ABRIL 1976
El encuentro del arte y la vida
El encuentro del arte y la vida
LUIS RACIONERO
Se equivoca usted, ésta no es una historia homosexual.
Más bien yo diría que es una película homofílica.
El problema que trata es el de la belleza.
Es el encuentro del arte y de la vida,
y de la salud burguesa que no admite el arte…
—Luchino Visconti
Se equivoca usted, ésta no es una historia homosexual. Más bien yo diría que es una película homofílica. El problema que trata es el de la belleza. Es el encuentro del arte y de la vida, y de la salud burguesa que no admite el arte…
—Luchino Visconti
La Naturaleza sigue al arte.
—Oscar Wilde
La Naturaleza sigue al arte.
—Oscar Wilde
El encuentro del arte y de la vida es la crisis inevitable que se cierne en un futuro no lejano, cuando por fin nuestra sociedad ya opulenta supere la mentalidad de valle de lágrimas y la ideología de escasez en que está fundada la presente organización social. Será como el encuentro del burgués y el niño en la Muerte en Venecia. El músico perfeccionista, racional, voluntarioso y controlado, que se enfrenta, de pronto, a la belleza natural, espontánea y nacida sin esfuerzo. En la Muerte en Venecia, Mann y Visconti presentan, en un grandioso y solemne adagio veneciano, la metáfora de la descomposición del arte burgués. El encuentro entre arte y vida termina en la desintegración del arte fáustico burgués, personificado en el eximio Von Aschenbach que compone seriamente, por el esfuerzo de la voluntad y el trabajo de la razón. El tema planteado en el Mann-Visconti es una intuición genial de la crisis a que se aproxima nuestra cultura. Aunque ya han aparecido las primeras señales del cambio, el arte contemporáneo sigue casi totalmente entregado al «trip» burgués-racionalista de comprar, vender, poseer y, cuando progresista, denunciar. El camino es otro: la fusión de arte y vida, de arte y realidad cotidiana, éste es el problema clave que debe resolver el arte contemporáneo, porque es su misión social, y la única salida que puede hacerlo accesible a todas las personas, lo cual no sucederá mientras persista el montaje del vacío, mediocre, inútil y alienante arte actual, estancado en un callejón comercial sin salida.
El desconcierto o prostitución, según el grado de inteligencia del artista, a que ha llegado el arte, es resultado de un largo proceso de mistificación que se inicia con los orígenes de la burguesía europea. En este proceso las clases dominantes han establecido una separación entre arte y vida y han usado el arte como artículo de consumo, para sublimar los deseos de belleza y creatividad reprimidos por la forma de trabajo y de organización social autoritarias y disciplinantes. Todo el mundo sabe que la belleza no es el modo más eficiente ni más barato de hacer las cosas; basta ver cómo se construyen las casas, el interior de un DC-8 o el traje de un ejecutivo. La creatividad en el trabajo y la belleza en las formas son incompatibles con la maximización del beneficio o de la eficiencia. Ante esta disyuntiva, el moderno sistema industrial ha optado por la eficiencia en detrimento de las calidades humanas del trabajo. Los métodos de producción han de ser «racionales» y «eficientes» y en vez de estar pensados en función del hombre, están pensados para maximizar la producción; es el hombre quien tiene que adaptarse al ritmo de la máquina, como sucede en la cadena de alienación en serie, idea «genial» de Henry Ford que sublimó el venerable ejemplo de las agujas de Adam Smith. Y sin embargo, en ninguna otra época de la historia ha existido un número mayor de personas dedicadas a la producción artística, ni las «obras de arte» han sido más numerosas, ni la publicación y difusión del arte ha alcanzado a más personas. ¿Por qué, a pesar de ello, estamos invadidos e inexorablemente rodeados por la fealdad y la violencia?
