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ARTÍCULO

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MAYO 1979

Mitos, ritos y fiestas populares. Entrevista con Sánchez Dragó

Mitos, ritos y fiestas populares. Entrevista con Sánchez Dragó

SANTIAGO TRANCÓN

El libro de Sánchez Dragó, Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, con dos ediciones a cuestas, sus 2 000 pelas de pago y un duro contenido, trata de temáticas que a AJOBLANCO le son eminentemente próximas. Un libro que ha aparecido, sorprendentemente, en el momento oportuno, cuando avanzamos ya hacia el Milenio con todo el renovado interés que supone por lo oculto, esotérico, mágico y luminoso, sustratos de toda fiesta auténticamente popular en su matiz mediterráneo o hispano. Dragó replantea, con su libro, a España como problema ante esa fecha sicológica que representa todo milenario para cualquier comunidad. El último Milenio, por ejemplo, nos regaló el cristianismo. Que no es poco follón. Y cree que el hombre es mágico y, artificialmente, racionalista y positivista por toda la represión que supone el monoteísmo, la revolución industrial y demás.

Con el pensamiento mágico, pues, insiste Dragó, volvemos a resituar la fiesta como lugar donde degustar el mundo originario como paraíso perdido; entendemos la fiesta como explicación del mundo en toda su gama de pluralismos y transformaciones que son, en resumidas cuentas, un intentar meternos de nuevo en ese magma inicial, fértil, del que habla Jung y del que Freud y Marx, con Darwin, por la exclusividad latente de sus doctrinas, son los modernos corruptores junto al automóvil y el rock.

«Dejaremos de ser, si no volvemos a ser lo que fuimos». Así, categórica y enigmáticamente nos lo vaticina Femando Sánchez Dragó en su libro Gárgoris y Habidis, esa inquietante historia mágica de España. Pero, ¿qué puede significar eso de volver a ser lo que fuimos? ¿Un intento utópico y desesperado de parar la historia y volver sobre sus huellas? ¿Una fantástica y apasionante aventura como única salida ante la trivialidad y el aburrimiento de la vida moderna? ¿Pura literatura o literatura pura, viva y palpitante, que borra toda frontera entre mitos y hechos?

Sueño, disparate, historia y literatura mezcladas y convertidas en una misma cosa, bajo ese extraño y poderoso impulso que nos lleva a buscar, conocer o inventar nuestros orígenes —lo más primigenio y lo más permanente de nuestra historia—, fantasía a la que van a parar un tropel de locuras y deseos: eso es Gárgoris y Habidis, reconstrucción imaginaria de los hilos de nuestra historia mítica que tiene el mérito de no ser petulante, ni místico, ni doctrinario, sino riguroso, convincente y apasionado.

Sobre el fondo de esta «historia mágica» que Sánchez Dragó vive y revive, crea y recrea —y cuya razón o sentido no le vamos a discutir ahora—, hablamos con él sobre las fiestas populares en España. Las preguntas, por innecesarias, las dejamos en el tintero. A cambio, aderezamos el asunto con citas sacadas de su libro, sin otra pretensión que la de ofrecer a los interesados o futuros iniciados un «enganche» para que vean por dónde va la cosa. Lo demás, queda al arbitrio y el delirio de cada uno.

España, refugio de lo exótero

En la España antigua confluyen los mitos más arcaicos y provocadores del Occidente europeo… […] La fama de intolerancia que se nos asigna al norte de los Pirineos responde en gran parte a las contradicciones impuestas por el hecho de ser finisterre atlántico, lindero entre el mar de la cultura y el océano tenebroso, encrucijada de Europa y África, plataforma bélica para dirimir el encontronazo del logos central con el caos mágico de las regiones periféricas… Vicente Risco llama exótero, colocándose en una óptica relativa, a todo aquello que en un momento dado resulta incomprensible a la luz de los valores culturales predominantes. […] Es evidente que la cenestesia de lo periférico —y, en cuanto tal, extraordinario— se agudiza en los países limítrofes, razón ésta por la que España se ha convertido desde los tiempos más remotos en algo así como el vertedero del subcontinente occidental: un baluarte ocultista tolerado, poro nunca aceptado del todo por el resto de Europa. […] De grado o por fuerza, seguimos siendo tierra exótica y poco de fiar, aunque excitante.

