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ARTÍCULO

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SEPTIEMBRE 2015

Nómadas

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AMARNA MILLER

  Amarna Miller · 2014 · Fragmento [Ver original]

  Amarna Miller · 2014 ·
Fragmento [Ver original]

¡Eh, tú! Sí, la que está intentando sacar las polillas muertas de dentro de esa cama de gomaespuma, ¿cómo coño has llegado hasta aquí?

Hace apenas dos semanas que me presenté en Estados Unidos con un par de amigos y muchas ganas de destrozar el mundo. Me estoy quedando en la casa de la novia de una conocida y tengo apenas 500 euros en el bolsillo, así que o me pongo las pilas cagando leches o no tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir los tres meses que todavía me quedan por delante en Los Ángeles. Mi agente acaba de echarme a la calle y no tengo ni un rodaje asegurado para estas semanas.

Eso sí, nos hemos alquilado un Chevrolet camaro descapotable de color amarillo que está aparcado en la puerta principal, y acabamos de llegar de pegarnos una semana brutal de desfase, marihuana y rock and roll en Las Vegas, Nevada. La casa tiene tres plantas y parece una de estas mansiones que han sido reformadas por un programa de la MTV. Hay cuadros de diseño, bicicletas doradas amarradas a la entrada y puedo afirmar con total seguridad que la mitad de los modernos de Malasaña caben dentro. Seguro que el dueño tiene una barba frondosa, lleva camisas de cuadros y fuma pitis de liar. Puede que ella lleve unas sandalias recomendadas por la Cosmopolitan y se haga la manicura acrílica en tonos pastel, que es lo que se lleva este verano. Bohemian chic, lo llaman, o cómo ser un perroflauta con estilo.

Pero bueno, vamos al tema: a mí en realidad todo esto me la suda bastante, porque yo estoy viviendo con otras dos personas en el sótano, un cuchitril de 20 metros cuadrados que tiene pinta de ser un garaje reformado. No hay ducha, el agua corriente sale a través de un par de mangueras que alguien ha adaptado a unas tuberías de la pared y lo cocinamos todo en el microondas. La cantidad de recetas que se te ocurren cuando no tienes una cocina decente es bastante limitada, pero para cenar hacemos sopa calentando el agua por turnos y comemos mogollón de avena.

Lo bueno es que hay baño, y hemos conseguido tapar el hueco de debajo de la puerta por el que se colaban las hojas secas del jardín. Lo malo es que nos echan dentro de una semana.

Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Claro que también depende mucho de cuál sea tu concepto de facilidad, y felicidad. Para mí, el estar al otro lado del mundo sin ninguna atadura y haciendo lo que me da la real gana supone per se un sentimiento de alegría y regocijo interno que me inunda las entrañas de placer. Simplificándolo mucho, podría decir que en mi balanza interna ser libre pesa infinitamente más que tener pasta, o comodidades. Yo he nacido para vivir, y eso es exactamente lo que estoy haciendo.

He convencido a un par de revistas españolas para que me compren artículos de esta aventura, pero mientras tanto sólo queda seguir buscando un representante y freír a mensajes a todas las productoras que conozco para ver si a alguien le interesa grabar a una pelirroja follando delante de las cámaras. Tampoco es que la situación me preocupe demasiado: cuando te dejas fluir con los acontecimientos normalmente las situaciones se resuelven solas. E incluso cuando no es así, tengo claro que puedo sacarme las castañas del fuego. En peores plazas hemos toreao, como me diría mi padre.

¿Tengo miedo? Muchísimo. Cuando el otro día llamé a la imbécil de mi ex agente y me dijo que me ponía de patitas en la calle, casi me cago encima. Aquí estoy, en un país desconocido, sin pasta, sin trabajo y visto lo visto, sin posibilidades de conseguir uno. Genial.

Es una suerte esto de ser una adicta a la adrenalina, porque con estas situaciones me pongo realmente cachonda. No sé existir sin estar en constante cambio, en constante movimiento, viajando de un lugar a otro, probando cosas nuevas, aprendiendo, absorbiendo conocimientos. ¿Que algo sale mal? Pues ya saldrá bien. En el momento en el que me estanco más de un mes en un mismo sitio, la piel se me reseca, los ojos se me vuelven vidriosos y apenas sé escribir dos palabras seguidas. Me quedo mustia, sin inspiración. Podrida. Seca.

¿Me da miedo? Sí, pero me turba infinitamente más el acabar currando ocho horas al día en una oficina que aborrezco, con una hipoteca que no puedo pagar, un trabajo que odio y una vida que detesto. Atrapada en la inercia de una vida que yo jamás elegí. Y ésa, señoras y señores, es la existencia de la mayoría de la población.

Así que dejadme con mis cuchitriles, mis polillas y mi agua que sale a través de mangueras. Dejadme sin ducha. Sin dinero.

Tengo algo que es infinitamente más valioso: el presente. Y la libertad.

¿Para qué preocuparme en pensar dónde estaré mañana? Pertenezco a una generación resignada, alienada por los deseos de una sociedad a la que nunca hemos decidido pertenecer. Absorbidos por el capitalismo, vomitados por el conformismo que pulveriza nuestra mente hasta dejarla con la consistencia de una papilla de mierda. Perezosos, desganados, apáticos. Nunca hemos vivido una gran guerra, y hemos decidido no participar en ninguna revolución. Tenemos exactamente lo que nos merecemos.

Mañana puedo estar enferma, o parapléjica, o muerta. Pero seré yo. Y ése un derecho que nadie, jamás, podrá arrebatarme.

Este artículo se publicó en el Nº 2 de la revista STIRNER, Dingledodies, en septiembre de 2015.

Este artículo se publicó en el Nº 2 de la revista STIRNER, Dingledodies, en septiembre de 2015.