Separación de arte y vida
Desde sus orígenes, la demanda básica de la filosofía fue que el mundo material fuese transformado y mejorado de acuerdo con las verdades ganadas por conocimiento de las ideas. Aristóteles empezó una funesta distinción entre clases de conocimiento, ordenándolas en una jerarquía de valor. En un extremo puso el conocimiento de las necesidades de la vida cotidiana y en el otro el conocimiento filosófico que, según él, tenía su utilidad en sí mismo. Desde entonces se ha venido admitiendo en filosofía la separación inaceptable e inmoral entre lo útil-necesario y lo «bello». La demanda inicial de la filosofía —su aplicación a la práctica— se ha tergiversado. La separación de lo útil-necesario de lo bello y placentero inició un desarrollo que ha encadenado la vida al materialismo práctico de la sociedad industrialista y convertido el arte en droga para dormir la infelicidad.
El mejor medio para dejar que las relaciones de producción queden como están es hacer creer a los que tienen talento para filosofar que sus pensamientos serán tanto más elevados y filosóficos cuanto menos se preocupen de su traducción a la práctica. El mundo de las ideas es sublime y la satisfacción del pensador no debe residir en poner en práctica sus ideas, sino en crear construcciones mentales puras, sin mancharlas con la praxis. El arte es un aspecto cultural más incómodo para las clases dominantes que la filosofía, porque al ser invención e imaginación, puede ser utilizado para proponer nuevas formas de vida que alterarían el status quo. Ante este peligro, la cultura burguesa inicia una doble castración del arte. Primero lo separa de la vida, y una vez lo ha llevado a un limbo idealista inoperante —donde sólo describe luchas de pasiones sublimes, si es arte clásico, o tiernas cursilerías si es pop-art—, lo sirve en ban-deja como opio de los pueblos para que la gente lo consuma los sábados por la tarde en cines o galerías de marchands. Será más fácil sublimar el aburrimiento del trabajo y las ilusiones reprimidas comprando un cuadro, viendo cómo nada Esther Williams o cómo se casan el príncipe y la corista. Herbert Marcuse señala en su ensayo El carácter afirmativo de la cultura que el gran arte burgués ha inculcado a las personas la resignación fácil ante los hechos de la vida cotidiana, por el engaño de presentar el sufrimiento y la pena como fuerzas eternas y universales, y de poner sus formas artísticas ideales a la mayor distancia posible de lo cotidiano. Lo cual no quiere decir que haya que hacer arte como la vida (cosa que ya intentó con penosos resultados el realismo soviético tras purgar a los verdaderos artistas como Mayakosky, Einsenstein y los futuristas), sino hacer la vida como el arte. Usar el arte para inventar nuevas formas de vida y posibilidades de relación entre los hombres y entre los hombres y el universo.
La burguesía inventó el concepto de arte con a mayúscula y de artista como individuo superdotado. Lo importante es hacer creer a José Pérez, que trabaja en una oficina siniestra y viste de gris, que el arte no tiene nada que ver con la vida. Que la vida ha de ser gris, sosa, monótona como el trabajo, y que los destellos fulgurantes del arte son un bien inalcanzable, algo que hay que disfrutar como evasión, como una droga que, pasados los efectos del sábado, vuelve a dejar en la oficina, como la vida nueva del año nuevo.
El artista cayó en el ego trip, en el inmenso halago egocentrista que implicaba el arte con a mayúscula y se dedicó al juego del artista genial, de la firma que vale millones, y de todo el tinglado que ha montado la burguesía para hacer que el artista dejara de ser un artesano y con ello separar el arte de la producción. Porque el arte ha entrado en el mecanismo del mercado.
Se ha prohibido la música en las calles; los poetas ya no cantan en las plazas de pequeños pueblos, sino desde las mudas páginas de los libros; los pintores no recubren de frescos las iglesias de entrada libre. Todo se empaqueta: en lienzos que se cuelgan en salas de compra y venta para pasar a manos del que pague mejor, en salas de concierto a 1 500 ptas. la entrada, en libros de bolsillo. En este proceso de empaquetamiento y despersonalización, el artesano desaparece; ya no interesa hacer la obra bien hecha, sino la más barata, más rápida, más eficiente y en todos los casos, la que dé mayor beneficio en dinero.
