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ARTÍCULO

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ENERO 1979

Al pico pico: El fuego fatuo que no curará tus heridas

Al pico pico: El fuego fatuo que no curará tus heridas

JAVIER VALENZUELA / ANA TORRALBA

Ahora sí, ahora ya se habla en estos países ibéricos del pico. ¿Qué pasa, pues? ¿Que el tema es exótico y susceptible de sensacionalismo? ¿Que han habido estos últimos tiempos muertes espectaculares, asaltos a farmacias, capturas policiales de alijos de heroína? Sí, algo está pasando con el pico, y tonto es el que lo oculte e interesado quien se empeñe en confundir. Su presencia se huele por las esquinas, las jeringuillas atascan los retretes de algunos antros, en los ambientes del rollo de Madrid, Valencia o Barcelona el caballito galopa como nunca, los papás ricos y las izquierdas ven languidecer a sus hijitos predilectos… Y un buen día, tu mejor amiga, o tu compañero, o tu colega, te dice enigmático: «Anoche me hice un chute. Es demasiado… Tienes que probarlo».

Así empecé…

¡Oh justo, sutil y poderoro opio!

Thomas de Quincey

¡Oh elocuente, justa y poderosa Muerte!

Walter Raleigh

José apaga el Fortuna, mira fijamente un punto en el vacío y dice suavemente: «La heroína es como la masturbación: un vicio solitario. Uno puede recordar cómo entró en ella, pero no adivinar cómo saldrá y cómo será todo cuando la deje. Empecé a picarme hace dos años. Acababa de salir de la mili, mi situación familiar en aquella época era muy conflictiva… Los recuerdo como unos meses deprimentes. Un día, en uno de mis solitarios paseos por Valencia, encontré en un jardín a unos viejos conocidos de la época política en la universidad. Andábamos en la misma onda: hartos de todo. Ellos se pinchaban desde hacía poco, así empecé yo».

El sueño de los 60 del rock, sexo y droga en libertad ha dejado una larga y amarga resaca en todos nosotros. En este postfranquismo autoritario y consensual no cree ni Dios. Hoy, en Vallecas o Malasaña, en el Carmen, en el Casc Antic, el muermo es el pan nuestro de cada día mientras chocolate y ácidos son devorados rutinariamente, sin rito ni alegría. «Mi primer pico me lo pasó un tronco de Vallecas al que conocía porque me suministraba desde antiguo el costo. Noté como si mi cuerpo y mi mente lo hubieran estado esperando». María, veterana «progre» madrileña, siente la nostalgia de lo que no fue: contracultura, cambio, anarquía… Ahora dice estar enamorándose de un potrillo blanco. Y eso le asusta: «A lo tonto, me encuentro pinchándome con frecuencia para estar bien, reduciendo las distancias entre chute y chute, gastándome demasiada pela… Empiezo a mosquearme, y no sólo con el polvo, sino conmigo misma. Estoy en un momento en que no exijo nada. Además está por medio la imagen de mis amigos, siempre pensando en abandonarlo, pero diciendo cada vez que te ven: “Tengo una papelina. Me la voy a hacer ya”».

En algunos pueblos mediterráneos, ebrios de agitación en verano, los inviernos son monótonos para algunos jóvenes sensibles a la estupidez del ambiente. Un viaje a una gran capital puede cambiarlo todo: «Sabéis una cosa: paso de anfetas y priva, desde el verano pasado me estoy picando. Acabo de pasar un pavo jodido… ¿Mi mujer y los amigos? Claro, todos en el rollo. El caballo al principio me sacó los líos mentales, pero, de verdad, si queréis aceptarme un consejo, no os enrrolléis mucho por ahí». Emilio es, como tantos yonquis, de los que han variado su físico y sus modos de comportamiento por el consumo asiduo de opiáceos. Un rostro delgado, pálido, espiritualizado, para un hablar que a veces parece el de alguien que vuelve de un largo viaje, que libra una batalla diaria con la Necesidad y la Muerte.

Ensalada/Ensalada

Había que rellenar aquellas noches: estaba siempre solo. También el alcohol, que pronto había dejado de bastarle, le condujo a la droga. Y siempre volvía a caer en los mismos grupos de desocupados que empiezan a drogarse porque no hacen nada y continúan porque pueden estar sin hacer nada.