Lo primero que habría que decir, aunque suene un poco a chauvinista —que no lo es, sino fruto de la estricta observación—, es que España es el país más rico en fiestas folklóricas y populares de todos los que yo he conocido —y he conocido casi todos los países del mundo—, el más rico en fiestas folklóricas conservadas, y no sólo históricas. Probablemente este hecho es el que da sentido a un libro como el mío. Esto quizás sea debido a una doble confluencia geográfica. Por lado, nuestra situación entre el Mediterráneo —que nos convierte en depositarios de la cultura clásica— y el Atlántico —por el que se va a descubrir y entrar en contacto con América—. Por otra parte, este país es el eje entre Europa y África, lo que hace que por aquí hayan pasado tantas razas: judíos, moros, orientales en general… Todo esto creo yo que es lo que ha motivado que este país sea el más rico en folklore del mundo.

Por una parte, caos sagrado; por otra, la religión represiva —la católica en este caso—, que a pesar de su represión también desemboca, al menos una vez al año, en esas grandes orgías como son los carnavales o los sanfermines, o las fiestas brutales del interior de la península, en que estallan todas las pasiones contenidas. También cada semana, el sábado, ocurre lo mismo, el sábado se subvierte e invierte el orden social, hay más libertad, la gente sale de casa, se emborracha, las mujeres van más descocadas, incluso entre los matrimonios hay más libertad. El apogeo de esta subversión de valores se da en noches como la de san Silvestre, con esa especie de barrido unánime que estalla en la Plaza del Sol de Madrid o en las Ramblas barcelonesas o en la plaza mayor de cualquier pueblo alrededor de las doce uvas de fin de año.

Hay muchas fiestas cuyo núcleo es cristiano, como en las romerías de Semana Santa o en los carnavales, que son un estallido de la carne antes de entrar en el período de la Cuaresma, que es un período de cuarentena antes de la palingenesia, antes de la resurrección que se va a producir el sábado de gloria. Hay otras en que ese núcleo es pagano, como en el caso de la brujería y todos sus derivados, que no es más que el antiguo culto a Dioniso, que subsiste clandestinamente al imponerse Roma.

Ágape y caos: Anarquía feliz

Pero el tiempo pasa y vuelve el Tiempo. […] Lo que no es histórico, y más aún lo intrahistórico, bien puede servir de metáfora a la historia e iluminarla… […] El mundo es simultáneo. Jamás ha existido el tiempo. Jamás el ayer. Los sucesos de la historia suceden, pero no se suceden. […] ¿Disparates? No del todo. Mejor hablar de orgía, de mundo al revés, de eterna lucha por subvertir el orden social e imponer el cósmico.

Todas las fiestas folklóricas españolas se originan alrededor de un núcleo religioso, en el doble sentido que puede tener la religión; por una parte existe la religión libertaria, es la orgía, el ágape, son connotaciones de sociedad secreta. Hay otras fiestas que son absolutamente paganas, como las de la tauromaquia, las del tótem de los primitivos pueblos iberos.


Todo este conjunto de fiestas se agrupa alrededor de grandes ciclos, los grandes ciclos de la naturaleza regidos por el sol.

En el ciclo de otoño, en el mes de noviembre, se producen las fiestas de la muerte, de los difuntos. En Navidad la fiesta coincide con el solsticio de invierno, el momento en que el sol alcanza su nivel más bajo respecto a la tierra, es el momento de la muerte, pero también el de la resurrección. Luego hay un pequeño paréntesis, —ese pequeño inciso que es el Carnaval— y viene la consagración de la primavera, el sábado de gloria en que estallan las campanas llamando a la vida después de esa iniciación que supone la Cuaresma y los días de la Pasión de Cristo. Y, por último, las fiestas de verano que giran en torno a la Noche de San Juan, que coincide con el solsticio de verano, cuando el sol alcanza su plenitud y por tanto la vida se produce con mayor vitalidad y mayor desafuero. También está la fecha del 15 de agosto, que es una especie de despedida, el verano prácticamente se da por vencido, es una fecha clave que se celebra en casi todos los países y que aquí coincide con las fiestas de la Virgen.