Pero la vida no puede separarse del arte por mucho tiempo y el hombre disminuido se mira en un cuadro de Leonardo miroir profond et sombre y siente algo que va mucho más allá de las realidades de su vida sórdida y sofocante. Oye a Brahms y sabe, a Machado y sabe. El arte le llama con las mil cabezas de Siva y le envuelve con la red de diamantes de Indra, en la que cada cuenta refleja todas las demás. El pobre hombre del valle de lágrimas ve destellos de un mundo luminoso que le causan un indefinible bienestar sereno y amoroso. En su interior despiertan ecos apagados y, de pronto, concibe la idea utópica, descabellada, irreverente y, en cualquier caso, poco seria, de que a lo mejor la vida podría ser como esa música, como dice aquel poema, como se ve en aquella pintura.
Que la vida podría realizarse como una obra de arte, la obra más importante que pueda crear cada uno. Que la vida podría vivirse en un espacio físico bello, como la arquitectura de Gaudí, entre gentes vestidas como en las pinturas de Klimt que buscan y valoran la belleza; donde arte no se escribe con a mayúscula porque es una cosa normal. En palabras de Selznick: «Incluso una actividad práctica puede tener calidad estética si usamos el mundo no como un mero medio instrumental, sino como medio de expresión. Hay que buscar un estado de ánimo en el que la actividad esté tan estrechamente relacionada a las emociones, actitudes y contenido de la persona actuante, que sea su materialización, como en una obra de arte».
Reunión de arte y vida
Es ya hora de que el arte vuelva a donde lo pueda percibir todo el mundo. Los artistas no pueden aceptar por más tiempo que su obra se compre y se venda, porque en los reaccionarios esto es inmoral, y en los que posan como progresistas, es además hipócrita. Es hora de que los artistas renuncien a su ego trip de individualidad genial y acepten el papel más modesto de buenos artesanos. Es hora de que dejen ya de reflejar la realidad neurótica desquiciada y angustiosa en que se encuentra nuestra cultura y nos muestren en su lugar visiones de cómo podría ser otra forma de vivir y de percibir el mundo. Es hora de que dejen de criticar y de que usen la imaginación para proponer salidas. Es hora de que creen obras que en vez de dejar al perceptor más deprimido y bajo de lo que ya estaba, le eleven, le animen, le den una forma nueva de ver el mundo y un sentimiento nuevo de vivir. Es hora, en una palabra, de que abandonen su actitud neurótica, blasé o desesperada (tras la cual hay, o falta de imaginación, o puro reaccionarismo como en Ionesco) y busquen para ellos y para despertarlo en los demás el amor, la emoción, la sensación, el gusto, la sensualidad, la sensibilidad, la suavidad, el erotismo, la catarsis.
El poder maravilloso del arte es inventar el mundo. Se puede usar el arte para inventar nuevas formas de hacer las cosas: usar el cine para hacer ver nuevas imágenes de comportamiento, la novela para inventar personas que aún no existen, el teatro para reunir a la gente en celebraciones colectivas, la pintura para revelar el gozo erótico del color en la danza cósmica, el video-tape para conectar visualmente a todo el mundo con posibilidad de respuesta. De este modo, con la imaginación en el poder, se podrían unir el arte y la vida, usando el arte como medio para hacer la vida más creativa, refinada, variada y no violenta. A nivel individual el arte inventa el mundo porque rompe lo banal y gris, expandiendo la consciencia y enseñando a ver. Saper vedere era el lema de Leonardo; y Rimbaud exigía que el artista se hiciera vidente:
Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente mediante una larga, inmensa y razonada distorsión de todos los sentidos. Busca todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura, agota en sí mismo todos los venenos para quedarse únicamente con su quintaesencia. Inefable tortura para la que necesita toda la fe del mundo y todas las fuerzas sobr-humanas, y en la que, entre todos, se convierte en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito ¡y el sabio supremo! ¡puesto que llega a lo desconocido! iporque ha cuidado más que nadie su alma ya rica de por sí! Llega a lo desconocido y cuando, enloquecido, acabe perdiendo la inteligencia de sus visiones, las habrá visto ya
Aquí está el principio de la estética psiquedélica, el camino que seguiría sin vacilaciones Antonín Artaud y que le llevó de los hongos mejicanos al manicomio, pasando por la suprema lucidez. El que siguen Pink Floyd, Crimson, Genesis, todos los músicos de acid-rock. El que siguió Gaudí (¿qué diablos tomaría Gaudí?), Baudelaire, Aldous Huxley, Carlos Castañeda.
