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ARTÍCULO

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ABRIL 1978

Fernando Arrabal:
Toda su obra prohibida por Franco

Fernando Arrabal: Toda su obra prohibida por Franco

A. ARRIBAS

Arrabal sigue batallando desde sus propios altares. Aquí ofrecemos las primicias de un libro, a punto de ser publicado en París a la vez en francés y en castellano, titulado Carta a los militantes comunistas españoles, y que a buen seguro desencadenará las iras de muchos de aquellos que todavía no se han recuperado de las que en su día creara Semprún.

Cuando llegué a su casa, me recibió con gran cordialidad. Estaba con un guatemalteco de pelo lacio, mirada oblicua y bigote caído. Arrabal, que es un hombre a quien se le escucha con deleite, nos estuvo contando la reciente visita de un jesuita, sin piedad, que le proponía hacer una biografía de Ignacio de Loyola.

—¡Estupendo!, dije yo. ¡Habrás aceptado!

—No, Roland Barthes ya ha tratado el tema de forma admirable. Pero además, San Ignacio no me dice gran cosa. Es un espíritu frío. A mí me entusiasma la pasión de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz.

Estamos en el despacho del escritor y cuando el guatemalteco se va enchufo el magnetofón para empezar la entrevista.

—¿Hay ruptura tuya con la España de censura?

Arrabal me pide que matice la pregunta.

—Es injusto —afirma— decir que en España hay un régimen de censura. El extranjero, al no estar enterado de las transformaciones, tiende a comparar el pasado y el presente. Nosotros como del país, exiliados, por deber moral, estamos obligados a hilar muy fino. Vayamos a un caso típico. Es el arresto y proceso de Boadella. Varios hemos querido hacer el máximo por la liberación de este creador y hemos encontrado frente a nosotros toda una serie de fuerzas políticas dispersas que nos pedían un poco de calma para no excitar a los militares. Un caso sintomático, porque, por ejemplo, ¿qué ocurre con mi último libro? Me refiero a Carta a los militares comunistas españoles que aparece aquí, en Francia, el 19 de marzo en edición bilingüe española-francesa. Yo quería que se publicara en España al mismo tiempo. El editor español me había escrito una carta en el mes de diciembre anunciándome que me enviaba adjunto un contrato para la publicación de Carta al general Franco, le llamé más tarde por teléfono y me dice que está el asunto Boadella… Paralelamente, había un distribuidor que había comprado las películas para pasarlas en España y me llama desde Madrid para decirme que con lodo lo que tienen mis películas contra el ejército, en la situación actual, son muy difíciles de pasar. El pequeño caso personal no me importa. Lo que importa es lo que quiere decir cada una de las cosas. El caso de Boadella es un caso sintomático de la situación actual en España. España se encuentra ahora frente a una censura hacia una parte española intolerante que es el ejército, con el consenso general. Entonces, no nos podemos mover para no herir susceptibilidades del ejército. Yo creo que la libertad si no se la utiliza, se gasta. Por mucho que se quiera y admire al ejército, el mayor respeto que podemos tener por el mismo, es criticarlo. Paralelamente, hay una cosa vergonzosa que ocurre en España; es, por ejemplo, el caso del Paracuellos del Jarama. Cuando Carrillo hace declaraciones en las Cortes, hay una voz que se levanta desde arriba, que dice: Paracuellos. Por respeto a Carrillo y a los asesinados de Paracuellos se debe hablar de ello. Eso es ejercer la libertad. Por otro lado, si el ejército coge hoy a Boadella por haber hecho una obra que la censura había aceptado, también se impone un debate. Es natural que lo defendamos. Y un partido que no lo defienda se está prostituyendo. Eso redunda en perjuicio de la democracia, de la libertad. Por respeto a ambos hay que discutirlos y criticarlos. Tienen que ser suficientemente fuertes y grandes como para que se los pueda criticar. No se puede decir que España es la de Franco, pero España, tal y como actúa ahora, no es realmente un país democrático, porque hay ciertas cosas intocables que son, para la derecha, el ejército y la monarquía: para la izquierda, el fenómeno del partido comunista que no se le puede criticar».

—¿Tú crees que en el Partido Comunista hay un ala podrida y otra que es sincera?