Pierre Drieu La Rochelle

Después de todo va a resultar que la heroína es la reina de las drogas duras en nuestra década, y que la cultura del «pasote» es una cultura de alimentadores de vicios. Y esto va por todos, por ellos, por ti y por nosotros, querido o querida. En Francia se calculan unos 200 000 consumidores, pegándole mayormente los punks. En los USA las jeringas funcionan a tope por los ghettos de negros y latinos. En España la era de Acuario ha entrado montada en un caballo blanco que no es el de Santiago.

El coqueteo con la aguja, ese constante pasear entre la vida y la muerte, seduce indudablemente a quienes están hartos de darle a todo sin encontrar la imposible Solución. También el porcentaje de colgados aumenta día a día. En el Hospital Psiquiátrico de Bétera (Valencia) el número de yonquis ingresados en el 78 ha sido el doble que en los cinco años anteriores juntos. Veamos qué cuentan los trabajadores del Equipo de Toxicomanía que dirige el doctor Bogani: «Puede y debe hablarse de una escalada de drogas que está llegando masivamente a la heroína. Pero las causas profundas no se encuentran, como difunden los conservadores, en la generación del porro. Hay que hablar de una incitación constante desde el Sistema y sus canales a una toxicomanía universal: la del alcohol. No hará falta insistir en su decisivo peso en la vida de este país. Luego están las politoxicomanías, en las que junto al alcohol figuran muy especialmente las drogas de farmacias. Aquí, desde el ama de casa al ejecutivo, todo quisqui se coloca con anfetas, analgésicos o barbitúricos corrientes o molientes como el minilip, el optalidón y el valium. Fármacos fáciles de conseguir, y hasta difundidos por la clase médica y la Seguridad Social. Sobre esta tierra se está sembrando la semilla del caballo».


Bien. Pero todos nos preguntamos por qué la heroína en este preciso momento. «Podemos apuntar una serie de factores, que siempre serán limitados porque nosotros no tenemos todos los datos. También habría que interrogar a la policía si se deja. Nuestra misión no es en absoluto represiva. En primer lugar podría mencionarse que hay unos intereses mafiosos que han sabido ver un nuevo mercado en esta España en la que hay una juventud que dispone de cierto dinero, que está acostumbrada a consumir otras drogas, que llega cada vez antes a los tóxicos y que no encuentra ninguna motivación en su entorno. Por cierto, el que la “ cannabis” y sus derivados sean ilegales ha sido sutilmente aprovechado por los traficantes de heroína. Cuando el chocolate y la yerba se ven obligados a entrar en una trama criminal, en un funcionamiento de mercado negro, es más fácil la difusión de las drogas duras. Por supuesto, culpable es en gran medida la falsa información oficial y el confusionismo patrocinado por organizaciones que emplean la adictiva metadona para deshabituar a heroinómanos y que al mismo tiempo lanzan a la calle campañas siniestras como la de “La droga es dolor”. Por último, mirad, después de todo sospechamos que todas las toxicomanías interesan en profundidad al Poder, sobre todo en países capitalistas ricos, en los que no importa tener cierto número de tipos encerrados en ghettos y atiborrados de productos que anestesien su espíritu rebelde».

Ansiedad de tenerte en mis brazos…

Gracias a vuestra inicua ley ponéis en manos de gente en la que no tengo confianza alguna, médicos imbéciles, farmacéuticos de mierda, jueces farsantes, parteras, inspectores-doctores, una angustia, la mía, tan fina como todas las agujas de las brújulas del infierno.

Antonin Artaud

Se quita el torniquete que se hizo con un pañuelo, se baja la manga de la camisa, oculta su brazo marcado en el que acaba de inscribir una nueva señal. La vena, como si tuviera un sexto sentido, se había negado a presentarse fácilmente. María recoge los restos del ceremonial: la cucharilla, el vaso de agua, la caja del polvo, la jeringa… y asegura que no todos se lo montan tan tranquilamente, para muchos se trata de una fría operación habitual: «Lo que más me repugna de este momento es la falta de modales de bastantes yonquis. Se pican en cualquier parte, y si lo hacen en grupo se ponen nerviosos, quieren ser los primeros, si tú les inyectas con un poco de daño, se enfurecen. Se ha perdido el sentido de comunión… y el de higiene. Los adictos pasan de condiciones higiénicas a la hora de hacerse un fije, así se producen contagios peligrosos de hepatitis».