Todas las fiestas corren paralelas a las estaciones porque su origen está en la religión y la religión surge ante el estupor que al hombre primitivo le causaba la contemplación de la naturaleza y de sus fenómenos climatológicos; esto explica que la mayoría de las religiones primitivas, e incluso las no primitivas, sean religiones panteístas. Todas las religiones del Mediterráneo, por ejemplo, son religiones solares. Las gentes bienintencionadas, en nombre del progreso, o las malintencionadas, en nombre de la represión, se asustan siempre porque esto es ingobernable: la gente al llegar estas fechas está sometida a un ciclo natural cuya alteración yo creo que puede producir consecuencias muy graves e incluso somáticas en el ser humano. Por ejemplo, el hecho de que la Semana Santa se haya paganizado y la gente la haya convertido en una fiesta de jolgorio, de turismo y francachela, pues me parece una barbaridad, pues antes de que llegue la primavera es necesario un período de reposo, de meditación, por así decir, de luto y de colores negros y opacos antes de ese gran estallido de colores de la naturaleza que es la primavera.

Ese gigante que va mugiendo avanza

Y es que, vueltas y revueltas, tratándose de asuntos peninsulares, siempre acaban por asomar las astas de un bovino. […] Sabemos, efectivamente, que el culto al toro fue prehistórico y sagrado, mientras la «tauromaquia» o fiesta nacional es histórica y profana. […] la corrida, como en diferente tiempo y lugar le ocurrió a la tragedia griega o a los juegos circenses de Roma, surge de la evolución hacia lo lúdico superpuesta al ceremonial primitivo. En otros términos: la idolatría se resuelve en magia, el tótem en artefacto de tramoya y el arrobo místico en emoción deportiva o placer visual. […} Nadie vive o muere en absoluto. Nada es a carta cabal y, por ello, nada deja de ser.

Las fiestas que resultan siempre especialmente teatrales son las del toro, porque el toro divide a los que participan en la fiesta tajantemente, debido a su agresividad, en actores y espectadores, gente que mira con asombro y gente que interviene con arrojo, que esta es la esencia de la dramaturgia, gente que mira y gente que interviene, pero aquí la distinción no es impuesta, nunca marca una separación como la que hay entre el patio de butacas y los actores, ya que es el toro y la naturaleza de cada cual el que la impone. Hay quien es cobarde y cuando ve al toro se sube a un árbol y hay quien es valiente y lo busca y lo torea a cuerpo limpio.

Muchas de las fiestas relacionadas con el toro han desaparecido —como otras— por prohibiciones civiles y eclesiásticas a lo largo de los siglos —sobre todo a raíz de la llegada de los Borbones—, pero todavía se conservan bastantes, también a pesar del franquismo, que hizo todo lo que pudo para acabar con ellas. Muy curiosas son, en este sentido, las fiestas que se desarrollan alrededor del llamado «toro de san Marcos», más o menos hacia el 25 de abril —fecha de las «rubigalia» romanas, que eran fiestas agrícolas—, que se celebran por Extremadura y Salamanca, pero que tienen ramificaciones por toda la península, y consisten en coger a un toro de los campos y llevarlo a misa —es un claro ejemplo de mezcla de fiesta sagrada y fiesta profana—. El toro, vestido con sus mejores arreos, asiste a misa y a veces se le acerca el altar en una especie de comunión simbólica. Después hay un cortejo, presidido por el cura, los monaguillos y las autoridades, en el que el toro es devuelto a las dehesas. En su origen el toro era bravo y se le amansaba emborrachándolo o casi por milagro: iba el cura, le hablaba y entonces se convertía en bueno, y luego, después de asistir a misa, volvía a ser malo. A veces tiene variantes, como en la fiesta que se celebra en Arnedo, un pueblo de la Rioja, en la cual, al acabar la misa, se suelta al toro y el cura y los monaguillos tienen que correr delante de él arremangándose las sotanas, con las capas pluviales, las estolas…


Otro ejemplo de mezcla entre tradición pagana y religión católica son los extraordinarios carnavales de Ciudad Rodrigo (también en Cádiz y en Tenerife hay fiestas parecidas), en los que aparece, además, el toro; hay encierros y se corre al toro con personajes disfrazados.

