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ARTÍCULO

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NOVIEMBRE 1976

El indiscreto «desencanto» de la poesía

El indiscreto «desencanto» de la poesía

LUIS RACIONERO

Nos hallamos ante una obra maestra reforzada, si cabe, por la oportunidad del tema. Una vez que el entusiasmo ante la perfección y la fascinación de los personajes ceden paso al recuerdo desapasionado de la temática, emerge una consideración intrigante: ¿por qué esta familia tan esnob, culta y burguesa, y por tanto atípica, que sólo representa a una clase minoritaria, a una élite acomodada intelectual, despierta interés en un público mayoritario y logra resonancias en toda España? ¿Cómo consigue esta familia de Astorga tenernos en vilo a los de Barcelona o de Sevilla durante un largo metraje, sólo con su conversación?

Dice Edgar Wind que la historia enseña que lo común se puede entender como reducción de lo excepcional, pero que lo excepcional no puede entenderse amplificando el lugar común. Lo excepcional es crucial porque introduce la categoría más amplia; en otras palabras, se puede llegar a las paralelas de Euclides reduciendo la curvatura de un espacio no euclidiano a cero, pero es imposible llegar a un espacio no euclidiano partiendo de las paralelas. Esto nos sucede con El desencanto, nos encontramos ante una geometría cultural no euclidiana donde las vidas paralelas de los hermanos Panero se cortan y el espacio de la sociedad española de posguerra se curva hasta darnos la visión del espejo cóncavo, que, según Valle Inclán, es la óptica adecuada para descifrar la realidad española.

La película parte de una baza fundamental: la sinceridad de los personajes. Una vez se adueña del público esta sensación, la atención está conseguida y, por fortuna no resulta defraudada. Ello se debe a que los cuatro personajes del relato adquieren en seguida una dimensión arquetípica. La madre aparece como prototipo de «señora de», organizada su vida en función del marido y consumida por la tensión entre lo que por dentro desearía vivir y lo que la realidad le va imponiendo. La señora Panero explica este conflicto, en un castellano maravilloso por cierto, con tal maestría que sitúa al espectador inmediatamente en el ambiente de su vida. Con la madre como nota de fondo que va situando el contexto, los tres hijos desarrollan un comentario de su problemática particular. Es curioso cómo en la película escasean las alusiones a la política y, sin embargo, el espectador sale impregnado de una intensa sensación de crítica al sistema establecido. Esta película es un ejemplo claro de la importancia de la revolución personal y cultural en la evolución de la sociedad. Es la crónica de una ruptura generacional, momento en que unos hijos abandonan el mimetismo familiar y plantean un estilo vital diferente.

En Juan Luis, Leopoldo y Michi Panero tenemos un corte transversal a las tres generaciones españolas de posguerra. El mayor, que aún conserva las maneras, el bien hablar y los fetiches del intelectual tradicional, si bien se desvía del prototipo hispánico en detalles cosmopolitas propios de las últimas décadas. El menor, que pasa de todo como la joven generación, pero que sabe muy bien dónde está y lo que quisiera. Y el hermano mediano, el más desconcertante, como esa generación maldita a que pertenece, a caballo entre dos mundos, demasiado tarde para disfrutar y demasiado pronto para imponer su estilo. Una generación de frenopático y exmilitancia política, que, como explica el otro hermano, al grito de «por aquí, por aquí», metió en el único callejón sin salida de la calle Bravo Murillo a una manifestación de 65 estudiantes. Personaje este, el más hermético y del cual desearíamos saber más, sobre todo a dónde conduce la lúcida desesperación que dirige su vida.

Técnicamente, la película encuentra la forma adecuada al fondo: una fotografía de contraluz e interiores, algo quemada para sugerir la atmósfera de la foto de álbum familiar. Exteriores escasos pero precisos, lapidarios, como el descubrimiento de la estatua del poeta junto al palacio episcopal diseñado por Gaudí en Astorga. El montaje impecable, confiriendo al tema un ritmo que no puede darle la carencia de argumento. De los actores, que no lo son, sólo podemos decir que si como ellos pretenden, son el fin de una raza, el país perderá en ello, porque el genio de la raza se trasluce más de una vez por debajo del esnobismo y el spleen de los Panero.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 16 (noviembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 16 (noviembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.