El arte como medio para abrir las puertas de la percepción como deseaba Willian Blake y como experimentan los místicos y los psiquedélicos. El arte para ver más, entender mejor el mundo; el arte como medio de conocimiento suprarracional, no por los juegos de la lógica y los aparatos científicos, sino por la intuición y la imaginación.
Es hora ya de volver a probar el fruto del árbol de la sabiduría. El mundo está preparado para una metamorfosis de los dioses. El camino es el viaje hacia dentro, hacia el subconsciente. La luz del camino es el amor, su guía la imaginación; el metodo el silencio y la contemplación. Es preciso abrirse y dejar que el universo se manifieste en su lenguaje, que no tiene palabras, ideas, ni construcciones racionales. No preguntar como el científico, sino escuchar como el poeta. Porque el mundo no son átomos o moléculas o radioactividad; ni el diamante es carbono, ni la luz vibraciones de éter. No se puede comprender la realidad de la creación contemplándola desde el punto de vista de la destrucción, como lo hace el racionalismo, la ciencia, el análisis. Así sólo se logra manipularla.
Sweet is the lore which nature
brings; Our meddling intellect
misshapes the beauteous form
of things: We murder to dissect
Dulce es el encanto de la naturaleza
Nuestro intelecto se interpone
y deforma la hermosura
de las cosas: matamos para disecar.
Y en este viaje hacia dentro, en esta mutación del hombre hacia un nuevo estado de percepción, el arte debe abrir el camino. El arte, cuya misión es expandir la consciencia y la percepción.
El arte, que como el psicoanálisis y la religión tiene por misión hacer consciente el subconsciente. El arte debe ser el descubridor de la nueva mentalidad, el que consiga «apaciguar el salvajismo del hombre y hacer suave la vida en el mundo». El psicoanálisis no lo consigue porque intenta curar al individuo sin cambiar el sistema social que es la causa de sus represiones. La religión no lo consigue porque le dice que busque el paraíso en otra vida y no en ésta, cuando es solamente aquí donde puede llegar a encontrarlo, y donde debe trabajar para crearlo. Porque el paraíso no es un lugar sino un estado de percepción y sus puertas están en el cerebro. El paraíso está aquí, ahora. Algunos mutantes lo han visto y lo aseguran: Aldous Huxley, William Blake, Suzuki, San Juan de la Cruz.
Para ello será preciso que de aquí en adelante exijamos del arte dos funciones: una, expandir la consciencia, abrir las puertas de la percepción dentro de la persona; la otra, cambiar el mundo, alterar las relaciones de producción para que todos (y no sólo los «artistas») puedan vivir una vida variada, amena, creativa, como en la producción de una obra de arte. Ni separar el arte de la vida, ni hacer arte como la vida, sino usar el arte para tirar de la vida cotidiana hacia arriba, para sacarla de su sordidez, su alienación y su monotonía. Usar el arte para transformar el mundo y no para drogarlo.
Que los artistas dejen de cultivar su ego y salgan a la calle a ayudar a todos los demás a llevar una vida más creativa e imaginativa. Que dejen de creerse o actuar como gente aparte e inviten y enseñen al hombre de la calle a llevar una vida variada y creativa como ellos. Que trabajen para cambiar el decorado de valle de lágrimas inventado por la élite propietaria en un decorado de paraíso aquí, ahora. Que digan a todo el mundo que puede y debe ser artista; que no es necesario ser un superdotado y pintar madonas bellísimas para ser artista, que el estilo de vida que la sociedad hoy sólo permite a los artistas debe ser el estilo de vida de todo el mundo. Porque si no es así no acabarán las neurosis causadas por el tedio de una vida sin imaginación ni variedad, y sublimada sólo por el consumismo, el afán de poder y la violencia.
Por todo ello, el arte ha de volver a la calle: los pintores a pintar la ciudad y redecorar el mundo, los músicos a poner en trance multitudes en los festivales, los actores a representar en lugares públicos y abiertos. Y todos a hacerlo gratis, «por amor al arte», que es el gozo de crear.
Este artículo se publicó originalmente en el Nº 11 (abril de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.
Este artículo se publicó originalmente en el Nº 11 (abril de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.