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ARTÍCULO

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ABRIL 1976

Apuntes sobre anarquismo

Apuntes sobre anarquismo

NOAM CHOMSKY

  Javier Bosch · Fragmento

Publicado en For Reasons of State (1973) y traducido y acotado en Ajoblanco.

Un escritor francés, simpatizante del anarquismo, escribió en 1890 que «el anarquismo posee una espalda ancha; como el papel escrito, lo aguanta todo, incluyendo», tal como él hace notar, «a todos aquellos cuyos actos son tales que ningún enemigo acérrimo del anarquismo los haría peor». Hay muchos tipos de pensamiento y acción que han sido catalogados como «anarquistas». Sería deseable un intento de delimitar todas estas tendencias conflictivas en una teoría o ideología general. Incluso si procedemos a extraer de la historia del pensamiento libertario una traducción evolutiva y viva tal como hace el escritor francés Daniel Guérin en su libro Anarquismo, subsiste la dificultad de formular aquellas doctrinas como una teoría específica y determinada de la sociedad y el cambio social.

En su trabajo Anarcosindicalismo, el anarquista e historiador alemán Rudolf Rocker presentó una conceptuación sistemática sobre el desarrollo del pensamiento anarquista hacia el anarcosindicalismo a lo largo de un esquema que se asemeja a la obra de Guérin. Escribía que el anarquismo no es «un sistema fijo y cerrado, sino más bien un rumbo o dirección definida en el desarrollo histórico del género humano, el cual, en contraste con los defensores intelectuales de todas las instituciones clericales y gubernamentales, se esfuerza en el libre desenvolvimiento de todas las fuerzas sociales e individuales de la vida». Incluso la libertad es, no un concepto absoluto sino relativo, desde el momento en que tiende constantemente a ser más amplio y a influir de más diversos modos y sobre mayores esferas. Para el anarquista no es un concepto filosófico y abstracto sino la vital y concreta posibilidad de poder llevar al ser humano al completo desarrollo de todos los poderes, capacidades y talentos con los que la naturaleza le ha dotado, y usarlos en favor de la sociedad. Cuanto menos sea influenciado este desarrollo natural por la protección política y eclesiástica, más eficiente y armoniosa será la personalidad humana y más dará la medida de la cultura intelectual de la sociedad en que ha crecido.

Alguien puede preguntarse cuál es el valor de un estudio de «la definida dirección del desarrollo del género humano en la historia» que no articule una especifica y detallada teoría social. Efectivamente, muchos comentaristas tachan al anarquismo de utópico, disforme, primitivo, o por otra parte, de incompatible con las realidades de una sociedad compleja. Otros, sin embargo, pueden argumentar de modo distinto: que en cada período de la historia nuestro interés debe consistir en desmantelar aquellas formas de autoridad y opresión que sobreviven desde una etapa en que pudieron tener justificación por la necesidad de seguridad, sobrevivencia o desarrollo económico, pero que ahora contribuyen —más que alivian— al déficit material y cultural.

Si es así, no habrá doctrina de cambio social fija para el presente y futuro, ni siquiera, necesariamente, un especifico e inamovible concepto de los objetivos de dicho cambio. Seguramente nuestra comprensión de la naturaleza del hombre o de la extensión de las formas sociales factibles es tan rudimentaria que toda doctrina debe ser tratada con gran escepticismo, precisamente porque el escepticismo aparece en la medida en que oímos decir que la «naturaleza humana» o las «demandas de eficiencia» o la «complejidad de la vida moderna» requieren de esta o de aquella forma de opresión y poder autocrático.

No obstante, en un momento determinado, puede desarrollarse, tan profundamente como nuestro conocimiento lo permita, una realización específica; es esta «dirección definida del desarrollo histórico del género humano», apropiada a los avatares del momento. Para Rocker, «el problema que nuestro tiempo tiene planteado es el de liberar al hombre de la carrera por la explotación económica y de la esclavitud política y social»; y el método no consiste en conquistar y ejercitar el poder del Estado ni en establecer el parlamentarismo, sino más bien en «reconstruir la vida económica de los pueblos desde la base en el espíritu del socialismo».

Engels, en una carta de 1883, expresó su desacuerdo con este concepto:

Los anarquistas lo invierten todo. Declaran que la revolución proletaria debe empezar eliminando la organización política del Estado. Pero destruirlo en tal momento representaría destruir el único organismo a través del cual el proletariado victorioso puede asentar su recién conquistado poder, mantener a raya a sus adversarios capitalistas y llevar a cabo su revolución económica de la sociedad sin la cual toda victoria debe acabar en una nueva derrota y en una ejecución masiva de los trabajadores parecida a aquellas que sobrevinieron con la comuna de París.

