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ARTÍCULO

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MAYO 1976

Ecología y anarquismo

Ecología y anarquismo

LUIS RACIONERO

Hoy día, tanto en el consumismo como en el comunismo, hay una tendencia
antihumana que amenaza la libertad: es la tendencia a la anulación de la
individualidad. Esta tendencia se manifiesta a todos los niveles: en
urbanismo y arquitectura como pérdida de la escala humana y gigantismo
de las ciudades; en economía como desaparición del taller y gigantismo de
las fábricas y empresas; en política como desaparición de la autonomía
local, concentración del poder y gigantismo de los Estados y burocracias.
—Pier Paolo Pasolini

Hay una ideología real e inconsciente que unifica a todos, y que es la ideología del consumo. Uno toma una posición ideológica fascista, otro adopta una posición ideológica antifascista, pero ambos, antes de sus ideologías, tienen un terreno común que es la ideología del consumismo. El consumismo es lo que considero el verdadero y nuevo fascismo. Ahora que puedo hacer una comparación me he dado cuenta de una cosa que escandaliza a los demás, y que me hubiera escandalizado a mí mismo hace sólo diez años. Que la pobreza no es el peor de los males y ni siquiera la explotación. Es decir, el gran mal del hombre no estriba ni en la pobreza ni en la explotación, sino en la pérdida de la singularidad humana bajo el imperio del consumismo. Bajo el fascismo se podía ir a la cárcel. Pero hoy, hasta esto es estéril. El fascismo basaba su poder en la Iglesia y el ejército, que no son nada comparados con la televisión.
—Pier Paolo Pasolini<

El hombre tiene unas dimensiones y facultades corporales que definen una escala humana. Cuando una sociedad está construida a escala humana, la sociedad es como la concha que protege y fomenta el desarrollo del individuo. Las conchas son siempre a escala del ser viviente que las habita. Cuando una sociedad se construye fuera de escala humana, la individualidad perece; el individuo es como un gusano kafkiano, arrastrándose por las carcasas inmensas de ministerios y burocracias, que no entiende ni conoce. El gusano kafkiano está proliferando hoy día en todos los países industrializados, tanto capitalistas como comunistas, y ello se debe a que tanto el utilitarismo liberal, que es la ideología detrás del capitalismo, como el marxismo materialista, que es la ideología detrás del comunismo, son filosofías racionalistas, es decir, fuera de escala humana, antiindividualistas, generalizadoras, desarrollistas, tecnocráticas. El marxismo, al ser un socialismo científico, cae en la misma forma de pensamien to que el utilitarismo: el mismo cientificismo racionalista que acaba llevando a la promediación del hombre, a la concentración industrial, al gigantismo burocrático, al sacrificio de la individualidad humana en aras de entelequias racionalistas como «las masas» (en el marxismo) o «la utilidad» (en el capitalismo).

William Blake, el primer pensador europeo que reaccionó contra la revolución industrial, denunció el uso inhumano que se daba a la industria y la máquina, y buscó, no sus causas materiales, que son evidentes, sino las raícds mentales de este uso inhumano de la máquina. Blake halló estas raíces en el pensamiento de los héroes del racionalismo: Newton, Descartes, Locke. Para Bl ke, la visión científica del mundo es útil si se aplica a la técnica, pero nefasta si se aplica a la sociedad. El énfasis abstracto y generalizador de la ciencia cartesiana va contra el individualismo, la peculiaridad y la diferencia. La mentalidad determinista y medidora de la ciencia va contra la mentalidad espontánea e improvisadora del individualismo. Como las partículas en un gas, cuyos movimientos se promedian expresándolos en una temperatura global, asimismo, en una sociedad regida con mentalidad científica, los individuos se despersonalizan y se engloban en «masas», «partidos», «naciones», que son conceptos abstractos, caros a la mentalidad científica y equivalentes a las nociones promedio de la Física: temperatura, presión, entropía. En el racionalismo, el individuo se pierde en la nube de la abstracción. La imaginación, intuición, improvisación y emoción son facultades humanas que se proscriben, porque son las que diferencian al hombre de una partícula de gas y que por tanto imposibilitan aplicar el modelo científico a la sociedad humana. Es en esta reivindicación del individualismo y no como escape líricoque se debe reconsiderar el movimiento romántico, desacreditado por los racionalistas.

