: malfiados de la doctrina feminista a ultranza y mucho más de los feministas. «La acción de las mujeres no ha sido nunca más que una agitación simbólica, sólo hemos ganado aquello que los hombres han querido conceder» (Sigue la cita). Cierto que esto no significa despreciar la organización colectiva para la emancipación de la mitad de la humanidad, ni subvalorar los actos propagandísticos. Otra cosa es tomar la doctrina elaborada por las propias mujeres al pie de la letra, funcionar a golpe de consigna, y sumergidas en la colectividad olvidar el proceso individual.

Feminismo era igual a mercancía

El sistema —entiendo el término en sentido polisémico— tiene unos radares muy sensibles, que detectan a la velocidad de la luz aquellos movimientos que le pueden cuestionar; mientras sean doctrinas el peligro es sólo latente, pulsando entonces el mecanismo de control, acotamiento y vaciado de las aristas más peligrosas. La operación asimilación-integración está en marcha. Se trata de dar la publicidad, exportar el fenómeno, repetir hasta la saciedad que es innovador, progresista e incluso revolucionario. Mitificado en definitiva, para hacerlo normativo, digerible y por lo tanto controlado al negar su esencia. Sofocarlo.

Actualmente el feminismo, la liberación o emancipación de la mujer, la lucha de los sexos —da lo mismo la etiqueta— está de moda, es una mercancía, un nuevo producto lanzado al mercado del consumo no sólo de bienes de ideas y pautas de comportamiento. Los partidos políticos incluyen en sus programas las reivindicaciones de la mujer, y presentan entre sus candidatos a un 1% que sean féminas. Los medios de comunicación tocan el tema igual que el fenómeno de la astrología, porque tiene gancho y es la mejor manera de trivilizarlo. Los gobiernos lo utilizan propagandísticamente: el nuestro, muy europeo, copia de Francia lo de la Condición Femenina creando una subsecretaría de Cultura, que absolverá al antojo de Pío Cabanillas parte del patrimonio de la Sección Femenina, y encima se marcan un farol invitando a las Jornadas de la Condición Femenina a algunos de los grupos feministas para darles el gusto del derecho al pataleo. Las multinacionales lo saben y tratan también de sacarle jugo, la mujer protagonista del consumo, desde la industria farmacéutica que capitaliza los dividendos de los anticonceptivos pasando por el vestido y los electrodomésticos. Cabe preguntar. ¿Ha sido ya asimilado el feminismo y es susceptible de convertirse en un nuevo perpetuador del sistema, como el sindicalismo reformista, o la democracia formal burguesa?

El feminismo en España

En el Estado español el feminismo no adquiere entidad propia hasta 1975, en las I Jornadas de Liberación de la Mujer, celebradas en Madrid, que tenían más de políticas que de feministas. En Barcelona mayo del 76, las Jornades Catalanes de la Dona causan impacto tanto por su masividad, 4 000 mujeres, como por el contenido revolucionario de sus conclusiones. El movimiento ha cristalizado en nuestro país en variedad de tendencias subdivididas en diversos matices, reformistas, independientes, radicales, marxistas, libertarias, sindicalistas e incluso quien se reclama del feminismo científico como la Organización Feminista Revolucionaria. Simultáneamente coexisten muchas de ellas en organismos unitarios que pueden autodenominarse «Coordinadoras» con la finalidad de impulsar campañas sobre temas concretos y coordinar acciones que repelan las agresiones del medio. Es un movimiento minoritario pero que va creciendo progresivamente, se le puede definir como pequeñoburgués, pero no por procedencia de clase, sino porque las primeras que se han alistado han sido las mujeres que han tenido acceso a la cultura, aunque ésta sea decadente y burguesa. Hay infinidad de grupos con objetivos operacionales concretos: anticoncepción, defensa personal, aprendizaje de oficios, y… Esta variedad y la negativa de la mayoría a etiquetarse, encuadrarse, es lo que le da vitalidad. Sus contradicciones intemas son savia regeneradora, que se refleja en múltiples escisiones, desapariciones y formación de nuevos grupos.


El debate sobre el análisis del sistema patriarcal permanece abierto, partiendo de premisas bastante asumidas nivel teórico como la necesidad de destruir la estructura familiar. Opresión o marginación, así como la doble militancia, son temas ya bastante obsoletos, «la contradicción mujer-hombre va más lejos que los condicionantes de determinados sistemas económicos, regímenes políticos u formas de gobierno» (Feminista, adiós al macho, Solidaridad obrera, noviembre de 1978), afirman, y la búsqueda de la propia entidad va tomando cuerpo. En general se admite que el camino hacia la liberación es un doble proceso personal y colectivo, cierto que el nivel colectivo estimula, ayuda y permite saltos cualitativos, sólo alguna inconsciente fanática se atreve a negar que lo indispensable es el proceso individual, al que se puede acceder desde distintos puntos: a causa de la conflictividad familiar, de la frustración laboral, de la experiencia de una sexualidad satisfactoria; en cualquiera de las tres modalidades o por la vía de reflexión intelectual. Pero independientemente del punto de arranque, no se puede negar el ejercicio de reflexión, vivencia, acción que vaya acoplando las aspiraciones a la realidad.

Coartada o instrumento

El término «Feminismo» despierta hoy todavía actitudes variadas, desde el desprecio a la crítica airada, pasando por la compasión, tanto hombres como mujeres. Cierto que muchos confunden la expresión por alguna de las tendencias o grupúsculos del movimiento. Verdad que algunas mujeres no han sufrido jamás en razón de su sexo humillación alguna, y a éstas puede parecerles vano dedicarse a «fanatismos». El movimiento organizado de mujeres que trabajan colectivamente por su emancipación como grupo social puede ser a veces un instrumento valioso de denuncia, de fuerza que despierte conciencias de ambos sexos; pero, para otros, puede ser una triste coartada frente a la impotencia personal, al miedo a ensayar, realizarse o volar, una forma de descargar frustraciones al igual que organizaciones de otro tipo, donde algunos subliman ansias de prestigio, amor o poder.

Convenimos con Simone de Beauvoir que la cuestión de la mujer no puede plantearse en términos de igualdad, o desigualdad, tampoco a nivel de felicidad, sino en términos de libertad individual. Libertad individual entendida como que todo sujeto se concreta mediante sus proyectos, como una trascendencia, no asumiendo su libertad sino en su perpetua proyección hacia otras libertades. No hay otra justificación de la existencia presente que no sea su expansión hacia un futuro indefinidamente abierto. El drama de la mujer —prosigue la escritora francesa— es este conflicto, entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que se considera como esencial y las exigencias de una situación que la constituyen como inesencial.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 41 (enero de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 41 (enero de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.