En contraste, los anarquistas —muy elocuentemente Bakunin— avisaron de los nuevos peligros de la «burocracia roja» que demostraría ser «la más vil y terrible mentira que nuestro siglo ha creado». El anarcosindicalista Fernand Pelloutier se pregunta: «¿Por qué este estado transitorio, al cual debemos someternos necesaria y fatalmente, tiene que ser una cárcel colectivista? ¿No podría consistir en una organización libre limitada exclusivamente por las necesidades de producción y consumo, desapareciendo todas las instituciones políticas?».

No pretendo saber la respuesta a esta pregunta. Pero parece claro que, si no se da una respuesta positiva a esta pregunta, las posibilidades de una verdadera revolución democrática, que lograra los ideales humanísticos de la izquierda, no son muy grandes. Martin Buber planteó el problema suscintamente al escribir: «Uno no puede, dada la naturaleza de las cosas, esperar que de una rama que se ha transformado en un garrote broten hojas». La cuestión de la conquista o destrucción del poder del Estado es lo que Bakunin consideró como primer punto diferencial entre él y Marx. En una u otra forma, el problema ha surgido repetidamente en este siglo, dividiendo a las socialistas «libertarios» de los «autoritarios».

A pesar de las advertencias de Bakunin acerca de la «burocracia roja» y su cumplimiento bajo la dictadura de Stalin, seria obviamente, un gran error el interpretar los debates del siglo pasado basándose en las demandas de los movimientos sociales contemporáneos concernientes a sus orígenes históricos. En particular, resultaría absurdo considerar al bolchevismo como «marxismo en la práctica». Al contrario, la crítica del ala izquierda al bolchevismo en las circunstancias históricas de la Revolución Rusa está más cerca de la realidad.

El ala izquierda antibolchevique del movimiento obrero se opuso a los leninistas por cuanto no llevaron lo suficientemente lejos el aprovechamiento de los levantamientos rusos en provecho de los fines estrictamente proletarios. Se convirtieron en prisioneros de su propio medio y usaron el movimiento internacional radical para satisfacer exclusivamente las necesidades rusas, las cuales se tornaron rápidamente en sinónimo de las necesidades del Partido-Estado bolchevique. Los aspectos «burgueses» de la Revolución Rusa quedaron al descubierto en el propio bolchevismo: el leninismo fue catalogado como parte de la socialdemocracia internacional, diferenciándose de ésta sólo en las tácticas.

Si alguien buscara una idea simple y definitoria de la traducción anarquista, ésta sería, creo yo, la que expresó Bakunin cuando, escribiendo sobre la comuna de París, se identificaba a sí mismo de la forma siguiente:

Soy un fanático amante de la libertad, considerando a ésta como la única condición bajo la cual la inteligencia, dignidad y felicidad humana puede desarrollarse y crecer; no la libertad puramente formal concedida, medida y regulada por el Estado, esa mentira eterna que es, en realidad, nada más que el privilegio de algunos basado en la esclavitud de los demás; no la individualista, egoísta, mezquina y ficticia libertad alabada por la escuela de J. J. Rousseau y otras escuelas del liberalismo burgués, las cuales consideran los derechos potenciales de todos los hombre como representados por el Estado, el cual limita los derechos de cada uno, una idea que conduce inevitablemente a la reducción de dichos derechos de cada uno a cero. No, yo me refiero al único tipo de libertad que merece tal nombre, a la libertad que consiste en el pleno desarrollo de todos los poderes, materiales, intelectuales o morales, que están latentes en cada persona; libertad que no reconozca otra restricción que la determinada por las leyes de nuestra propia naturaleza individual, la cual no pue de ser considerada como restricción desde el momento en que esas leyes no están impuestas por ningún legislador, desde fuera, encima o detrás de nosotros, sino que son inmanentes e inherentes, formando las verdaderas bases de nuestro ser material, intelectual y moral; no nos limitan, sino que son las condiciones inmediatas y reales de nuestra libertad.

