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ARTÍCULO

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NOVIEMBRE 1976

Carajillo al poder

Carajillo al poder

JUANJO FERNÁNDEZ

Sobre nuestra vida cotidiana extiende cada vez más sus tentáculos el imperio de la mercancía, y los escasos placeres, más o menos epicúreos, que nos podíamos permitir quienes nada o casi nada tenemos, van sucumbiendo: la sana costumbre de ejercer el derecho a la pereza pasándose el día en el café, discutiendo lo indiscutible o, más simplemente, no haciendo nada, se está yendo al carajo ante el arrasamiento de tales oasis del ocio en beneficio de bancos o snacks-bar estandarizados, pero no es sólo eso, mucho peor: en los pocos cafés que quedan se ha desatado la fiebre del lucro y, además de las furibundas miradas a quien esté más de media hora en una mesa, en muchos se niegan ya a servir carajillos «porque no son rentables».


¡Hasta aquí habíamos de llegar! Pacientemente hemos soportado el que las ciudades hayan sido inmoladas en culto a la sacrosanta mercancía coche, que las inmobiliarias nos hayan dejado el paisaje urbano hecho unos zorros (por no hablar de incomodidades, insalubridades, inhumanidades, etc, etc), que los montes se llenen de «urbanizaciones», la proliferación de plagas como la Coca-Cola, el cobro automático en los autobuses, las autopistas, los week-end, el metro, el turismo organizado, la televisión, Althusser, los parkings y otros horrores de la vida moderna (que será todo lo «moderna» que quiera, pero lo que es vida…), pero por aquí no pasamos, no estamos dispuestos a tolerar la desaparición de una de las pocas cosas buenas que ha producido el país (la otra cosa buena es la peculiar proliferación de anarquistas que desde 1868 da su salsa picante a la vida de las ibéricas tierras): el rudo carajillo, de tan poético nombre, que por un módico precio era la alegría y consuelo de nuestros días: incluso las dictaduras con carajillo son menos duras, sin contar la posibilidad de que al dictador puede acabar no haciéndole caso nadie: no en vano se gritaba el día de Sant Jordi por las Ramblas «Coca-Cola asesina, carajillo al poder».


Si los carajillos no son rentables, que se sacrifiquen los dueños de los cafés por amor al arte y por deber patriótico (para compensar, pueden subir los precios delos infames «refrescos»); o si no, que el carajillo se ponga en régimen de Autogestión; aunque, como esto de la autogestión ya se sabe que en el marco de una sociedad capitalista tururut, más vale que, en tanto no llega la revoluçao, el carajillo sea generosamente subvencionado por los ayuntamientos, previa declaración de las terrazas de los cafés como zona catastrófica; y si el ayuntamiento, siguiendo las ricas tradiciones de estas tierras, se niega a soltar un duro, se puede montar una campaña subversiva, separatista, roja, negra, masona y anarquizante, de gran envergadura: pegatinas Salvem el carajillo, Carajillo al café, Amnistía y Libertad para el carajillo, Prou repressió, beguda sense exclusió, Sí, sí, sí, carajillo aquí, pintadas (p. ej.: Pan, Chorizo y Carajillo), recogida de firmas, cartas de protesta, escándalo en la prensa, concentraciones y manis frente a los ayuntamientos, clamor popular, boicot a los 18 concejales que hayan votado no al carajillo, etcétera, etcétera: los organismos «unitarios» de la «oposición», que actualmente, a fuerza de hacerse tantas mutuas concesiones para unirse, ni rompen (democráticamente, of course) ni rasgan ni ná, podrían ocuparse de ello, con la ventaja adicional que de semejante agitación nadie osaría culpar al oro de Moscú, Toulouse, o de la CIA, lo que demostraría el carácter reciamente patriótico de la oposición sin necesidad de que Felipe González ande por ahí en plan travestí-lagarterana; tanta y tanta «Mesa democrática» como ha florecido por estos pagos podría servir al menos para tomar carajillos, y así a lo mejor ganaría en alegría e imaginación la política, tan insulsa hasta ahora, de las susodichas Mesas. Y, en fin, más ventajas: se podría conseguir—ya era hora— la imprescindible dimisión de Viola, puesto que si en esto de las subvenciones al carajillo no cede, como acostumbra, más a nuestro favor, ya que éste sería el argumento definitivo que desataría las furias populares: ¡ni siquiera nos queda el recurso de tomamos un carajillo para reponernos del Plan Comarcal ¡Intolerable! ¡Bon cop de falç, etc! (a buen entendedor, salud); si cede, se ganará la enemistad de la Coca-Cola, la ITT (que siempre anda por en medio de estos fregados), y de las cadenas Wimpy y McDonalds, con lo que sería derribado por un complot de la CIA.

El carajillo, como se ve, puede salvar al país; se impone pues salvar al carajillo: ante la sorda guerra de ocupación y colonización que la sociedad de consumo, la sociedad espectacular y mercantil, ha declarado a nuestra vida cotidiana, respondamos con la fértil guerrilla de la imaginación…

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 16 (noviembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 16 (noviembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.