La conversación con su consumidor de caballo resulta siempre interesante al interlocutor que espera la revelación del misterio. A la larga, es un recitar de lugares comunes, de descripciones mil y una veces escuchadas, como sacadas de algún manual del buen yonqui, ¡ay Burroughs! José se expresa con más lucidez de lo habitual: «El flash es una experiencia que hay que practicar con control. Es una impresión orgiástica demasiado fuerte como para arruinarla en una tonta repetición. Los que se pican suelen ser unos golosos del flash: después de un pico, no esperan, si tienen material, ni una hora para sentirlo de nuevo. La sensación de la subida de heroína es indescriptible, algo como la repentina invasión de una multitud de hormigas que llegan al cerebro y lo cristalizan, como una pequeña muerte. Luego puedes seguir normalmente tu actividad, pero lleno de una sensación tranquila de que todo está bien, todo marcha como tendría que marchar. No te pierdes, sino que te desaparecen las angustias, y el exterior y el tiempo te importan muy poco».


Ahí está una de las claves de la «Cuestión heroína». Su efecto de desconectar el hipotálamo o zona de la vida de la corteza o zona de la conciencia, de bloquear el superyo y apagar los sentimientos de culpa y responsabilidad social, es en principio medicina «ideal» para tantos y tantas de nuestra generación que desearían, desearíamos, pasar de todo sin la mala conciencia heredada de las ideologías «progres» por las que todos hemos pasado. Así lo ve María: «Siento un gran relax en el que todo, exterior e interior, material y espiritual, se armoniza. No se parece al dinamismo locuaz y sonriente del costo, ni a la alucinación psicodélica del trip. No tiene tampoco bajada fuerte. Parece que el opio se quedara en el organismo, llamando constantemente a la memoria con avidez…».

«Creo que el enganche se da antes en la mente que en el cuerpo —aventura Emilio—. Si andas muy tirado de la vida, la sensación será lo suficientemente agradable como para desear repetir. Sólo que cada vez necesitarás más dosis y más frecuentemente para intentar repetir lo de las primeras veces. Hay un momento en que ya no se busca placer, sino evitar el dolor que te supondría dejarlo. Al final el pico es una comedura de coco tan grande como las que intentabas dejar».

Los misterios de la alquimia

Heroína va a ser mi muerte, heroína es mi mujer y es mi vida, porque una dosis en mi vena va directa al centro de mi cabeza y entonces me siento mejor que muerto.

Lou Reed

Chorizos de Vallecas, pasotas de Malasaña, freaks del Carmen, hijos de papá de Cánovas, bohemios de la costa…, todos nuestros encuentros con yonquis, todas nuestras entrevistas a especialistas en toxicomanía que no aplican criterios represivos, todas las referencias de la prensa, permiten imaginar una tipología del yonqui español del preciso momento. Suele tener de quince a veinticinco años y procede de clases medias —aunque se distingue una extensión del caballo y más de los similares (sosegón, tilitrate, metadona, codeína, pentazocina…) a los ambientes lumpen y currantes—. Una cierta conciencia de élite, de iniciado, le hace despreciar ostensiblemente al fumeta y al anfeta, y, a la larga, pese a que haya atravesado por una etapa crítica respecto al presente orden social y espiritual, acaba siendo tan conservador y resignado como cualquier padre de familia de los que se lo hacen de carajillo y fútbol.

«Si no fueran tan pasivos e individualistas, nos atreveríamos a calificarlos de fascistas —reflexiona en voz alta el Equipo de Toxicomanía de Bétera—. Por ejemplo, respetan a la policía como aceptando que forma parte de las reglas de juego. En última instancia, si no tienen nada que inyectarse, recurren a ella como posible solución. Pero lo más seguro es que, en ese caso, se las ingenien falsificando recetas, robando farmacias o lo que sea para echarse algo a la sangre. La imaginación del yonqui español es de alquimista. Da lecciones a los profesionales, se sabe todas las combinaciones posibles que colocan. Y en España son más fáciles de conseguir que en cualquier otro país occidental».

El enganchón

Para que una droga nos complazca es preciso que nos guste someternos a ella.