—Creerlo así, sería hacer el juego de los comunistas, de su dirección. Por ejemplo, el corresponsal en Francia de un gran periódico español comunista, describiendo el PCE, titulaba su artículo: «Las seis tendencias del Partido Comunista francés». El que habla de tendencias dentro del Partido Comunista francés o español es que, naturalmente, es un submarino, es un infiltrado. Nos quiere hacer comulgar con piedras de molino. Lo que digo y mantengo es que en el Partido Comunista hay dos clases de hombres, hay dos partes: la parTe maquiavélica, los que utilizan la desfachatez, que son toda la parle burocrática del partido de A a Z. Luego están los hombres de la base, enternecedores, toda esa masa de gente que sueña, como yo, con un mundo mejor, con un mundo sin clases, con un mundo de justicia, que es respetable y es lógico que se ilusionen y se cieguen. El partido los utiliza y como tiene tanto temor de ellos, les comunica las cosas a posteriori. Las decisiones se toman arriba, de manera típica. Lo que se llama centralismo democrático es un contubernio entre un centralismo mastodóntico y gigantesco y una democracia que, por lo menos hasta ahora, es invisible. La desfachatez a que pueden llegar no tiene límites. Por ejemplo, pueden decidir desde arriba que ofrecen mil años de réditos a los capitalistas americanos, como pueden imponer el fin del internacionalismo o de la dictadura del proletariado. Un militante me explicaba que, habiendo sacado un grupo del partido, en un mítin comunista, una bandera republicana defendida —según él— hasta ayer, fue apaleado. Durante años el partido dijo desde arriba que Juan Carlos y la monarquía eran instrumentos del capitalismo y hoy en día…

—Cuenta satíricamente el desliz de La Pasionaria en el último Congreso del PC celebrado en Roma, presentando seguidamente una moción para que «fuera votada por unanimidad». Glosa para apoyar su pensamiento, la noticia dada ese día por El País sobre unos llamados disidentes comunistas de Granada que como militantes quieren presentar sus mociones al Congreso del mes de abril, aunque —añaden— están seguros que no los dejarán.

—Esa amnesia sobre el pasado —prosigue— que exige el PCE, significa la permanencia en el error y la promesa de mordazas y gulags para el mañana. Alguien con mucha valentía grita: Paracuellos. Otro podría gritar: Gabriel León Trilla, que fue asesinado en el Campo de las Calaveras por orden de Carrillo. No se puede hablar de los crímenes de la inquisición comunista o franquista ni se escucha el diagnóstico. Sólo se sabe acusar al diagnosticador.

—Pero el Partido Comunista no es todo. Hay otras fuerzas vivas en el país. ¿Cómo te explicas esa especie de omnipotencia del Partido Comunista?

—El Partido Comunista es poco, en efecto. De los 25 millones del censo electoral, sólo un millón y medio votaron por él. Muchos menos votaron en el año 36: menos del 4 % de la población. Un año más tarde, Jesús Hernández, en su libro Yo fui ministro de Stalin, dice que con ese 4 % habían copado el 80 % de los puestos de mando. Tanques y aviación eran cotos cerrados del partido. Se había utilizado el sistema que emplean ahora de captación, de infiltración, de submarinismo. A Jesús Hernández le calumnian ahora los mandamases del partido mezclándolo con el caso de un policía fascista. Jesús Hernández, altísimo personaje del Partido Comunista español, de su buró político, uno de los dos comunistas que llegaron a ser ministros, rompe con el partido al llegar a Rusia recordando el asesinato de Nin, el robo del oro de España, los sucesos de mayo del 37 en Barcelona y la situación en la Rusia estalinista. Rompe, repito, con el partido, pero sigue siendo marxista, comunista y titista. Mundo Obrero acusó a Jesús Hernández de ser agente titista y carlista.



No confundamos, no se trata del tan popular cipote de Archidona, pero la pija se las trae.

—Quisiera que volvieras a la actualidad. Lo digo porque pueden achacarnos que nos dormimos en el pasado, que aquello fue lo que fue, pero que ahora, como dicen con su cinismo habitual, borrón y cuenta nueva.

—El típico problema de ayer, el asesinato de Nin o el oro de Moscú… ¿son problemas de ayer? No me lo parece. No son problemas de ayer y así lo prueba un libro muy reciente, Guerra y revolución en España del 36 al 39, editado en Moscú y escrito recientemente por la flor y nata del Partido Comunista español, bajo la presidencia de La Pasionaria. En ese libro se reproducen las mentiras y falacias de siempre. Según el libro, Nin es un agente al servicio de Franco. El putsch, como ellos dicen, del 37, que lo hicieron ellos, fue un putsch franquista. Se mantienen e instalan en el error y se están preparando para reproducirlo. El comunismo y el fascismo son los hermanos gemelos de la intolerancia.