Muy curioso también, aunque pasando a otro tema, es el llamado «toro enamorado» o ensogado de Benavente, que es un espectáculo de una crueldad inaudita, porque se trata de una venganza ritual. Parece ser que, en el siglo XV o XVI, un toro mató al hijo de los condes de Benavente, y entonces surgió la costumbre de que, en ese día en que murió, los condes de Benavente pagan un toro ensogado, que se corre por la ciudad, y toda la gente, con palos, patadas, pedradas, corre tras él hasta matarlo; luego todos los mozos del pueblo pasan ritualmente por encima de este cadáver mojando las manos en su sangre.

Orden cósmico y vaivenes de la naturaleza

Pero lo orgiástico —dicen los maestros— es sólo el contrapunto microscópico del caos o plenitud (ambos términos valen aquí lo mismo), respectivamente desencadenado o alcanzado en el macrocosmos. […] ¿Será necesario añadir que bajo tan singular despliegue mitológico sólo resopla el vaivén de la naturaleza?

En Abejar, provincia de Soria, se celebra el llamado «toro de la barrosa», que es importante por ser una reminiscencia mitraica, quizá la reminiscencia más clara y evidente que queda en el mundo. La iniciación mitraica consistía en que el hombre que se iba a iniciar se sumergía en una cuerda oscura y allí se derrumbaba sobre él sangre de toro. Después del rito, después de haber pasado bastante tiempo cubierto con sangre de toro, salía violentamente a la luz del sol, donde estaba la multitud que lo vitoreaba. En esta fiesta del «toro de la barrosa» se construye un simulacro de toro en cartón piedra, debajo se colocan los mozos del pueblo y se les vierte encima grandes pellejos de vino —que evidentemente simboliza la sangre—; cae por las rendijas y los mozos tratan de beber ese vino y se cubren los vestidos, la cara, todo, se emborrachan, y luego salen de allí y son aclamados por la muchedumbre a la luz del sol. Es claramente un taurobolio.

En el cogollo de la Celtiberia

El estudio de la historia me interesa en esta dimensión junguiana: analizar el proceso por el que el hombre, a costa de su felicidad, se aleja de los arquetipos; averiguar cuándo y por qué la peripecia humana vuelve a sus orígenes; aprender el camino de regreso al antiguo arcano, solidario, común y a menudo tenebroso ser congénito.

Hay muchas fiestas de toros por toda la Península: el toro de Tordesillas, el toro de la ciudad de Toro, el toro de Cristo de Deza, Coria, Simancas, Fuenteguinaldo… acabaré contándote las fiestas de Soria, que quizás son las más arcaicas y las mejor conservadas de la península; Soria es la provincia más rica en fiestas de toros por ser el cogollo de la Celtiberia.