Henri Michaux

Decir a palo seco que «La droga mata» es decir bien poco, pero hacer mucho. Confundir, asustar, meterlo todo en el mismo saco, ocultar información es la labor oscura de la policía, los medios de comunicación del poder, los psiquiatras-lacayo, las «uniones contra la droga». El resultado es un inequívoco aumento geométrico desde el verano del 78 de los aficionados a los estupefacientes mortíferos, en bastantes casos por simple desconocimiento. Mientras tanto, la represión indiscriminada contra el cáñamo, los camelletes y los consumidores continúa, o se incrementa; la población se marea, y los grandes traficantes se embolsan millones y siguen en impune libertad. Mosqueante, ¿no?

«Coger un hábito es algo muy serio —ironiza José, que sabe de qué va la cosa—. No es verdad lo de los films-morbos de que te quedas enganchado al primer picotazo, pero a mí me ocurrió a los dos o tres meses. Al cabo de un año estaba cayendo en un estado puramente mineral: era capaz de pasarme un fin de semana inyectándome y viendo televisión. Perdía el interés por el sexo y por los placeres sensoriales, vivía en función del tiempo que marca la droga… Mi ansiedad era conseguir más y más caballo. Tuve que hacer un esfuerzo jodido para controlarme».

Emilio también las pasa canutas: «No me enteré de que estaba enganchado hasta que una mañana me levanté con 39° de fiebre y temblores en las piernas. En aquel momento en el pueblo no había material. Aquella semana fue horrible, en plan diarrea, vómitos, escalofríos… Pensé en dejarlo y me inventé la historia de irme de retiro a un sitio tranquilo. Acabé llamando urgentemente a mi mejor colega para que me subiera unas papelinas. ¡Qué las sacara de donde fuera!».


Cada cual es muy libre de hacer con su cuerpecito serrano, su coco y su angustia lo que quiera y pueda. No valen leyes, ni pasma, ni talego, pero cierto es que la heroína y todos los opiáceos producen a plazo no muy largo una alta dependencia y tolerancia que se descubre el día que llega el síndrome de abstinencia. «Un toxicómano lo es para toda la vida —lamentan el doctor Bogani y sus compañeros—. Su metabolismo se adapta al baño de la droga, si quiere dejárselo debe practicar una abstinencia tal y un cambio radical de medio social».

Entre Popeye y Al Capone

Cuando se está enganchado, el vendedor es como la amada para el amado. Se espera su especial manera de caminar por el pasillo, su llamada especial, se busca su cara entre las que nos cruzamos por la calle. A veces se produce una alucinación en la que el más mínimo detalle de su exterior aparece como si estuviera delante de uno, en la puerta, haciendo la eterna broma del vendedor: «Siento tener que disgustarte, pero no he conseguido nada».

Williams Burroughs

«El ambiente del trapicheo es muy sucio. El polvo es un lujo, está por las nubes: un gramo cuesta entre 15 y 20 billetes verdes, la papelina mierdosa que te colocan en la calle vale un billete. El otro día me colocaron “dolantina”, un analgésico de la Bayer, por mil pelas cuando su precio en farmacia es de 69. Y todo cortadísimo con porquerías: lactosa, barbitúrico, quinina, estricnina, bicarbonato… Dan penco por alazán».

María sigue en el muro de lamentaciones: «De un kilo de hero pura, sacan cuatro, los muy cochinos. Los vendedores no son unas hermanitas de la caridad, son tipos duros. A mí se me revuelven las tripas cada vez que voy, a comprar a la calle. En parte por ansiedad, en parte por lo desagradable del ambiente».

Cada adicto de verdad para pegarse su hábito acaba convirtiéndose en un pequeño traficante. Todos andan con el cuento de la lechera: «Si paso tanto, podré conseguir cuánto». A veces llegan a tener cantidad de tela, pero no dura mucho. Otras se organizan excursiones a Tailandia o Ámsterdam en vuelo chárter para agenciarse un kilito. De esta manera entra gran parte del material. Pero ésta es la gente que suele caer en manos de los «popeyes». Y aunque la Brigada de Estupefacientes niegue a la prensa la existencia de una mafia de la heroína en este país, hay indicios de que se está creando, y tal vez con complicidades de guante blanco.