—Bueno, entonces, según tú, para hablar más concretamente de tu mundo, ¿cuál crees que es el cometido del intelectual?

—¿La misión del intelectual? No tenemos gran cosa que hacer en el mundo de hoy. El box-office mide el valor del artista por el dinero. Un intelectual no vale nada puesto que no tenemos millones de dólares. Pero nuestro minúsculo papel es un papel de ética, de moral. Nosotros estamos aquí para señalar lo que creemos. Como el escritor no tiene nada que perder ni ganar, ¿por qué no decir lo que cree? El poeta N°1 del partido ha estado en Rusia hace poco y al volver a Madrid le pregunta Diario 16 si existen intelectuales disidentes y dice: «Yo no conozco ninguno. No me enteré de que existiera uno solo. Porque si hubiera existido uno solo, hubiera protestado», etc. Es decir, este hombre a pesar de los escritos de los intelectuales y de las informaciones de Amnesty International, no conoce ni un solo nombre. Cuando hizo estas declaraciones, Kuznetsov, autor de Diario de un condenado a muerte, estaba en plena huelga de hambre, tras siete años de encierro en el campo de concentración. El periodista le preguntaba finalmente: «¿Qué opina usted de Carrillo?», y respondía: «Estoy incondicionalmente a favor de él». Yo creo que la negación de la poesía es la incondicionalidad. No se puede ser poeta e incondicional. Aunque tenga que pagarlo de su vida. El franquismo creó una inmoralidad que el comunismo quiere continuar. Carrillo ha declarado: «Quiero enterrar el hacha de guerra y ni siquiera cito la palabra franquismo o antifranquismo». Los escritores posibilistas que supieron vivir con el franquismo son los que mejor pueden vivir con el comunismo. El señorito corrompido que se decía de derechas, hoy afirma que no hay que atacar al comunismo…

—¿Dentro de qué linea te sitúas? ¿Anarquista?

—Yo soy yo. Sería incapaz de entrar en una organización, ni siquiera anarquista. Digamos que son las organizaciones anarquistas las que me son menos antipáticas, o las más próximas. Pero, soy un hombre solo. Militar sería atenerme a unas normas. Cuando me manifiesto, sólo comprometo a Arrabal.

—¿Solo? ¿No formas parte de algo?

—En tiempo de Franco había que tener un certificado de lealtad al régimen para trabajar o estudiar. Cuando se dice que el fascismo era silencio, es falso. Era la obligación de hablar, la obligación de decir, de cantar el himno, proclamar la lealtad al régimen. Ahora hay una decepción enorme cuando un periodista viene a verme y ve que no milito. Me quieren incluso forzar y se fuerzan ellos para decir: Arrabal, anarquista. Arrabal, miembro de la CNT… Piensan: Ya que se dice anarquizante, pues pongamos un poquitín más: porque lo que hace falla es encasillar. Encasillar, fichar… como a las putas.

—¿Te gustaría volver a España?

Mira el puro que está fumando y dice:

—Algunos de mis colegas me fumarían como este puro. En un cuarto de hora me fuman y me apagan. Lo poco que tengo que proclamar, quiero seguirlo diciendo y no quiero que me apaguen. Cierta clase intelectual española me apagaría. No soy Jean-Paul Sartre, pero ni siquiera él significa gran cosa en una sociedad como la nuestra.

Sigue abundando en estos términos y prosigue:

—Yo no creo que tenga que hacer nada en España por el momento. Quizás algún día… Ahora soy el poeta que va a molestar. Por ejemplo, fíjate este libro tan interesante. Se llama Censura y política. Un libro apasionante escrito por un buen escritor. En él mis colegas académicos cuentan sus peleas, sus luchas, sus batallas con los censores. Pero en este libro no se puede hablar de mi modesto caso, porque mi problema con la censura se resume en una línea: Arrabal, toda su obra prohibida por Franco.

Agradezco a Arrabal, en nombre de los agudos lectores, estas primicias de su libro Carta a los militantes comunistas españoles. En una forma epistolar muy elaborada, en un tono que tiene algo de deje evangélico y de homilía pastoral, pone su empeño en sacar a la luz ciertas prácticas criminales que otros quieren encerrar en la alacena del olvido. A este libro, saludable y polémico, le decimos: «A babor, a estribor. Buen viaje, buen pasaje».

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 32 (abril de 1978) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 32 (abril de 1978) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.