Estas ideas surgen de la Ilustración; sus raíces están en el Discurso sobre la desigualdad de Rousseau, en los Límites de la acción del Estado de Humboldt, en la insistencia de Kant en su defensa de la Revolución francesa, de que la libertad es la precondición para alcanzar la madurez para la libertad, no un regalo a recibir cuando tal madurez se haya logrado. Con el desarrollo del capitalismo industrial, que ha traído consigo un nuevo e imprevisto sistema de injusticia, es el socialismo libertario el que ha protegido y extendido el mensaje humanista y radical de la Ilustración y los clásicos ideales liberales que se desviaron hacia una ideología que sostuviera el orden surgido.

De hecho, sobre supuestos muy similares de los que condujeron al liberalismo clásico a oponerse a la intervención estatal en la vida social, las relaciones sociales del capitalismo son también intolerables. Humboldt, por ejemplo, en un trabajo que anticipó y quizás inspiró Mill, se opone a la acción estatal porque el estado tiende a «hacer del hombre un instrumento que sirva a sus fines arbitrarios, olvidando sus propósitos individuales». Insiste en que «cualquier cosa que no emane de la libre elección del hombre […] no se introduce a su ser verdadero, sino que permanece ajeno a su naturaleza real; no actúa con las verdaderas energías humanas, sino meramente con mecánica exactitud. [….] Bajo las condiciones de libertad, cualquier campesino o artesano puede ser encumbrado a la categoría de artista; es decir, los hombres que aman su propio trabajo para su propia causa, lo mejoran a través de su genio y hábil inventiva, y con ello cultivan su propia inteligencia, ennoblecen en carácter y exaltan y cimentan sus satisfacciones». Cuando un hombre simplemente reacciona por demandas exteriores o movido por la autoridad, «podemos admirar lo que hace pero lo despreciamos por lo que es». Humboldt no es, además, un individualista primitivo. Resume las directrices de sus ideas del siguiente modo:

[…] aunque rompieran todas las cadenas de la sociedad humana, intentarían encontrar nuevas ataduras o vínculos. El hombre aislado puede desarrollarse tan poco como el que está atado.

Este pensamiento de clasicismo liberal, completado en 1792, es en su esencia profundamente, aunque prematuramente, anticapitalista. Sus ideas tendrían que ser atenuadas hasta desfigurarlas para poder presentarlas como una ideología del capitalismo industrial.


La visión de una sociedad en la cual las cadenas sociales son reemplazadas por compromisos sociales, y el trabajo es de libre contratación, sugiere al Marx inicial —en su discusión sobre la «alienación cuando el trabajo es ajeno al trabajador […] no parte de su naturaleza […] [por lo tanto] no se realiza a sí mismo en su trabajo sino que se contradice […] [y está] físicamente exhausto y mentalmente prostituido»—, que el trabajo alienado «empuja a algunos trabajadores hacia un tipo de trabajo denigrante y a otros les convierte en máquinas», despojando de este modo al hombre de su «especial carácter», de «actividad libre consciente» y «vida productiva».

Del mismo modo concibe Marx «un tipo de ser humano que necesita de sus semejantes. [….] [La asociación de trabajadores se convierte] en un verdadero esfuerzo constructivo para crear el contexto social de futuras relaciones humanas».

Es verdad que el clásico pensamiento libertario se opone a la intervención del Estado a la vida social, como consecuencia de unos más profundos supuestos de necesidad humana de libertad y libre asociación. En el mismo supuesto, las relaciones capitalistas de produccción-salario-trabajo, competencia, la ideología del «individualismo posesivo», deben ser todas contempladas como fundamentalmente antihumanas. El socialismo libertario debe ser, propiamente, considerado como heredero de los ideales liberales de la Ilustración.

Rudolf Rockers describió el anarquismo moderno como «La confluencia de las dos corrientes que durante y desde la Revolución Francesa han encontrado tal característica expresión en la vida intelectual de Europa: socialismo y liberalismo». Los ideales liberales clásicos, argumenta él, fueron destrozados en las realidades de las formas económicas capitalistas. El anarquismo es necesariamente anticapitalista por cuanto se opone a la «explotación del hombre por el hombre». Pero el anarquismo también se opone al «dominio del hombre sobre el hombre». Insiste en que «el socialismo será libre o no será en absoluto. En el reconocimiento de esto reside la genuina y profunda justificación de la existencia del anarquismo».