Proudhon denunció también este carácter amorfo de la organización racionalista de la sociedad al hablar del sufragio universal: «El sufragio universal es una especie de atomismo por el cual el legislador, como no quiere dejar expresarse a la gente individualmente, invita a los ciudadanos a expresar sus opiniones en promedio, igual que los filósofos racionalistas explican el pensamiento, la voluntad y el entendimiento por combinaciones de átomos. Para dar verdadera eficacia al sufragio universal es necesaria la retención de los grupos naturales. Sin ellos no hay originalidad, franqueza, ni significado claro e inequívoco en las voces. La base amorfa nacional de las elecciones procura abolir la vida política en ciudades, comarcas y municipios y, a través de esta destrucción de la autonomía municipal y regional, mirar la eficacia del sufragio universal. En tales circunstancias, el cuerpo de la nación es como una aglomeración de moléculas, un montón de polvo, animado desde fuera por una idea centralista subordinadora».

Tanto Proudhon como Blake consideran al individualismo y a la descentralización como principios básicos de la libertad, contrapuestos a la ideología generalizadora y centralista del racionalismo científico. El paradójico impasse en que se encuentran tanto el utilitarismo capitalista como el marxismo comunista, es que ambos han pasado por encima de la individualidad y han pensado en términos de masas. Es la forma de pensar a que aboca el racionalismo: cuando se piensa en conceptos abstractos y generales, en vez de en personas y situaciones concretas, el individuo desaparece, la peculiaridad cultural se ignora, el consumo se masifica, los artículos se estandarizan, el taller se convierte en fábrica inmensa y la colaboración en disciplina de partido de fábrica. El socialismo científico, precisamente porque es científico, muerde el mismo anzuelo antiindividualista que el utilitarismo. El utilitarismo pretende respetar al individuo y asegurar su libertad, pero olvida la dimensión social y cooperativa del hombre, planteándole sus relaciones en términos de competencia y de ejecutivo agresivo. El marxismo pretende solucionar este defecto enfatizando la dimensión social del hombre, pero olvida su dimensión diferencial e individualista, sometiendo la voluntad individual a entelequias abstractas como el partido, el estado o las masas.

Parece que lo deseable sería un socialismo que reuniera ambas dimensiones de la persona humana: la peculiaridad individualista y la asociación cooperativa. Ese socialismo existe ya: es el socialismo libertario que hace cien años los marxistas calificaron de utópico. Hoy día, es el marxismo lo que parece un socialismo utópico, porque las crisis ecológicas y energéticas, la concentración de poder, el creciente autoritarismo y la masificación del individuo indican bien a las claras la necesidad de poner al individuo como fin en sí mismo, y la sociedad a escala humana. Es utópico querer liberar al hombre siguiendo la línea de despersonificación, masificación y concentración que implican las teorías del utilitarismo y del socialismo científico.

Ecología y tecnología intermedia

El problema actual consiste en la pérdida de escala humana, en todos los niveles en que se desenvuelve la vida del individuo; la tendencia que produce esta pérdida es la concentración. Concentración en la ciudad, en el trabajo, en la política. La concentración se soluciona con la descentralización. Esta ideología descentralizadora no ha sido nunca la del socialismo científico o marxista, que es centralista y abstracto, sino que ha sido, desde hace más de cien años, la del socialismo libertario, descentralizador y particularista. Las ideas, supuestamente utópicas según los marxistas, del socialismo libertario, son reivindicadas hoy por las conclusiones de la ecología, el urbanismo y la psicología. En los tres campos, las soluciones que hoy día se proponen coinciden con los programas de descentralización técnica, urbana y política que proponían los anarquistas del siglo pasado. Estas soluciones descentralizadoras van en contra de los programas concentradores tanto de liberales como de marxistas. Cuando Lenin proclamaba que planificación más electrificación = socialismo, estaba propugnando una política de centrales eléctricas. Y las centrales, como su nombre indica, centralizan. Lo cual era coherente con sus ideas, ya que Lenin escribió: «Los bolcheviques son centralistas por convicción, por la naturaleza de su programa y por todas las tácticas de su partido». (Ni el mismo Trotsky supo superar la tendencia centralista del poder y envió las tropas que masacraron el alzamiento anarquista de Kronstaad). Hoy día, en ecología se descartan las centrales eléctricas en favor de la energía solar, generada en cada casa; los tecnócratas capitalistas quieren centralizar igualmente cuando proponen centrales atómicas. Estas centrales nos harían aún más dependientes de USA, porque la tecnología para enriquecer uranio es tan complicada que sólo se hace en aquel país. Comparada a las centrales, la descentralización y baratura de la energía solar parece la solución más prudente.