A nivel internacional, al menos, el tráfico sí que va de supernegocio desde las épocas de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales y la «guerra del opio». Hoy casi cien mil familias turcas viven del cultivo de adormidera, mientras que para Birmania, Tailandia, Laos y Camboya supone hasta la mitad de los ingresos nacionales. Estos tres últimos países constituyen el denominado «Triángulo de Oro» que produce en laboratorios secretos la heroína que llega a Occidente, por puertos como el de Marsella o el de Ámsterdam. Se olvida a menudo que el comercio de opiáceos es un producto más de intereses capitalistas, en el que están enfangados gobiernos orientales corruptos, la CIA, la mafia más vinculada al capital financiero y la industria farmacéutica. La película va de lujosos yates, avionetas que aterrizan en aeródromos clandestinos, sobornos de alto copete y muertes al que se pasa de raya. Y es que no somos nadie.

Venerable «Papaver»

La Papaver somniferum es, por lo menos, tan vieja compañera de la Humanidad como la viña de Noé. Sus principales productos y alcaloides —opio, láudano, morfina, heroína…— se han bebido, fumado, comido e inyectado durante milenios con fines médicos y estupefacientes. También ha servido de instrumento a los poderosos para adormecer conciencias y hasta para controlar a pueblos enteros. Ahora lo vemos.

Un papiro descubierto en 1873 reveló al mundo que ya los contemporáneos del faraón empleaban los frutos de la adormidera «para impedir los chillidos de los niños revoltosos». Heródoto y Homero mencionaron que los helenos usaban cierto filtro mágico —el «nepentes»— que «hace olvidar el dolor y la tristeza, y que la hija de Zeus había recibido de la egipcia Polidamna». En la Grecia y Roma clásicas tan curiosa amapola se vinculó ritualmente a los misterios de Deméter, diosa de la tierra, y a los de Morfeo, dios del sueño. En la decadencia del imperio, el opio era usado a discreción en cualquier orgía que se preciara. La huella histórica de la «papaver» reaparece con los grandes médicos árabes de los siglos IX al XII y con el alquimista Paracelso, que dan noticia de su empleo terapéutico para calmar dolores agudos y anestesiar durante las operaciones quirúrgicas. En contra de lo que se ha venido pensando, fueron los árabes quienes descubrieron a los chinos las propiedades estupefacientes del opio.


Pero las ventajas económicas y políticas del trapicheo mafioso de opiáceos serían practicadas masivamente por primera vez por la muy imperial Compañía Inglesa de las Indias Orientales. ¡Y de que manera! Gran Bretaña obligaba al Celeste Imperio a que aceptara en pago a sus compras de té, seda y antigüedades la falsa moneda del opio. En 1839, los fumadores invadían China y el emperador —a través de Lin Hse Tsu—, mosqueadísimo por el «paso de todo» de sus súbditos, cortó el tráfico del narcótico. Los británicos le declararon y ganaron fácil y estrepitosamente «defensa de la libertad de comercio y de la civilización cristiana occidental». El conflicto se saldó con cesiones territoriales, como Hong Kong, y absoluta libertad para los contrabandistas ingleses de droga.

El siglo XIX es el de las monstruosas concentraciones industriales, el de la anulación del hombre por la máquina, el de las primeras narices intoxicadas y los espíritus dolientes. Es entonces cuando el opio deja de ser «comido» con deseos médicos o mágicos y se convierte en vía de escape hacia el «paraíso artificial». Momento de la invención de la morfina —principal alcaloide del opio— que pronto reunirá en clubs a los que quieren estar à la page, de las jeringas placadas en oro con incrustaciones de piedras preciosas, del beber masivo de láudano por los obreros de Londres y Mánchester, de la fundación por De Quincey y Coleridge de la literatura maldita de la droga…

Y el XX es el de las guerras mundiales y la «aportación» de la casa Bayer, que sintetiza el éter diacético de la morfina, o heroína, como producto «muy eficaz y no adictivo» en la cura de morfinómanos. Tiempo en que los empresarios egipcios pagan a sus currantes en dosis de heroína, del «brown sugar» y el «caballo» —polvo, marrón y blanco—, del «speedball» —explosivo cocktail de coca y hero—, del picotazo rápido, de los hermosos vencidos… Nuestro tiempo.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 41 (enero de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 41 (enero de 1979) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.