En su ataque al derecho de control privado o burocrático sobre los medios de producción, toma su posición con aquellos que luchan por conseguir «la tercera y última fase emancipatoria de la historia», habiendo hecho, en la primera, de los esclavos siervos, en la segunda asalariados de los siervos, y en la tercera aboliendo el proletariado en un acto final de liberación que coloque el control sobre la economía en las manos de asociaciones libres y voluntarias de los productores (Fourier, 1848). El peligro inminente para la «civilización» fue señalado por un perceptivo observador, Tocqueville, también en 1848:

Mientras el derecho de propiedad era el origen y base de muchos otros derechos, fue fácilmente defendido —o mejor dicho, no fue atacado—; fue la ciudadela de la sociedad, mientras todos los otros derechos eran sus piezas externas. Pero hoy, cuando el derecho de propiedad es visto como un remanente indestruido del mundo aristocrático, cuando sólo esto permanece en pie, como el único privilegio en una sociedad igualada, la cosa es distinta. Considerad lo que está pasando en los corazones de las clases trabajadoras aunque por ahora no dicen nada. ¿No creéis que sus pasiones, lejos de ser políticas, se han convertido en sociales? ¿No veis que, poco a poco, se están divulgando entre los trabajadores ideas y opiniones, que quieren no solamente revisar tal o tal derecho, tal ministro o tal gobierno, sino derrumbar los fundamentos de la propia sociedad?

Los trabajadores de París, en 1871, rompieron el silencio y procedieron…

[…] a abolir la propiedad, la base de toda civilización. Sí, señores, la Comuna intentó abolir esa clase de propietario que hace de la labor de muchos la ganancia de unos pocos. Apuntaba a la expropiación de los expropiadores. Quería hacer de la propiedad individual una verdad, transformando los medios de producción, tierra y capital, ahora principalmente medios de un trabajo esclavizado y explotado, en meros instrumentos de trabajo libre y asociado.

Karl Marx, La Guerra Civil en Francia (1871)

La Comuna, naturalmente, fue ahogada en sangre. La naturaleza de la «civilización» que los trabajadores de París querían conseguir en su ataque a «los fundamentos reales de la propia sociedad» fue revelada, una vez más, cuando las tropas del gobierno de Versalles reconquistaron París de las manos del pueblo. Tal como escribió Marx, amarga pero acertadamente:

«La civilización y justicia del orden burgués emerge con su espeluznante luz cada vez que los esclavos de aquel sistema se levantan contra sus amos. Entonces esta civilización y justicia los afronta con salvajismo abierto y venganza despiadada. […] los hechos infernales de los militares reflejan el espíritu innato de aquella civilización de la que ellos son el brazo mercenario. […] La burguesía de todo el mundo, la cual mira complacida la masacre general tras la batalla, se convulsiona por el horror de la profanación del ladrillo y el hormigón».

A pesar de la violenta destrucción de la Comuna, Bakunin escribía que París se abría a una nueva era, «la de la definitiva y completa emancipación de las masas populares y la de su futura solidaridad, a través y a pesar de las barreras estatales. […] La próxima revolución del hombre, internacional y en solidaridad, será la resurrección de París», una revolución que el mundo aún espera.


El anarquista consecuente, por tanto, será socialista, pero un socialista de tipo particular. No se opondrá solamente al trabajo alienado y especializado e intentará la apropiación del capital por los trabajadores, sino que también insistirá en que tal apropiación sea directa, no ejercitada por alguna fuerza elitista en nombre del proletariado. Se opondrá, en definitiva,

a la organización de la producción por el gobierno. Eso es lo que significa socialismo de Estado, el mando de los oficiales estatales sobre la producción, y el mando de los managers, científicos oficiales en el taller. […] La meta de la clase trabajadora es la liberación de ser explotados. Dicha meta no se consigue ni puede ser obtenida por una nueva clase directora y gobernadora que se sustituya a sí misma por la burguesía. Sólo es realizable por los trabajadores, amos ellos mismos de la producción.

Estas notas están tomadas de Cinco tesis acerca de la lucha de clases del marxista alemán del ala izquierda, Anton Pannekoek, uno de los sobresalientes teóricos del movimiento del Consejo Comunista. Y es que, de hecho, el Marxismo radical se une a las corrientes anarquistas.

Como ilustración adicional, hay que considerar la siguiente caracterización del «socialismo revolucionario»:

El socialista revolucionario niega que el dominio del Estado vaya a acabar en nada más que un despotismo burocrático. Hemos visto por qué el Estado no puede controlar democráticamente las industrias. Las industrias sólo pueden ser democráticamente dominadas y controladas por trabajadores elegidos directamente por comités de su propio rango industrial. El socialismo será fundamentalmente un sistema industrial; su sistema electoral tendrá caracter industrial. De este modo, aquellos que desarrollan las actividades sociales e industrias de la sociedad, serán representados directamente en los consejos locales y centrales de la administración social. De esta manera, los poderes de tales delegados les vendrán desde abajo, desde los que trabajan y de acuerdo con las necesidades de la comunidad. Cuando el comité administrativo industrial central se reúna, representará cada fase de la actividad social.

