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ARTÍCULO

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ENERO 1978

Flores para el mal

Divagación sobre Diario del ladrón de Jean Genet

Flores para el mal

Divagación sobre Diario del ladrón de Jean Genet

JAVIER VALENZUELA

Los simplones esquemas marxistas de lucha de clases, o el optimismo rousseauniano de ciertos libertarios al cuestionar la delincuencia, topan con Genet. Ese Jean Genet, mártir y santo, que va tomando posesión de las sesudas bibliotecas del país. Sólo. Y es una lástima. El texto de Javier Valenzuela, plantea otros páramos.

Hablar de Jean Genet es hablar de aquel que se atrevió a pintar lo innoble con los más bellos colores. Sí, para el autor de Diario del ladrón, la mariconería, el robo y la traición son tan hermosos como las flores que el común de los mortales ofrece a su amante; en definitivas cuentas, él se niega a distinguir entre la experiencia amorosa y la delictiva: «porque posee estas condiciones de erotismo es por lo que me encarnicé en el mal». Si no se comprende la relación profunda del delinquir con un apareamiento «recargado, complicado por un pesado ceremonial erótico», si se es incapaz de ver la semejanza no se entenderá nada de la pasión genetiana por esos personajes mugrientos, por la crápula y la canalla innombrables.

Santo, comediante y mártir

Pero no nos vayamos a equivocar. En estos tiempos en que la justificación social o política del delito son moneda corriente, algunos pueden creer que Genet sitúa a sus personajes del lado de la rebeldía y la reivindicación. No, no se trata de nada semejante. Quienes esperen encontrar esto en la novelística o el teatro del autor francés mejor será que ni lo intenten. «No les he buscado excusas, ni justificación», dice de sus queridos granujas. Genet ama al sarasa, al criminal, al mendigo con toda su cobardía, su violencia, su indigencia. Ama también sus sexos enervados que se restriegan contra los muros de la celda. Él encuentra en el mundo del hampa una aventura moral incomprensible para los habituados a pensar según la Norma: la búsqueda de la soberanía, de esa libertad que nada tiene que ver con la que llena la boca de los políticos. Ese intento equipara al hampa con los místicos de todos los tiempos y le orla con la santidad. (Saint-Genet, comédient el martyr es el titulo que Sartre puso a su ensayo sobre nuestro autor. Cocteau lo calificaba frecuentemente de moralista y predicador).


Oigamos a Genet en Diario del ladrón: «Una vela de armas precede a cada expedición nocturna. El nerviosismo provocado por el miedo, por la angustia, a veces, facilita un estado vecino de las disposiciones religiosas. […] Comunica al acto de robar la gravedad de un acto ritual». La emoción es tan enorme que muchos ladrones después del saqueo no pueden resistir la tentación de sentarse a comer en el salón o la cocina de la casa desvalijada o de —lo que es más significativo— irse corriendo al retrete a defecar. Es de este modo, practicando las tres virtudes teologales de la abyección (el robo, la traición, la homosexualidad), como el hombre puede acceder a momentos de beatitud, momentos en que los sentidos se descomponen, la mente se obnubila y el gozo se intensifica.

Aquí encuentro yo el sentido más exacto a la vieja expresión de «Corte de los Milagros» que aplicada al hampa nos da la entera medida de su componente principesco y sagrado. Genet gusta de comparar los palacios con las prisiones o viceversa: lo más alto y lo más bajo del universo social; el presidiario es —como Heliogábalo para Artaud— «el anarquista coronado».

El mal como experiencia erótica, el mal como búsqueda religiosa, éstas son Ias claves que nos permiten comprender el anhelo de soberanía que anima a los que se pierden (o se encuentran) por estos senderos. «Al volverme fuerte soy mi propio dios», nos dictará Jean (el protagonista de Diario del ladrón y, sin duda, el propio Genet) en sentencia casi nietzscheana que nos ayuda a entender muchas cosas. Pero Genet no se engaña (y no engaña al lector), la soberanía es fugaz —es lo fugaz— y sólo en el instante puede resplandecer. La soberanía, la fuerza es el disfrute absoluto del momento presente, el no desperdiciar ese momento. Hay que tenerlo en cuenta.

Marginación

Todo lo anterior está muy bien, nos dirá el amante de los análisis sociológicos, ¿pero cómo se llega a la situación de delinquir? También Genet nos da su propia opinión: apartándose de la Norma, rechazando un mundo que previamente lo ha rechazado, el delincuente acepta organizar un universo prohibido, un universo con dinámica propia que no admite las interpretaciones al uso. Para alcanzar esta vida primitiva, esta vida familiar a la del reino inferior de las flores, es preciso ante todo que la raza condene al individuo. Pero, a partir de aquí, el marginado genetiano acepta plenamente su responsabilidad. No se dedica a la abierta rebelión contra el Orden que lo concluyó (su homosexual jamás se organizará en un Front ni su preso en COPEL). Su actitud es el embellecimiento de la aventura de la que es libre protagonista, de la aventura del Mal.


Vuelvo a lo de antes, no hay que buscarle tres pies al gato. Fernando Savater en un interesante texto (Lección sociopolitica de la mazmorra) publicado en el N°13 de El viejo topo hace varias advertencias que considero imprescindibles; entresaco una de ellas: «El delincuente no es revolucionario consciente; es decir, no tiene una ideología social desde la que actuar… y nosotros deberíamos imitarle en esto si queremos profundizar en la comprensión de lo carcelario». Los escritos genetianos son lo más alejado que hay de los simplones esquemas marxistas de lucha de clases o del optimismo rousseauniano del que adolecen tantos libertarios al hablar de estas cosas. El delito sólo se puede pensar asumiendo su carácter escatológico (excremencial) respecto al Orden y dejándose de bobadas sociologistas. ¿La poesía y la tragedia serán los medios adecuados para este fin?

Gelidez

Es aquí donde nos falla Genet. Como ya está bien de rollo, sólo mencionaré, para acabar, la frialdad de unas novelas y piezas teatrales que nos interesan pero nunca apasionan. Mi primera experiencia al respecto fue la visión del inteligente montaje que el grupo valenciano Teatro del Mar hizo de Las criadas. Vi varias veces la obra pero a aquello le echaba en falta algo de calor. Lo mismo me ocurrió al leer Diario del ladrón. (El espectáculo de la Lindsay Kemp Company que con el título de Flowers tuve la fortuna de presenciar en Barcelona sólo en cierta medida es genetiano pese a estar basado en la novela Notre-Dame des Fleurs).

Es Bataille quien ha hablado claramente de la falta de «ese algo fulgurante que es la auténtica comunicación» en toda la obra de Genet. Parece como si éste se negara a la comunicación con el lector, como si elevara todo un muro de reticencias que nos impide acceder pasionalmente a su juego. Tanta desconfianza, tanto encerrarse en sí mismo, tanto bloqueo de la posibilidad de contacto caluroso autor-lector hacen fracasar el empeño de Genet, porque la soberanía sólo surge del acuerdo entre varios, porque el «deseo solitario de soberanía es traición a la soberanía».

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 29 (enero de 1978) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 29 (enero de 1978) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.