Para corregir el deterioro ambiental y la polución causados por la tecnología industrial, los ecólogos proponen la utilización de tecnologías intermedias. Estas tecnologías son más intensivas en mano de obra que capital, más sencillas en sus mecanismos y fabrican series más pequeñas. Tales máquinas son menos rentables para el empresario que las actuales, pero más autorrealizadoras para el trabajador; en vez de requerir hangares enormes con cientos de operarios, se montan en talleres de dimensiones reducidas con 20 o 30 personas. Las tecnologías intermedias no sólo son una solución para descentralizar la industria polucionante y alienante de los países desarrollados, sino también son adecuadas para desarrollar industrialmente los países del tercer mundo. Hoy día se ha demostrado ya que la idea gaudiniana del taller artesanal es más viable, en un país pobre, que las fábricas con tecnología occidental, porque éstas son intensivas en capital, crean pocos puestos de trabajo y no crean ligazones (en el sentido de Hirshman) con las industrias locales, con lo que se convierten en meros enclaves industriales coloniales. El uso de tecnologías intermedias en los países del Tercer Mundo está explicado en los libros de E. F. Schumacher, sobre la economía a escala humana. Schumacher, un economista que toma al hombre, y no al beneficio, como fin de la actividad económica, define así la finalidad del trabajo:

1) Dar al hombre la oportunidad de utilizar y desarrollar sus facultades.

2) Permitirle colaborar con otros en una tarea común.

3) Producir los bienes y servicios necesarios para vivir.

Para hacer el trabajo hay dos clases de mecanización, una que complementa la habilidad humana y otra que convierte al hombre en una pieza de la máquina. En esta economía humanista lo que cuenta no es la cantidad de artículos producidos, sino lo que le pasa al hombre mientras está trabajando. Estas horas no son una experiencia enriquecedora y creativa sino un mero vender horas de trabajo. El objetivo no debe ser consumir mucho, sino obtener el máximo bienestar con el mínimo de consumo. Esto puede hacerse sustituyendo posesión de trastos por horas de ocio y trabajo creativos.

Urbanización y escala humana

En urbanismo las ideas anarquistas del siglo pasado se han demostrado también más acertadas que las del utilitarismo y el marxismo. Estos dos sistemas, con su cientificismo racionalista, prosiguieron una línea de aplicación indiscriminada y entusiasta de la tecnología, que ha provocado la concentración urbana actual. La concentración en las ciudades no es más que la consecuencia espacial del gigantismo industrial. Si se quiere producir al máximo, y con el máximo de eficiencia, entonces lo más acertado es localizar las industrias en las grandes ciudades. Algunos urbanistas afirman (véase los trabajos de William Alonso) que sólo a partir de seis millones de habitantes las ciudades comienzan a ser menos eficientes; otros pretenden que cuanto mayor la ciudad, más eficiente económicamente; y alegan como ejemplo Los Angeles. En cualquier caso, lo cierto es que si se pone la eficiencia económica por encima de todos los valores la gran ciudad es el mejor lugar de trabajo.

El utilitarismo capitalista y el marxismo comunista coinciden en que ambos fomentan la gran ciudad, porque ponen la eficiencia económica y la concentración como valores prioritarios. El socialismo libertario, en cambio, toma como prioritarios los valores descentralizadores de trabajo en aldeas, pueblos y ciudades, y construye un sistema económico supeditado a los valores individuales y locales. Es evidente que usando tecnologías intermedias en talleres a escala humana, los puestos de trabajo se pueden localizar en ciudades y pueblos de todos los tamaños, con lo que la gente podría encontrar trabajo y vivir en lugares a escala humana, fuera de la congestión y polución de la metrópolis.