Por consiguiente, el Estado geográfico o políticamente capitalista será reemplazado por el comité industrial-administrativo del socialismo. La transición desde un sistema social al otro será la revolución social. El Estado político a lo largo de la historia ha representado el gobierno de los hombres por las clases dominantes; la República del Socialismo será el gobierno de la industria administrada en nombre de toda la comunidad. Aquél implicaba la sujeción económica y política de la mayoría; ésta representará la libertad económica de todos; será, por consiguiente, una verdadera democracia».

Estas citas están tomadas del Estado, sus orígenes y función, de William Paul, escrito a comienzos de 1917 —algo antes del Estado y Revolución de Lenin, quizás su obra más libertaria—. Paul era miembro del Partido Marxista-De Leonista-Socialista-Laboral y, más tarde, fue uno de los fundad-res del Partido Comunista Británico. Su crítica del socialismo de Estado se parece a la doctrina libertaria de los anarquistas en su idea de que desde el dominio y administración del Estado se irá al despotismo burocrático, y la revolución social deberá reemplazarlo por una organización industrial de la sociedad con el control directo de los trabajadores. Muchos informes similares podrían ser citados.

Las ideas del socialismo libertario, en el sentido descrito, se han sumergido en las sociedades industriales del pasado medio siglo. Las ideologías dominantes han sido aquellas del socialismo de Estado o del capitalismo estatal (de un creciente carácter militar en los Estados Unidos, por razones obvias). Pero ha habido, en los últimos años, una reavivación de aquellas ideologías. Las tesis que cito de Anton Pannekoek han sido tomadas de un panfleto reciente de un grupo radical de trabajadores franceses (Informations Correspondance Ouvrière). La cita de William Paul sobre el socialismo revolucionario fueron citadas por Walter Kendall en la Congreso Nacional sobre Control Obrero en Sheffield, Inglaterra, en Marzo de 1969.

El movimiento por la toma de control de los trabajadores ha representado una fuerza significativa en Inglaterra en los últimos años. Ha organizado numerosas conferencias y ha producido una considerable literatura panfletista, y cuenta entre sus activos adheridos a representantes de alguno de los más importantes sindicatos. El Sindicato de Ingeniería y Fundición, por ejemplo, ha adoptado, como política oficial, el programa de nacionalización de las industrias básicas bajo el «control de los trabajadores a todos los niveles». En el continente hay situaciones semejantes. Mayo de 1968 aceleró el creciente interés en el comunismo de comunas, aportándose ideas parecidas en Francia y Alemania, así como en Inglaterra.

Dada la generalizada tendencia conservadora de nuestra sociedad altamente ideológica, no resulta demasiado sorprendente que muchos países se hayan mantenido relativamente al margen de dichos acontecimientos. Pero esto también puede cambiar. La erosión de la mítica guerra fría hace finalmente posible evocar estas cuestiones en un círculo netamente más ancho. Si la presente ola de represión puede ser derribada, si la izquierda puede superar sus más suicidas tendencias y construir a partir de lo que se realizó en la pasada década, entonces el problema de cómo organizar la sociedad industrial sobre unas verdaderas líneas democráticas, con el control democrático en la sede del trabajo y en la comunidad, resultará una salida intelectual para aquellos que están vivos respecto de los problemas de la sociedad contemporánea —y, para, que se desarrolle un movimiento de masas pro-socialismo libertario, la especulación debe preceder a la acción—.

En su manifiesto de 1865, Bakunin predijo que un elemento en la revolución social será «aquella parte inteligente y realmente noble de la juventud que, a pesar de pertenecer por nacimiento a las clases privilegiadas, en sus convenciones generosas y ardientes aspiraciones, adoptará la causa del pueblo». Quizás en el levantamiento del movimiento estudiante de los años 60 se vislumbren los comienzos de la realización de esa profecía.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 11 (abril de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 28 de marzo de 2021, corre a cargo de Adriano Fortarezza.

Este artículo se publicó originalmente en el Nº 11 (abril de 1976) de Ajoblanco y ha sido cedido para su lectura online en STIRNER por Pepe Ribas, fundador de la revista. La presente versión revisada, del 8 de septiembre de 2023, corre a cargo de Adriano Fortarezza.