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ARTÍCULO

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SEPTIEMBRE 2015

El no tan salvaje oeste:
Un libro excepcional sobre
la frontera americana

El no tan salvaje oeste: Un libro excepcional sobre la frontera americana

GEORGE G. LEEF

  Portada de El no tan salvaje oeste (Hill & Anderson, Editorial Innisfree, 2014)

Recuerdo muy bien las imágenes que recibí del Oeste americano cuando era niño. Películas, series de televisión y libros me convencieron de que el Oeste era un lugar arrebatadoramente salvaje y violento, con guerras y tiroteos como moneda corriente de la vida diaria. Sin duda millones de otras personas han crecido con la misma idea y con su corolario —que el Oeste fue domesticado gracias a la llegada del Estado a la región—.

Adivine qué: es una fábula.

En su libro El no tan salvaje Oeste, los economistas Terry Anderson y Peter Hill demuestran de forma magistral que el Oeste no tenía nada que ver con la visión usual que se tiene de él. La violencia no sólo no era particularmente común, sino que aparecieron relaciones socioeconómicas estables de forma espontánea antes de que el Estado tuviera una presencia importante. De hecho, Anderson y Hill muestran repetidamente que la llegada del Estado con frecuencia empeoró las cosas, en la medida en que políticos y grupos de interés adquirieron la capacidad de desbaratar los acuerdos que la gente había ido estableciendo para maximizar los beneficios que podían derivar de la tierra y de sus recursos, y para minimizar los conflictos.

A la luz de la Nueva Economía Institucional, los autores explican que «la cooperación prevalecía sobre el conflicto porque los beneficios y costes del cambio institucional recaían en grupos o comunidades pequeñas y bien definidas. En la medida en que las nuevas instituciones se desarrollaban a nivel local y voluntario, quienes tomaban decisiones asumían los costes del conflicto y los beneficios de la cooperación». Ya se tratara de ganado, derechos sobre minas, agua o cualquier otra cosa, la gente era extraordinariamente buena diseñando reglas y estructuras eficientes para sacar el mayor provecho de las condiciones a que se enfrentaban. En pocas palabras, el Oeste americano fue un laboratorio donde se pusieron a prueba las ideas hayekianas acerca de los beneficios del orden espontáneo, y donde se ha visto que eran ciertas.

Anderson y Hill echan un vistazo al Oeste desde varios ángulos, todos los cuales dan lugar a perspectivas fascinantes. El capítulo Derechos de propiedad en la nación india disipa el mito de que los indios vivían en alguna clase de utopía socialista sin rastro de propiedad privada. Dependiendo de las circunstancias, que variaban enormemente de una región a otra, las tribus indias desarrollaron instituciones de propiedad privada que iban desde lo comunal a «sistemas sólo levemente menos individualistas que el nuestro». Las culturas indias desarrollaron la propiedad privada donde los recursos requerían de inversiones a largo plazo o cuidados especiales para evitar lo que hoy conocemos como la tragedia de los comunes. Entre los Paiute, por ejemplo, los bosques de pinos piñoneros eran propiedad de las familias, estaban sujetos a herencia y existían reglas contra la violación de la propiedad ajena. La visión romántica de que los indios americanos demuestran la superioridad del socialismo ha caído en el descrédito intelectual desde hace años. Si necesita una refutación convincente (quizá para usar contra los profesores que usan el mito del Jefe Seattle), no hay nada mejor que este libro.

¿Y qué pasa con todas esas guerras contra los indios? Muchos lectores quedarán sorprendidos al enterarse de que no hubo demasiadas en el siglo XVIII ni hasta bien entrado el siglo XIX. Hasta entonces, el comercio y la negociación eran norma, y la guerra era extraña. Las famosas Guerras indias de las décadas de 1870 y 1880 se vinculan sobre todo a la llegada del ejército regular de los Estados Unidos. Anderson y Hill observan que «mantener un ejército permanente, como opuesto al reclutamiento de milicias locales, modificó el coste de guerrear y predeciblemente aumentó el número de batallas». Por una razón, el ejército tenía muchos incentivos en hacer la guerra —cuantas más batallas, más posibilidades de subir de rango y de obtener más paga. Los autores citan al general Sherman, que se lamentaba de lo difícil que era a veces «buscar una excusa decente para una guerra india». Todavía más importante, las personas interesadas en tomar por la fuerza las tierras indias podían así distribuir el coste y el riesgo de la empresa entre el resto de la población, y no dudaron en hacerlo. El libro deja en claro que el problema no era «el hombre blanco», sino más bien algunos hombres blancos en posición de hacer pagar a otro por los costes de la agresión.

La lógica prevaleció sobre el conflicto también respecto a los derechos sobre las minas de la frontera y los derechos de aguas. El libro asimismo cuenta con un capítulo maravillosamente esclarecedor acerca de la economía de los vagones de tren. La discusión de los autores acerca de la irracionalidad, ineficiencia y completo disparate de la intervención federal en el orden natural que había surgido previamente debería llevarse a las facultades de economía y los cursos de política pública.

El no tan salvaje Oeste es un volumen hermosamente escrito e impreso que nos enseña mucho acerca del Oeste americano, pero también sobre naturaleza humana y sobre la forma económica de pensar. Felicidades a Terry Anderson y P. J. Hill por este libro excepcional.

Este artículo se publicó en el Nº 2 de la revista STIRNER, Dingledodies, en septiembre de 2015, traducido por Víctor Olcina. El original apareció el 9 de julio de 2010, en Foundation for Economic Education, bajo el título de «Not So Wild, Wild West: Property Rights on the Frontier».

Este artículo se publicó en el Nº 2 de la revista STIRNER, Dingledodies, en septiembre de 2015, traducido por Víctor Olcina. El original apareció el 9 de julio de 2010, en Foundation for Economic Education, bajo el título de «Not So Wild, Wild West: Property Rights on the Frontier».