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ARTÍCULO

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DICIEMBRE 1976

El búnker del arte

El búnker del arte

LUIS RACIONERO

Cuarenta años de medias tintas no pasan en balde y ahora se empieza a ver que, donde menos te lo esperas, salta el búnker. Cuando el búnker político comienza a desmantelarse, se le ve el latón a otro búnker, inesperado y decepcionante: el búnker del arte. Son ya numerosos los artistas jóvenes barceloneses que afirman que las figuras consagradas de nuestra pintura: Miró, Tàpies, etc, secundados por los críticos también sacrosantos, tipo Cirici Pellicer, son en este momento la fuerza reaccionaria que frena el progreso y la espontaneidad del arte catalán. Según afirman los pintores principiantes, estos artistas y críticos usan su poder económico y de opinión para brindar los canales de expresión sólo a los artistas que hacen los mismo que ellos.

Pongamos un ejemplo: el señor Tàpies patrocina y escribe la presentación de una exposición en su galería, es decir, la Maeght, de unos pintores como Broto, Grau, Rubio y Tena, que son anacrónicas imitaciones del informalismo americano, sin ninguna fuerza innovativa, ni relación con la cultura de nuestro pueblo. La cosa es doblemente escandalosa porque durante años estos pintores nos han dado la paliza de su preocupación por la realidad social y su compromiso con la ideología marxista-leninista. Y ahora exponen en la galería más capitalista de todas. Aquí entramos en uno de los trucos usados por pseudoartistas, posibles en estos cuarenta años de represión, y que no deberíamos sufrir por más tiempo. Nuestro lema, como el de Unamuno, es: «No más tonterías de las estrictamente necesarias».

Pues bien, durante estos años, se ha usado algunas veces la excusa política para disimular la ausencia de calidad artística. La fórmula era: calidad de la obra + verborrea política constante. Cuanto menor el primer sumando, mayor el segundo. Nada más lejos de nosotros, que abogamos por la unión de arte y realidad cotidiana, que negamos la importancia y la necesidad del contenido político en la obra de arte; pero respecto a esta mezcla cabe aclarar dos cosas. Primero: cuanto mejor la calidad artística de la obra, más penetrará y se difundirá el mensaje político de ésta. Es decir, si Raimon, por ejemplo, tuviera buena voz y estudiara guitarra, sus letras producirían aún mayor impacto. En segundo lugar, lo que no puede aceptarse es un pseudoartista con escasa calidad formal y creativa, que presenta una obra mediocre y luego monta en tomo a ella una verborrea ideológica tendente a ligar aquella birria con unos problemas político-sociales, que son muy reales y urgentes, pero que no tienen nada que ver con la obra de aquel señor. Este antiestético y deshonesto aprovechamiento de un estado de represión e injusticia para velar la incompetencia de una obra de arte es una práctica que ahora debe desaparecer. Los problemas sociales y del proletariado son algo demasiado sagrado y respetable como para que los utilicen de señuelo, en provecho propio, unos pseudoartistas sin calidad, llevándolos a galerías y exposiciones que son lugares regidos según la más pura ortodoxia burguesa que causa esos problemas.


Por supuesto que hay artistas cuya calidad estética nadie puede discutir, como Tàpies, que en la ecuación anterior pueden poner la cantidad de contenido político que deseen, porque el sumando de calidad es muy alto. En estos casos, el contenido político no es un velo disimulador o compensador, pero está, en cambio, cogido por los pelos. Es muy difícil descubrir qué líneas o texturas de un cuadro de Tàpies describen la plusvalía o qué colores están denunciando el capitalismo imperialista. Por supuesto que todo pintor, como ciudadano, debe tener sus ideas políticas y éstas pueden ser las que le plazcan; pero en cuanto hable de un arte engagé, debe dejar muy claro cómo su obra incide, alude, denuncia o soluciona, la realidad sociopolítica. Creemos que en la mayoría de nuestros artistas teóricamente engagés, esta relación obra-política no está clara. La prueba definitiva nos la ha dado la Bienal de Venecia: los mismos artistas, Miró, Tàpies, etc, que exponían en el pabellón oficial español todos estos años, exponen este año en el pabellón antioficial. El arte abstracto parece ser compatible con diferentes realidades concretas.