Política y descentralización

Para recuperar la escala humana, tanto la descentralización tecnológica como la urbana tropiezan con un obstáculo enorme: ambas exigen una fragmentación del poder político y económico, pero los que tienen el poder en las empresas y naciones no quieren soltarlo, no quieren ceder autonomías ni ver reducidas las dimensiones de su poder. En cuanto una industria se descentraliza, el producto se puede fabricar en muchos sitios. Esto no interesa al poder. Lo interesante para el capitalista o el tecnócrata centralista, que quiere controlar ese artículo, es eliminar fábricas pequeñas integrándolas en una gran empresa o monopolio estatal. Da igual que esa gran empresa sea privada o estatal, lo perjudicial es que sea grande. En esa empresa grande, privada o estatal, los tecnócratas controladores tienen el máximo poder. Una vuelta a talleres pequeños descentralizados es, para ellos, pérdida de control. Y los centralistas se oponen siempre a perder poder, por problemas psicológicos que son de psiquiatría más que de economía.

Psicología y polis

Si tanto la Ecología como el Urbanismo reivindican la relevancia actual de las ideas del socialismo libertario, la Psicología, con su reivindicación de la necesidad de auorrrealización individual (véase Maslow, Fromm o Rogers), coincide también con el anarquismo en poner al individuo como valor previo y prioritario a la sociedad. El individualismo en política quiere decir descentralización, reducción del ámbito del poder, es decir, poder local, atomizado y muy distribuido. Se trata de que el individuo tenga la sensación y la posibilidad de influir en las decisiones que afectan a su cotidianeidad. Esto se consigue en la polis con ágora, donde todos los ciudadanos se conocen y discuten las cuestiones políticas (como su nombre indica) cara a cara; en la ciudad pequeña, en la comuna, donde los ciudadanos no tienen que delegar constantemente responsabilidades como en la nación, sino que asumen personalmente las decisiones políticas, o, si las delegan, lo hacen a representantes inmediatamente revocables por la asamblea de todos los ciudadanos. Para los problemas de escala regional o nacional se resuelven por una jerarquía de confederaciones a escala comarcal, regional, nacional y mundial.

Los conceptos anarquistas de comunidad equilibrada, democracia cara a cara, tecnología humanista y sociedad descentralizada no son sólo deseables hoy, sino necesarios. No pertenecen a una visión utópica del futuro humano sino que constituyen precondiciones para la supervivencia humana, amenazada por la concentración urbana, económica y política. El empeoramiento de las crisis ecológicas, urbanas y psicológicas en los últimos años, las ha sacado de su ámbito ético y subjetivo para ponerlas en una dimensión práctica objetiva. Lo que antes se tachaba de no práctico y visionario se ha vuelto eminentemente pragmático. Y lo que antes se consideraba como realista y objetivo se ha vuelto enminentemente no práctico e irrelevante para el desarrollo del hombre hacia una existencia más llena y libre. Si la alienante concentración de nuestros días tiene que contrarrestarse con comunidades de base, democracia cara a cara, tecnología humanista y liberatoria y descentralización, entonces se puede proponer, de modo objetivo, el pragmatismo del socialismo libertario.

Esta reacción del individuo contra la tendencia antihumana de la concentración explica el crecimiento explosivo de un anarquismo intuitivo entre la juventud actual. Su vuelta a la naturaleza es una reacción contra las cualidades sintéticas, plástico y metal del ambiente urbano y sus productos artificiales. Su informalidad en atuendo y modales es una reacción contra la estandarización y grisura del ejecutivo agresivo y del realismo socialista. Su propensión a la acción directa es una reacción contra la burocratización y centralización de la sociedad. Su tendencia a marginarse, a evitar entrar en la carrera de ratas de la competencia empresarial y la sociedad de consumo, refleja un rechazo de la ciega rutina industrial alimentada por la oficina o la universidad. Su inteso individualismo es, a su modo, elemental, una descentralización de facto de la vida social, una abdicación a las exigencias de la sociedad de masas. La juventud actual, con sus modales, su música, sus aficiones y su forma de vida está diciendo que el peligro máximo de nuestros días es la concentración, la masificación, la pérdida de la escala humana, la peculiaridad regional y la individualidad. Y que lo utópico es pretender resolverlo con individualismo competitivo o con socialismo antiindividualista.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 13 (mayo de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 13 (mayo de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.