Las fiestas de Soria son fiestas del solsticio de verano, de la Noche de San Juan. La ciudad se divide democráticamente en doce cuadrillas (que responden a cada uno de los meses del año) y cada barrio pasa a pertenecer a una de esas cuadrillas. Se financian doce toros, que son justamente los que se van a sacar en la mañana del Jueves —La Saca—, desde una especie de vaguada, en Valonsadero, donde hay unas pinturas rupestres prehistóricas que curiosamente reproducen exactamente la fiesta tal como se celebra… Pues bien, allí, en uno de esos caminos de cordel de la trashumancia, en la Extremadura soriana, se recogen estos doce toros que al día siguiente van a ser corridos, seis por la mañana y seis por la tarde. Las corridas son gratuitas, porque todas las fiestas las financia el pueblo voluntariamente. El mes anterior a las fiestas los mozos van de casa en casa diciendo a la gente si quieren entrar en fiestas, lo que quiere decir que si quieren dar algo de dinero. Son fiestas muy democráticas porque además las autoridades no pueden actuar en ellas; la autoridad durante las fiestas pasa a jurados que llevan unos bastones de mando con empuñadura de plata muy antiguos. (Esto suele suceder en todas partes, las autoridades suelen inhibirse de este tipo de fiestas). Las fiestas de Soria hubo tentativas de prohibirlas en época de los Borbones y en la franquista y nunca ha sido posible. El primer motín contra el franquismo después de la guerra fue motivado por la tentativa de prohibir estas fiestas. La parte más teatral de la fiesta es la del Sábado Agés y la del Domingo de Calderas. El sábado las cuadrillas, para recuperar parte del dinero invertido, subastan trozos de toro cada uno en un lugar clave de la ciudad, la plaza mayor, el porche de una iglesia antigua, etc. Se subastan los interiores del toro, la piel…; pero la carne no, que servirá para lo que luego veremos. En la subasta corre el vino gratis y existe la costumbre de que aquel que toque alguna de las partes que se subastan quiere decir que aumenta la apuesta anterior. En esto sólo pican los extranjeros, porque los de la ciudad se lo saben muy bien y no tocan… Al día siguiente las doce cuadrillas preparan unas enormes calderas con guiso de toro, las engalanan con flores, figuras, adornos…, desfilan procesionalmente con ellas por la ciudad y se instalan en el parque público y allí el pueblo de Soria va pasando y se les da un trozo de carne de toro, que es la comunión con el Becerro de Oro, la adoración del dios Moloc… Naturalmente, en esta comida de carne de toro, lo que se pretende es adquirir la fuerza genésica del toro. El toro es un animal macho por excelencia.

«Sabemos, efectivamente, que los toros poseen un vigor genésico fuera de lo común, y que esta cualidad se debe a una especialización biológica provocada por los pastores. O por los mamporreros, casta maldita del gremio. La mutilación de casi todos los machos, para hacerlos animal de tiro, subraya la virilidad de los pocos que escapan a esa deshonra. Tiene el toro que joder por sí mismo y por el buey. Ni proverbio ni aleluya: norma de vida».

Aquelarres, danzas terapéuticas, fuego y follones

A nadie se le oculta que quienes intentaron trajearnos con ternos europeos, a base de quemar brujas y expulsar infieles, estaban más que convencidos de pertenecer a una patria pagana y embrujada. La Inquisición es una neurosis de respuesta al extraño clima imperante en la Península Ibérica desde que se tiene recuerdo de ella. Nadie tan proclive a creer en fantasmas como quien se dedica a ahuyentarlos.

En la provincia de Soria, volviendo a esta subversión del orden social a la que nos referimos antes, se celebraba, hasta hace poco tiempo (creo que ahora está prohibida), una misa sacrílega, una vez al año, que también es de una democracia inaudita, pues las autoridades, incluidas las eclesiásticas, permitían celebrar una misa sacrílega dentro de la iglesia para que los pocos ateos o los pocos impíos y blasfemos que había en el pueblo tuvieran también su oportunidad una vez al año, y, allí, durante la misa podían blasfemar, escupir las imágenes y decir todas las barbaridades que se les ocurriera.

Pasando al tema de la brujería, hay que destacar el acto que se celebra el 15 de agosto, fiesta de la Virgen, en Zugarramurdi, el campo de las brujas más famoso de cuantos hay en España. Allí se asan dos carneros en la cueva y se cogen unas borracheras monstruosas. Después se forma un desfile; cogidos de la mano o con unos pañuelos, van todos los hombres y las mujeres que han participado en la bacanal, por el pueblo provocando a las autoridades. Luego se reúnen en la plaza mayor bailando una danza vasca íntimamente ligada a todos los ritos de brujería.

Las llamadas danzas terapéuticas, tan extendidas por toda España, sobre todo las tarantelas, provienen de ritos megalíticos, y se celebran entre el mes de diciembre y el de abril, que corresponden al ciclo de muerte. Con estas danzas se pretende curar a los enfermos, a los locos, a los infectados —la tarántula es el símbolo de esa infección— que realmente se curan. Otra danza, no terapéutica, pero sí clarísimamente prehistórica, es la que todavía se celebra en los alrededores de Altamira, es la Pijanera, en la cual los pastores, cubiertos de pieles y con grandes cencerros colgados de la cintura, hacen unas danzas verdaderamente chamánicas, y al final se establece una batalla, naturalmente incruenta, entre los mozos de distintas aldeas.