Hay otro aspecto que tampoco se ve claro: el precio de las obras de estos pintores. Como todo el mundo sabe, ya el propio Marx afirmaba que el valor de un artículo proviene del valor del trabajo incorporado en su realización. De modo que el valor de un cuadro es el valor del número de horas que el artista dedica a realizarlo. Ahora bien, en una sociedad justa, socialista e igualitaria, una hora de pintor no puede valer diez veces más que la de un cirujano, un lampista o un profesor de universidad. ¿Cómo se entiende entonces que un Miró valga 13 millones y un Tàpies 4 millones? Estas cifras en valor-trabajo son, tirando por lo bajo, 5 y 2 años de trabajo respectivamente. La explicación está en que este arte es un artículo más incluido en los mecanismos de mercado de la sociedad capitalista. Ya dijo Antonio Machado que «Todo necio confunde valor y precio»; esto es exactamente lo que hacen nuestros mercaderes del arte, marchands y empresarios, inmersos en la más pura ortodoxia comercial. El precio de los cuadros se fija, muy por encima de su valor-trabajo, en función de su valor-cambio. ¿Y por qué su valor cambio es tan elevado?: porque existe una demanda elevada. Pero ¿es que hay tantos amantes de la pintura que pueden gastarse esos millones a cambio del placer estético que les proporciona un Miró o un Tàpies?, ¿o hay asociaciones de vecinos que los van a colgar en su local de reunión, santuarios que los pondrán en el camarín, hospitales que los usarán como terapia, para bien y edificación de la comunidad? Lo que sucede es precisamente lo contrario, los verdaderos aficionados a la pintura, los admiradores artísticos de Miró y Tàpies, y yo tengo a honra contarme entre ellos, no pueden adquirir sus cuadros. ¿Quién los adquiere, quién hace que el valor-cambio de estos artículos esté tan por encima de su valor trabajo? Los inversores, los que compran cuadros como podrían comprar terrenos o camas venecianas, los que invierten en pintura para poner el dinero en algo que no baje de valor, que resista la depreciación inflacionaria. Pasa con ellos lo mismo que con las acciones en bolsa; los que todo el mundo confía y compra, suben de precio. Con ello llegamos a una situación paradójica: los pintores cotizados, más que pintar cuadros, están imprimiendo dinero. Me explicaré.


En Teoría Económica se define como numerario todo artículo que se acepte como medio de cambio y reserva de valor. Este artículo suele ser imperecedero porque de lo contrario habrían desagradables mermas; por eso el dinero se hacía de metal. En Berlín, después de 1945, se usaban cigarrillos como dinero. Cualquier cosa puede servir de numerario con tal de que la gente esté de acuerdo en conferirle valor. Los cuadros, como el dinero, se usan hoy como reserva de valor y también son medio de cambio, porque son convertibles en dinero. Cuando la gente no se fía de tener el dinero en el banco porque hay inflación y pierde valor, se dedican a comprar algo que confían subirá de precio: unos compran oro, otros dinero extranjero, otros cuadros. Por la confianza de los inversores los pintores cotizados son como un banco: capaces de emitir dinero. Tremenda paradoja, pero verdadera; recuérdese la famosa anécdota de Picasso, que pagó una multa dibujándole algo al gendarme en el mismo papel de notificación, diciéndole: «Venda esto».

Tremenda paradoja para estos pintores verse cogidos en esta máquina comercial que les aprisiona y a la que alimentan. En su mano está salirse. A los mercaderes que han originado todo este tinglado les diremos una cosa, en el único argumento que entenderán; cuando hay demasiado dinero (cuadros) en circulación, el dinero se deprecia debido a la inflación. No creo que las galerías estén lejos de esta situación. Veremos cómo se salen. El arte está pues en un marasmo mental y económico que anula su efectividad social y popular. Son los grandes artistas, no los mediocres, quienes pueden sacarlo de este tinglado. Por eso creemos llegado el momento de desmantelar el búnker del arte, un búnker que en lugar de consejeros del movimiento vitalicios tiene críticos con poder de subir o hundir artistas, que en lugar de ministros tiene artistas-genios, que en lugar de estados de excepción aconseja a las galerías no presentar la obra de tal señor que no pinta como ellos. Creemos que son nuestros mejores artistas quienes deben desmantelar el búnker artístico y mostrar el camino hacia un arte popular pintando para la calle, la plaza y el público, en vez de para galerías; vendiendo su producto a un precio asequible, como cualquier artesano. El arte y nuestra sociedad ganarán mucho con el cambio.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 17 (diciembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 17 (diciembre de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.