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ARTÍCULO

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ENERO 1977

Sobre la contracultura, la incultura y todo lo que lleva a la sepultura

Sobre la contracultura, la incultura y todo lo que lleva a la sepultura

FERNANDO SAVATER

No acierto a descubrir cómo empezó el malentendido. Soy una persona decididamente de cultura: leo en tres idiomas o cuatro, tengo una sólida formación clásica, soy doctor en una disciplina tan acrisoladamente culta como la filosofía. Mis gustos culturales no pueden ser más conservadores: en música me gusta Mozart y Beethoven, detesto a los Beatles y a Elvis Presley y me vuelvo loco furioso si tengo que aguantar cinco minutos de «rock»; mis literatos preferidos son los narradores más tradicionales, los que escriben novelas con argumento, aventuras y triunfo de los más heroicos sentimientos; en poesía me gustan los sonetos y las octavas reales, con rimas cuanto más sonoras, mejor; en filosofía, mis autores más familiares son Hegel, Nietzsche, Sartre y otros monstruos sagrados de la cultura occidental. En resumidas cuentas, aborrezco todo experimentalismo y todo vanguardismo, en el campo que sea y venga de donde venga. Todo lo que escribo es fundamentalmente una protesta contra el mito de la novedad y una denuncia de la falsa ruptura de las costumbres. El colorín «underground», las Disneylandias espirituales, Timothy Leary, el entusiasmo por las malas traducciones de autores orientales que sienten los ignorantes que desconocen a Montaigne y a Goethe, el «comix», las flores en el pelo, el neonaturismo y la mitología del puerro: todo esto me es ajeno, me repele, me da asco y me la suda. Aunque muestro una benévola condescendencia con quienes, tras unos meses de estancia en California o Ibiza, se empeñan en predicar su lánguido contraevangelio, no dejo de considerar su manía como una forma benigna de oligofrenia. La blandenguería y la ambigüedad espiritual pueden ir acompañadas de buenas intenciones, pero siempre son seguidas de pésimos resultados.


Como decía, no acierto a vislumbrar qué dio origen al malentendido. Porque de un malentendido debe tratarse, si no juzgo mal. Pese a las opiniones antes expuestas, que nunca he ocultado más allá de lo que exige la cortesía en la charla con ciertas personas de opiniones opuestas, no hay mesa redonda, simposio o número extraordinario de revista sobre el tema de la CONTRACULTURA para el cual no se requiera mi colaboración o mi asistencia. ¿Qué tengo yo que mi amistad procuran…? Me canso de repetir que la contracultura no es más que un invento de snobs americanizantes, incapaces de aceptar el reto de esfuerzo y dolor que plantea el verdadero pensamiento; que no es un movimiento espiritual o intelectual, sino un stand en la sección de juguetería del supermercado cultural; que, en el dos por ciento que tiene de valioso e interesante, es cultura tan cultura como cualquier otra cultura que en el mundo ha sido y que el resto… el resto es silencio. Cuando he terminado de vociferar, me dan dos palmaditas en la espalda, me dicen que muy bien y no pasan tres días sin que vuelvan a llamarme para saber qué pienso de la contracultura o incluso —¡horresco referens!— cuál es mi papel dentro de ella. Sin esperanzas de liquidar de una vez por todas el asunto, repito mi doctrina definitiva sobre esta estúpida cuestión: LA CONTRACULTURA ES UN TEMA TAN IRRELEVANTE, FICTICIO Y NIMIO QUE NI RESISTE NI MERECE DISCUSION DE NINGUNA CLASE. Punto. Amén.


La mercantilización cosificadora que el poder impone al mundo hace que del ímpetu creador de la cultura no queden más que residuos, objetos, obras acabadas y manipulables: la libertaria fuerza pasional que las produjo se minimiza en explicaciones sociologistas o psicologistas y se pierde en nada. Recuperar el vigor de la pasión creadora y la libertad que procura es misión primordial de toda cultura no meramente repetitiva. Recuperar sobre todo la dimensión ética de la cultura, su íntima complicidad con la virtud, con el vigor eficaz que se enfrenta a lo muerto y a lo supuestamente irremediable. Esto no es ir contra la cultura, sino cumplir la dimensión inmanejable que encierra toda cultura. Aprender que el Amor es creador, en Platón; que la morada del hombre está junto al dios, en Heráclito; aprender en Marx y Bakunin que hay sueños de los que, una vez soñados, nunca se puede despertar; atreverse a la aventura de la fuerza y de los amos sin esclavos que predicó Nietzsche; repetir con Adorno que «por amor a la felicidad, se renuncia a la felicidad: así sobrevive el deseo en el arte». Y dejarles los restantes «gadgets» contraculturales a quienes falta valor o inteligencia para otro juego que no sea cantar interminables loores a ese juego al que no pueden jugar.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 18 (enero de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 18 (enero de 1977) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.