Relacionado con las fiestas del solsticio, lo más importante, no sólo de la península, sino quizá del mundo, es el paso del fuego de san Pedro Manrique, también en Soria. La Noche de San Juan se prepara una alfombra de ascuas que mide unos seis o siete metros de longitud, y la gente del pueblo pasa pisando estas ascuas. No hay truco alguno, el único truco consiste en no encoger los dedos para que no entre oxígeno y evitar la combustión, por eso esta gente suele pasar con su familia a hombros, porque cuanto más peso, menos peligro de quemarse. Es el único paso del fuego que subsiste en Europa, un paso real y no simbólico; luego hay baile, borracheras y al día siguiente una fiesta muy interesante.

En Galicia, se celebran las llamadas foliadas, que en gallego significa un cohete que estalla sin trueno. Son unas fiestas que la Iglesia ha hecho todo lo posible para prohibirlas, pero no lo ha conseguido. Se forma una especie de gran comitiva por la noche, con gaitas, antorchas y ramos que se van agitando —el ramo es un antiguo símbolo pagano, también era el símbolo de la prostitución, de las rameras, que colocaban una rama para indicar que allí había putas—. Toda esta comitiva avanza como una santa campaña y desemboca en la plaza y allí luego se celebran unos grandes fuegos artificiales. También en Santiago de Compostela, el 29 de abril, hay una fiesta de bendición de ramos y luego las mujeres salen de la iglesia en procesión agitando los ramos y gritando como verdaderas posesas necesitadas de exorcismo.

La fiesta es la subversión del orden siempre

Considérenme, please, un abyecto y rematado agnóstico. […] Pues bien: no tengo ideas políticas (aparte de las que automáticamente se deriven de tal carencia), pero reboso de convicciones históricas y psicológicas. Dos esferas, por cierto, que a mi juicio se superponen y hasta confunden, pareciéndome la psique de los pueblos o de sus individuos la única matriz decisiva del quehacer humano. Así que nunca votaré por nadie o lo haré sólo por quien abunde en el programa de taracea brevemente susodicho: por lo menos seis razas, seis regiones, seis dinastías, seis idiomas y seis maneras de vivir, todo ello amalgamado por el colapiscis numénico en la cazuela de lo español vernáculo e irreversible.

El pueblo realmente es la anarquía, el folklore es también el mejor razonamiento, el mejor argumento en favor de la anarquía, porque hunde sus raíces en la parte más indisoluble y más imposible de alejar del ser humano. Proviene de la noche de los tiempos. Es la que nos une directamente a la naturaleza. Es la que nos mantiene vivos, y precisamente su oposición a la ley, a la tentativa de encauzarlo todo, es lo que el folklore violenta siempre y se salta a la torera. La fiesta es, siempre, la subversión del orden.

Naturalmente, las fiestas tienden a culturalizarse, a convertirse en espectáculo al petrificarse sus formas: pero la autoridad se aprovecha de ello y trata de encauzarlo y de quitarle hierro. Entonces las fiestas se mecanizan, se profesionalizan y se convierten en turismo, alejando al pueblo de ellas. Te voy a poner un ejemplo: las fiestas que el PCE organiza en la Casa de Campo son la antifiesta. El último número de Ruedo Ibérico trae un estudio muy serio demostrando que estas fiestas son todo lo contrario de la fiesta, con su servicio de orden, sus colas… O como la fiesta que organiza cada año Criado de Val (o del Mal, como yo le llamo) en Italia, una fiesta fría, turística, se apoderan del pueblo, hay que pagar entradas…

Limitándonos a estos tres años de postfranquismo se ha conocido una gran resurrección y vitalismo en este tipo de fiestas que parecían definitivamente desaparecidas. Ahora hay una clara intención de recuperar el folklore, pero espontánea, por parte de la gente de cada provincia, de cada pueblo, y vamos, esto es uno de los hechos más esperanzadores del momento actual, porque es una recuperación de los orígenes y es el poner en duda la ley y la autoridad. Es la semilla de la autarquía; es la orgía. Y orgía y anarquía son los ungüentos de la libertad que más necesita el mundo en general y el nuestro en particular.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 44 (Mayo de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 44 (Mayo de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.